«Esto es mucho más que un laboratorio. El Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) es una institución política, tiene inserción histórica, es parte de la construcción de Memoria en la Argentina, y de la reconstrucción de la identidad de todos, no solamente de los nietos recuperados».
En el discurso de Mariana Herrera se entrecruzan la complejidad técnica y la emoción militante de una mujer de ciencia abocada a una pesquisa que, sabe, trasciende lo estrictamente genético, su campo de estudio. En 2014, un año antes del traslado del BNDG desde el Hospital Durand a la sede histórica del Ministerio de Ciencia y Tecnología, en el séptimo piso de Córdoba 831, Herrera, doctora en Ciencias Biológicas por la UBA y especialista en genética forense y molecular, concursó por el cargo de directora y lo obtuvo. Hoy se apresta a celebrar los 30 años de este organismo autónomo y autárquico, convertido en referente mundial en la reparación de crímenes de lesa humanidad, creado por la Ley 23.511, sancionada el 13 de mayo de 1987 y promulgada pocos días después, el 1 de junio, como resultado de la lucha de Abuelas de Plaza de Mayo, las primeras en comprender la necesidad de preservar las muestras genéticas de los familiares de las víctimas del terrorismo de Estado como herramienta para encontrar a sus nietos.
¿Cuánto ha cambiado la tarea del BNDG en estas tres décadas?
La historia del Banco puede dividirse en tres etapas. En la primera, que duró más o menos hasta 2002, las tecnologías eran manuales, y el BNDG empezó a aplicar técnicas que no eran las habituales en genética forense, porque no había, aquí estaba todo por crearse, necesitábamos identificar a nietos con una generación de padres que no estaban, y se aprendía sobre la marcha, de modo casi artesanal. Después sí, a la histocompatibilidad y los grupos sanguíneos se sumó el ADN mitocondrial, algo específicamente pensado para el caso argentino, que permite analizar el linaje materno. Una abuela materna le hereda a su hija el ADN mitocondrial y esta a los nietos. Es una herramienta poderosa que aún hoy utilizamos para hacer una primera exclusión en la comparación de muestras. En 2002 aparecen los equipos automáticos, los primeros kits de análisis de marcadores de genéticos y los primeros softwares estadísticos. Y desde hace unos ocho años estamos en una tercera etapa: se amplió la batería de marcadores genéticos y hay softwares para hacer búsquedas múltiples. No es apretar un botón y obtener todos los resultados, pero es más o menos eso.
¿Cómo se realiza la comparación de muestras genéticas?
Tenemos, por un lado, un módulo con los perfiles genéticos de 295 grupos familiares. Y otro módulo con unas 9500 muestras de posibles nietos. La comparación entre ambos es permanente y dinámica, entrega todo el tiempo valoraciones estadísticas. Además, se suman nuevos perfiles de familiares, de pronto se exhuman los restos de un abuelo que no había dado su muestra en su momento, y llegan más jóvenes con dudas acerca de su identidad. La información genética nueva se vuelve a comparar con todo lo anterior, y de repente hay un gris estadístico que se completa y hacés bingo.
A través del trabajo del BNDG, el Estado brinda una reparación a las víctimas de delitos de lesa humanidad, les devuelve la identidad. ¿Qué pensó cuando, a partir del fallo de la Corte por el 2×1, un poder del Estado puso en jaque una de las dimensiones jurídicas de esa reparación, la del castigo a los culpables?
Si bien nosotros realizamos un trabajo científico, acá no podemos separar la ciencia y la política. El fallo de la Corte fue una aberración: la intención de equiparar la gravedad de un delito de lesa humanidad con la de un delito común es una puerta abierta para desproteger a las víctimas. De crímenes que, hasta que no aparezcan los 500 nietos e identifiquemos a los 30 mil desaparecidos, se siguen perpetrando todos los días.
¿Cuándo termina la tarea del BNDG?
Cuando encontremos al último. Y diría que tampoco entonces, porque ahora no solo buscamos la identidad de los nietos, sino de los bisnietos. La identidad se hereda. Cuando le preguntaron a Leonardo Fossati, nieto recuperado, qué fue lo más fuerte de recuperar su identidad biológica, respondió que cuando le pudo cambiar el apellido a su hijo. Acá estamos muy imbuidos de las historias de los nietos, de las abuelas, también sentimos la presión del tiempo, y si bien hay muchísimo reconocimiento y uno siente que forma parte de la historia, el trabajo no es fácil. Sigue.
En 1993, Herrera comenzaba su carrera en la ciencia. Dirigía un laboratorio que trabajaba en diagnóstico molecular de enfermedades genéticas, y a través de un médico conocido, la convocaron de Abuelas. El encuentro con Estela de Carlotto fue mucho más revelador de lo que esperaba. «Me preguntó si yo era algo de Matilde Herrera, que fue su mejor amiga. Era una tía segunda mía, con quien yo casi no había tenido contacto, a la que le desaparecieron tres hijos. Ahí Estela me contó la historia de mi familia, la verdad que nunca me habían contado. Eso me marcó, fue un punto de inflexión. A partir de ese momento nunca dejé de trabajar acompañando a los organismos. Y aunque nunca pensé que iba a llegar hasta acá, desde ese día me formo para esto. Es un privilegio.» «
Malena Canteros, técnica en hemoterapia: »Esa gota de sangre es una gota de esperanza»
Tiene 30 años, es técnica en hemoterapia y es una de las primeras caras que ven en el Banco Nacional de Datos Genéticos los jóvenes que llegan con dudas sobre su identidad. Ya en el Durand, Malena Canteros asistía ad honorem como extraccionista de sangre, y desde hace un año es parte del plantel. «Hacemos extracciones a partir de presentaciones espontáneas, a jóvenes que se presentan a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI) o que llegan derivados de Abuelas, y también las que solicitan los jueces; en estos casos también se hacen hisopados bucales», cuenta. Dice que el contacto con los posibles nietos es fuerte. «Les explico el procedimiento, les digo que tengan paciencia porque los resultados tardan. Algunos te cuentan sus sospechas, otros no, pero a todos les ves un brillo en la mirada: esa gota de sangre es una gota de esperanza», describe Malena, y recuerda que el nieto 121, el anteúltimo recuperado, fue uno de los primeros que recibió. «
Florencia Gagliardi, técnica de laboratorio: »Los nietos vienen a contarnos su historia»
Florencia Gagliardi se estira para alcanzar los pesados biblioratos llenos de análisis genéticos, de cuando su trabajo en el laboratorio era casi enteramente artesanal y leía los resultados «a ojo». Tiene 45 años y lleva 25 en el BNGD. Entró apenas egresada del secundario como técnica química. Y el ADN mitocondrial se convirtió en su especialidad. «Tengo el honor de trabajar en lo que me gusta y lo sigo eligiendo cada día, siempre con la esperanza de encontrar un nieto más», dice. No lleva una estadística personal de cuántos «encontró» ella, aunque puede decir que colaboró en el análisis genético de todos los recuperados desde el año ’91. «Antes no había tanto contacto, pero ahora los nietos se acercan a contarnos sus vivencias, quieren que sepamos cómo les cambio la vida a partir de lo que encontramos nosotros. La primera vez que se acercó uno a preguntar por nosotros fue re emocionante, esas cosas que te marcan para siempre». «
Paula Miranda, antropóloga forense: »Nuestra tarea va más allá de lo científico»
Paula Miranda coordina la Unidad de Antropología Forense del BNDG. Tiene 35 años y un doctorado en Arqueología, aunque siempre supo que quería desempeñarse en el ámbito forense y se formó para eso. «Hacemos exhumaciones para tomar muestras de ADN de familiares de desaparecidos, abuelos de posibles nietos, padres o parientes laterales, como tíos y tías. Y también de posibles nietos que tenían dudas y fallecieron antes de donar sus muestras. El trabajo del Banco se conoce en general por la parte gratificante, por la noticia de que se recupera un nieto. Digamos que nuestro equipo trabaja con la parte dolorosa. Es muy duro, sobre todo el contacto con los familiares: uno como profesional trata de bloquear todo lo que está removiendo, pero se remueven cosas. Pero nuestro granito de arena también suma cada día, y el fruto es más visible cuando aparece un nieto. Claramente, la tarea del BNDG sobrepasa lo estrictamente científico». «
El sábado 3, libro y celebración
El sábado 3 de junio, en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti de la ex ESMA, el BNDG celebrará sus 30 años con la presentación de un libro y una serie de charlas que reunirán no solo a abuelas y a nietos recuperados, sino también a tres de los científicos que no solo colaboraron en la idea del banco y la elaboración del «índice de abuelidad», sino que también fueron promotores del Equipo Argentino de Antropología Forense. Estarán Erik Stover, que a mediados de los ’80 presidía la Comisión de Derechos Humanos de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia; Christian Orrego, un genetista chileno, entonces exiliado en EE UU, que también colaboró con Abuelas; y el médico argentino Víctor Penchaszadeh, quien las contactó con Maire-Claire King, la genetista que desarrolló esa fórmula estadística que establece el parentesco entre un abuelo y su nieto. Será de 12 a 20, con entrada libre y gratuita.
Asesoramiento para Colombia, Perú y Nigeria
El BNDG brinda asesoramiento a varios países a través del programa de Cooperación Sur-Sur y Triangular de Cancillería. El gobierno de Colombia, donde se busca identificar a unas 70 mil personas desaparecidas por los conflictos internos, pidió ayuda a la Argentina para la conformación de bases de datos genéticos y para el trabajo en campo de antropología forense. Con Perú se firmó un convenio el año pasado, con el objetivo de identificar a 15 mil personas desaparecidas desde los años ’80. Y desde Nigeria, las madres de las adolescentes secuestradas por el grupo terrorista Boko Haram también acudieron en busca de ayuda: «Está ocurriendo lo mismo que pasó con las Madres acá o como ocurre con las de Ayotzinapa, en México explica Mariana Herrera. El gobierno nigeriano prácticamente les negó la realidad de los secuestros; entonces las madres empezaron a marchar los jueves, como acá, y se pusieron a estudiar sobre ADN».