Bastaron sólo cuatro años para que Cambiemos degradara el rango de la ciencia de ministerio a secretaría, le quitara un 40% de su presupuesto y dejara sin trabajo a casi 2000 científicos y científicas. Cuando 2020 parecía el año del resurgimiento, llegó la pandemia. Pero para las universidades, paradójicamente también significó la oportunidad de demostrar su importancia en la sociedad.
Un primer aspecto esencial fue el renacer del Ministerio de Ciencia en la nueva gestión. La cartera, a cargo de Roberto Salvarezza, creó una Unidad Coronavirus que destinó más de 10 millones de dólares para más de 64 proyectos de investigación.
La Universidad Nacional de Rosario impulsó la fabricación de respiradores artificiales a bajo costo: entre 2000 y 3000 dólares, bastante menor a los 30 mil dólares del mercado. Y una decena de universidades se largaron a producir alcohol en gel y sanitizantes. En Misiones idearon termómetros infrarrojos para medir la temperatura corporal. Hasta este año, todos se compraban afuera.
La Facultad de Veterinarias de la UBA llevó adelante junto al Conicet y la fabricante de equipos médicos Herlam SRL un dispositivo llamado Multiplexor de Ventilación Mecánica. Permite que un mismo respirador pueda ser usado por dos pacientes al mismo tiempo. En San Juan crearon respiradores artificiales con productos locales, diez veces menos costosos que los tradicionales. Y un equipo encabezado por especialistas en Tecnología de Materiales de la Universidad Tecnológica Nacional y el Conicet creó una fórmula química tipo gel que desactiva la partícula viral del Covid-19 de las superficies.
Las universidades públicas también fueron esenciales para una tarea fundamental: testeos y rastreos. La de La Plata y la de Quilmes resultaron fundamentales para la red de laboratorios de la Provincia de Buenos Aires. La de La Rioja le sumó un aspecto único: son hospital universitario, por lo que albergaron a la mayoría de los pacientes críticos de la zona, además de ser el laboratorio de referencia para la región.
Un equipo de la Universidad de La Plata y del Instituto de Investigaciones Fisicoquímicas y Teóricas y Aplicadas del Conicet desarrolló un test portátil para detectar la presencia del virus en asintomáticos con una muestra por hisopado nasal que muestra el resultado en cinco minutos, ideal para estaciones de trenes, fábricas o aeropuertos.
Y se desarrolló el ELA Chemstrip, un test rápido de detección molecular del coronavirus a bajo costo, que tuvo como protagonistas a la universidades de Quilmes y de San Martín y a dos pymes biotecnológicas. La directora del Departamento de Ciencia y Tecnología de la UNQui, Alejandra Zinni, aseguró que «entre quienes desarrollaron el ELA Chemstrip hay primera generación de universitarios, y del Conurbano».
La Unsam hizo otros dos aportes: un equipo investiga el tratamiento por suero equino a través de una proteína recombinante, cuyos resultados esperanzadores están en su última etapa de procesamiento, listos para ser anunciados. Y en paralelo, Juliana Cassataro, especialista en inmunología y enfermedades infecciosas del Instituto de Investigaciones Biotecnológicas Ugalde de la Unsam, lidera el equipo nacional interdisciplinario que avanza en una vacuna con vistas a ir generando las capacidades del sistema científico «para fabricar nuestras propias tecnologías».