Nota publicada por Tiempo Argentino el 18 de enero de 2015
Dios existe. Esa es la conclusión de casi cuatro horas de conversación con el maestro Osvaldo Raffo. Su casa está justo en una esquina frente a unas vías en San Andrés. Es el refugio de un hombre sin retiro. Porque este médico legista de 84 años, es ante todo, un profundo humanista. Se pasó la vida abriendo cuerpos humanos para buscar la respuesta de un asunto inexplicable y tenebroso: ¿Por qué y cómo mata el hombre?
«Soy investigador de homicidios, o sea, un tipo que sabe vérselas con el crimen y con los criminales. Entonces, tengo que pensar como un criminal, de lo contrario no podré interpretar el lenguaje del cadáver, porque el cadáver me habla a mí. Lo que pasa es que muchas veces uno entiende las cosas mal. Y hay ocasiones en que el cadáver no dice nada y las pruebas están en el lugar del hecho. Por eso, no hay que contaminar ninguna escena. Se hace un caminito que incluso puede ser hecho con revistas y todos los peritos entramos y salimos por el mismo lugar sin tocar nada», le dice Raffo a Tiempo Argentino.
Lleva puesta una remera gris, pantalón oscuro y zapatillas deportivas a tono. Se pone de pie. Le indica a su secretaria que retroceda la imagen de video. Señala la pantalla gigante de su living donde explica cómo analizar un crimen con la mente de un forense. «Este es el lugar del hecho –relata obsesionado con el sitio donde abandonaron el cuerpo de Candela Rodríguez, de once años, el 31 de agosto de 2011 en Villa Tesei–. «Ahora resulta que a esta chica primero le han dado unas trompadas en la cara. ¿Y esto cómo se explica? Porque cuando yo veo venir el golpe, hago así y pega en el hombro. El tipo no ha usado el puño, ha usado el canto de la mano sobre el ojo izquierdo de la nena. La chica no tiene ninguna lesión genital. Al cadáver hay que hacerlo hablar. Ha empezado a los gritos, con esa mano izquierda le tapó la boca, con la otra reforzó la presión de la mano izquierda y con el canto de la mano ejerció presión sobre el cuello. Así murió esta chica: se llama estrangulamiento palmar. Este tipo, ¿por qué la mata? Estaba bien cuidada, bien aseada, no tiene síndrome de secuestrado. Pasó que había cientos de policías que la buscaban casa por casa en toda la provincia de Buenos Aires y tenían que deshacerse de ella. Le dieron de comer arroz (señala el estómago de la menor) y tres horas después la mataron y la pusieron en una bolsa, evadiendo las patrullas policiales. Pienso que la actuación policial fue bastante deficiente. Se encontró ADN en un plato que pusieron ellos. Cuidado con el ADN porque se puede buscar un falso culpable.»
Esa sustancia amorfa que se conoce como realidad y que los filósofos estudian desde hace siglos, lo mantiene inquieto a Raffo. «Empecé en 1961 hasta 2003 que me retiré. Primero estuve en la Policía, duré 25 años y llegué a ser director de Medicina Legal en La Plata. Después tuve algunos inconvenientes con los jefes policiales que había en ese momento. Querían que dictaminara lo que ellos querían, y conmigo no. Me retiré con el grado de comisario inspector. Me presenté al concurso de Tribunales y entré. Estuve en la Morgue Judicial desde 1983 hasta 2001, 2003. Me fui porque esto es como el boxeo: mejor irse con el cinturón puesto y que no te derriben en el ring. Ortega y Gasset decía: ‘Yo soy yo y mis circunstancias.’ Sigo siendo yo, pero las circunstancias han cambiado demasiado.»
–¿A qué le teme?
Raffo: –Te voy a hablar una cosa de la muerte. Soy tanatólogo. Estudiamos el cadáver desde el punto de vista del derecho y las ciencias legales. Tendrías que hacerme otra pregunta. Yo creo en Dios, porque he abierto tantos cadáveres. Una cosa tan perfecta como el cuerpo humano, un ADN, un cerebro, no se pudo haber hecho solo. Tiene que haber habido un ser superior, pudo ser Dios o como vos quieras llamarlo, pero Dios existe.
–¿De dónde viene su pasión por la muerte?
R: –En 1935, mi maestro el doctor Pablo Federico Bonnet aprendió a hacer autopsias acá en San Martín. Cuando llegué a la cátedra, por supuesto que Bonnet sabía que yo estaba en la policía y me preguntó si cursaba la carrera docente en medicina clínica. Por entonces eran cinco años. Pero cuando empecé a hacer la carrera de medicina legal me encontré con la amante, la medicina legal. Ella nos maneja a nosotros como si fuera una mujer coqueta y hermosa y nos lleva adonde quiere. Y a mí me llevó a la morgue, a las comisarías y a los manicomios.
–¿Qué cosa lo perturba?
R: –La muerte del maestro René Favaloro. Me tiene mal hasta hoy. Fue un día sábado. Eran las cinco de la tarde y en ese tiempo el turno de la noche de la morgue cambiaba a las siete. O sea que yo cumplía mi servicio y me iba para mi casa. No me tocaba servicio a la noche. Me llamó por teléfono un médico de policía que fue alumno mío y me dijo: ‘maestro, estoy en la casa del doctor Favaloro, se pegó un tiro’. No puede ser, le dije. Y me respondió que estaba al lado del cuerpo en el baño, con un montón de cartas que había dejado pegadas en el espejo dirigidas al abogado, al sobrino, a todo el mundo. Hubo una especie de escándalo por el nerviosismo en la morgue. Me vine a casa. A las 12 de la noche me llamó el decano del Cuerpo Médico Forense y me dijo: ‘Raffito, venite para acá porque el juez quiere que la autopsia la hagas vos’.
Yo me había tomado un sedante, porque seguía preocupado por Favaloro, y me había tomado un vaso de whisky también. Pedí un remís por prudencia para no manejar. Llegué a la morgue y en una camilla estaba el cuerpo de Favaloro, vestido con un pijama de color gris, muy humilde, un par de anteojos en el bolsillo superior izquierdo y una chancleta sola, la otra quedó en el camino. Ahí me dio un ataque de histeria, perdí la firmeza. Empecé a despotricar contra la medicina, contra el país, contra todos. Y entonces dije: bueno, no quiero que nadie lo toque. Yo mismo me voy a encargar del cadáver del maestro. Lo lavé todo y lo peiné. Hubo que hacerle la autopsia y el corazón estaba reventado con un tiro de un 357 Magnum. Lo había comprado en una armería, pero como era Favaloro nadie le preguntó nada. Se pegó un balazo.
Terminamos de hacer la operación y afuera lloviznaba, eran las 3:30 de la madrugada. Salgo y al mirar a la izquierda hacia Junín, creí que había perdido la noción de la realidad. Veo venir caminando por la vereda a El Zorro y María Antonieta. Atrás de ellos venían algunos más. Es que frente a la morgue hay un club y esa noche era la fiesta de máscaras. Y pensé: este es el mundo pasar. Y yo en la heladera había dejado al maestro junto al pistolero y el ciruja.
Hasta el día de hoy conservo las huellas digitales de Favaloro, me quedé mal con esa autopsia, quisiera que no me hubiera tocado a mí hacerla. Cuando le sacamos el cerebro lo pusimos en una bandeja y le dije a mi colega: examínelo, doctor. Después pensé qué estamos haciendo…Un maestro de la medicina argentina y mundial que con su método salvó y salva miles de vidas. Se mató porque no podía pagar los sueldos de sus empleados; era un hombre de honor. El gobierno de entonces le había prometido que iban a darle el dinero. No lo hicieron. Así terminan los grandes maestros en la Argentina.
–¿Lo conoció en vida?
R: –Estuve dos veces con él en reuniones de médicos y mi compañero le robó, digamos, un sánguche de miga de la mesa. Era un petiso simpático que falleció. Extendieron la mano en el mismo momento. Yo le dije que el de queso era de Favaloro, y el petiso lo primerió. Favaloro lo miró mal, no se dijeron nada (se ríe).
Raffo es un estudioso del mal. Dice que nunca conoció a un psicópata tan profundamente oscuro como Carlos Eduardo Robledo Puch. «Me llama por teléfono. Me recrimina que me hice famoso gracias a él. Se nota que tiene asma por el sonido de su voz. Debe tener un celular en la cárcel. No lo sé. Nunca he visto a ningún hombre con tan poca afectividad. Tiene afectividad cero. No quiere a nadie. Mire que los asesinos quieren a su perro, a su hijo, un poco a los padres. Pero este no. Acá vino un fiscal y sentó ahí donde está usted. Me preguntó qué haría con Robledo. Y yo le respondí: vea doctor, ¿usted dejaría libre al león del Zoológico porque está viejo y no mordió a nadie? ¿Vos sabes a cuántas personas mató Robledo? Entre 20 y 30, no a cinco. Todas eran muertes absurdas. Iban por la Panamericana huyendo de un robo y le disparaban a cualquiera para probar puntería en el camino. Y lo hacían por divertimento, como un juego.
–¿Cómo fueron las entrevistas?
R: –Un tipo como Robledo nace cada 100 años. Es la maldad en su estado químicamente puro. Él trataba de dominarme en la conversación. Lo estudié durante tres meses, dos veces por semana de forma personal. Volvía a mi casa y estaba muy nervioso. Me sentía mal. Me faltaba el aire. Mi finada esposa me preguntaba qué cosa me pasaba. Y era este tipo que me seguía haciendo daño. Su carga. Su historia. Él mató a toda su banda, por un motivo elemental: es homosexual, aunque yo creo que es un ser asexuado. La cosa es que después de asaltar, violar y asesinar a sus víctimas, la banda tenía sexo entre ellos en la misma casa. Se quedaban allí, saqueaban, comían, dormían juntos.
Una vez le pregunté por qué mató a Somoza (su compinche, su socio) con un soplete en la cara. Y me dijo que fue para que no lo reconozcan los agentes policiales porque era su amigo. No, le dije, amigo un carajo, ¿por qué lo mataste? Y entonces ahí se soltó: ‘porque a Robledo no lo abandona nadie’. Me mostró su verdadera cara. Ellos tenían una filosofía para matar: torturaban, intercambiaban sexo. Esta es la historia de Robledo.
–¿Y el mal?
R: –Desde el primer momento que lo vi noté que tenía un componente satánico. Su mirada es perversa. Su voz. Parece un tipo encantador, pero no es así. Recuerdo que cuando cayó preso yo tenía poco más de 40 años y ningún perito se quería hacer cargo del caso porque le tenían miedo. Decían que tenía banda. Pero él ya los había matado a todos. Con el fiscal Segovia empezamos a buscar a los sobrevivientes o a los testigos. Pues bien: nos pasó algo muy extraño. Una persona que lo vio salir de una casa donde mataron a todos, cuando la fuimos a buscar ya había muerto la semana anterior en circunstancias sospechosas. Está también el ejemplo de una mujer que habían violado y disparado, a la que también le quisieron matar de un tiro a una nena, que estaba en una cuna. La madre escapó herida, arrastrándose hasta una estación de servicio para pedir ayuda a la policía. Cuando la fuimos a buscar estaba internada en un centro de salud mental. Se había vuelto totalmente loca. Desquiciada. No podía testificar. Y menos identificar a Robledo. Le dije al fiscal: este tipo es Satanás, no es humano.
–¿Por qué cree que hay tantos homicidios de chicas?
R: –Porque son un blanco fácil. Salen de los boliches en pequeños grupos. Están muy expuestas. Fíjese el caso Ángeles Rawson. Por poco se comete el crimen perfecto. Si entraba en el circuito de la basura no la encontraban más y todavía nos estaríamos preguntando qué le pasó. Sucede que el portero Mangeri no era un gordito bueno. El criminal no se convierte en criminal mirando la televisión. Le falta el punto gatillo para lanzarse al agua. El aspecto social es el telón de fondo, como decía mi maestro. En el caso de Ángeles, el disparador para Mangeri fue la propia belleza de la niña. Estos tipos por lo general reaccionan en la adolescencia, pero en algún momento lo hacen. Este actuó con efecto tardío. Aparte el tipo tuvo tres o cuatro horas para hacer su especialidad, la limpieza. La chica no murió apuñalada ni de un balazo, la estranguló. La policía de la provincia embolsó bien las manos, tan bien lo hizo que eso permitió luego extraer ADN del agresor de las uñas de la víctima. Por eso, en aquel momento, al ver las fotos del cuerpo era mi obligación moral salir a decir que se trataba de un intento de violación seguido de homicidio. Fíjese las lesiones paragenitales (señala la pantalla), es la lucha del tipo para abrir las piernas de la nena. Era mi deber como ciudadano aclararlo, porque iban a decir después que la pobre murió como consecuencia del camión de basura. ¿Qué camión de basura? El cadáver habla. Le apoyó el codo con sus 120 kilos encima, apretó la boca de la muchacha. Se repite el cuadro de Candela. Vea las lesiones del cuello. Vea el labio, los golpes se los da del lado izquierdo, porque él es diestro. Seguramente la ha tomado con la izquierda y la golpeó con la derecha, y después cambió con las dos manos. Apretó y provocó el cerramiento palmario. La muchacha tenía manchitas en los pulmones como pequeños puntos, producto del tipo de asfixia que padeció a manos de su atacante. La autopsia hecha en la morgue judicial estuvo deficientemente hecha, los forenses tenían dudas y vinieron a consultarme. Les dije que las lesiones del camión eran lesiones producidas después de la muerte, porque la chica era evidente que había sufrido un intento de violación y resultó estrangulada.
–¿Hay muertes sin causa?
R: –Vea, recuerdo dos casos que se me vienen ahora a la mente. Los de Romina Yan y Cristina Onassis. Las dos murieron y se hicieron autopsias muy minuciosas, pero no se encontró la causa de la muerte. Hicimos un estudio mundial de por qué murieron estas mujeres. Las dos seguían la dieta Scardale, que yo la quiero seguir, se baja de peso fenómeno con proteínas solamente; segundo, las dos iban a hacer gimnasia; tercero, las dos tomaban pastillas para no tener hambre. Y todo ese conjunto de cosas lo que hace, según la literatura médica mundial, es bajar el potasio a cero y provoca el paro cardíaco. Es lo que se llama la muerte sin causa. Estas cosas existen, no todo es el degollado, el ahorcado o el baleado, estos casos son difíciles de analizar.
–¿Cómo sabe si es un ahorcado o un homicidio que quisieron tapar?
R: –Por el surco. Este es un ahorcado que tiene nudo lateral derecho (muestra la pantalla, una vez más). Lo que tengo que ver yo en los casos de ahorcados en celdas de comisarías o cárceles, es si el surco que deja la soga es vital o post mortem, por si colgaron un cadáver. Si veo una impronta nada más es porque colgaron un cadáver. Si el tipo tiene el nudo en la nuca y la cara de color azul ya empezamos mal.
Practicó el arte de los samurai
La casa de Raffo está repleta de espadas y elementos de la cultura japonesa y samurai. Él practicó el kendo hasta los 75 años. Además de ser cinturón negro en judo y en karate. Su maestro de kendo y aikido volvió a Japón y se convirtió en el jefe de los docentes para adiestrar a los tropas de élite de la policía nipona. «Acá está mi maestro, con él aprendí lo que es ser un hombre a la hora de combatir con o sin espadas», recuerda el médico legista parado al pie de su escalera, donde también está la medalla que recibió de Juan Domingo Perón, cuando era joven y estudiaba medicina. «Viajé una vez sola a Japón, pero con eso me alcanza y me sobra», asegura.
Lola: «se trata de un asesino torpe»
«Lo primero que pienso es que la autopsia no es clara. El forense Castro no definió el tipo de asfixia que sufrió la muchacha. En un homicidio se cuenta con 72 horas para resolver el caso. Hasta ocho días, después de ahí pisamos terreno infértil.
Lo que veo en este crimen es que se trata de un asesino torpe. Que utilizó un cuchillo sin filo, un arma no apta para matar, desafilada. Topográficamente eligió lugares no mortales para agredir a la víctima. La chica dicen que murió por asfixia, pero yo estoy dudando de esa autopsia. ¿Qué tipo de asesino es este? ¿De qué estamos hablando? Creo que se trata de una persona joven o una mujer. No despreciemos esto. Hay mujeres muy capaces de asesinar si pueden sorprender.
La chica salió con un libro a caminar, en principio, buscando un lugar cómodo en la playa. Pero los investigadores uruguayos aseguran que el cuerpo fue encontrado en una zona de médanos. ¿Cómo fue que llegó hasta allí, fue amanazada, alguien la arrastró? Son preguntas de las que no se puede hallar respuestas certeras. Además, el lugar donde encontraron el cadáver se debió haber preservado mejor. Tenían que haber tamizado toda la arena de alrededor para encontrar elementos de prueba valiosos para la causa. El doctor Castro dijo que estaba apenas cubierta por arena en posición cúbito lateral derecha. Es muy difícil que en esa posición entre arena en los bronquios al pulmón. El asesino es tan torpe que ni siquiera se dio cuenta de que Lola estaba con vida. Es una cuestión que no me explico. Yo he visto muertes de chicas jóvenes como esta chica donde son casos de predominio banal. Es un término que nosotros usamos para los hipotensos, las personas que se desmayan. He visto tocarle la boca al que no está muerto ahí. Si estamos ante un caso de esos, han inventado la causa de muerte.»
«Lo importante es ver la cara de la nena y cómo la mataron. Es el movimiento palmar. La gente se muere de tres a cinco minutos, o sea, que el asesino la tuvo sujetando en ese tiempo. Este es un pulmón bien congestivo –señala la imagen de Candela–, se rompe en pequeñas partículas. La persona quiere respirar y el aire bombea en vacío a los pulmones.»
«Esto de pararse en el lugar del hecho –dice mirando el momento en que los jefes policiales estaban en la sede de la CEAMSE de José León Suárez con el cuerpo de Ángeles– no debe hacerse nunca. Tiene que haber un jefe de equipo que les diga que no vayan para ese lugar. No se debe permitir la presencia de personal subalterno porque venden las fotos.»
«Esta es la lucha del hombre (Mangeri) para abrir las piernas de la nena. Vea las huellas que dejó en las piernas. La golpeó y la asfixió a Ángeles con sus 120 kilos. El cadáver habla. La medicina legal es una especialidad pero antes de practicarla, hay que saber aprenderla. Los legistas tienen que saber leer la escena primero. Son la infantería forense.»
«Robledo Puch me llama a mi casa y me dice que lo usé para ser famoso. Uno se siente extraño cuando enfrenta a un hombre que no tiene afectividad. Yo nunca he visto un psicópata como él. Nace un Robledo cada 100 años. ¿Sabés a cuántas personas mató? Entre 20 y 30. Y lo hacía por divertimento, como si se tratara de un juego.»
«En una camilla estaba el cadáver de Favaloro, vestido con un pijama de color gris, muy humilde, un par de anteojos en el bolsillo superior izquierdo y una chancleta sola, la otra quedó en el camino. Ahí me dio como un ataque de histeria, perdí la firmeza. Dije: ‘no quiero que lo toque nadie’. Lo lavé todo y lo peiné. El corazón estaba reventado de un tiro de un 357 Magnum.»