La concentración ocurre cuando un actor (empresa, grupo) acapara mayor proporción de un sector de la que poseía. La concentración no ocurre en el vacío, se hace a expensas de otros y tiene efectos: cuando ese actor incrementa su concentración, otros actores reducen su capacidad de intervenir en ese sector. Esta definición condujo a los países capitalistas centrales a regular la concentración excesiva para evitar el abuso del poder del que gozaba el concentrado.
En el caso de los medios y actividades colindantes (telecomunicaciones, Internet), la concentración preocupa más, ya que opera sobre la cultura, el clima de noticias, opiniones y percepciones de la sociedad. La concentración de la palabra en pocas manos es la antítesis de la democracia, porque reduce la producción y circulación social de perspectivas que nutren el debate democrático. Así lo expresan los principios internacionales en materia de Derechos Humanos y diversidad cultural, que imponen al Estado obligaciones para proveer pluralismo y para limitar la concentración excesiva.
Documentar los niveles de concentración ha sido siempre un objetivo resistido por el statu quo pues expone sus condiciones de privilegio. Pero, como parte del compromiso con la mejora de la calidad democrática, esa labor es fundamental. A ello apunta el proyecto de mapeo de la propiedad de medios que Tiempo Argentino y Reporteros Sin Fronteras lanzan ahora en la Argentina, para proveer a la discusión de evidencias acerca de un sector que suele reclamar transparencia pero que es opaco en sus reglas de juego y en sus intereses. «