Cuando el 2 de abril de 1997 trabajadores y trabajadoras de la educación instalaron una carpa blanca frente al Congreso Nacional, pensaban que la protesta se extendería por algunos días. Debatían si iniciar un ayuno de 48 horas y analizaban medidas posibles para reclamar por un aumento de los fondos económicos destinados a la educación a través de la sanción de una Ley de Financiamiento Educativo. Aquel día, hace 25 años, nadie imaginaba que la carpa docente permanecería allí durante 1003 días y se convertiría en un emblema de la resistencia de la clase trabajadora a las políticas neoliberales de los noventa.
María Laura Torre, hoy secretaria adjunta del Sindicato Unificado de Trabajadores de la Educación de Buenos Aires (SUTEBA), estuvo entre los 1500 maestros y maestras ayunantes que, literalmente, le pusieron el cuerpo al reclamo. Ayunó durante 27 días, cuando llegó al límite del peso que le habían señalado en los controles médicos: 47 kilos. “No todos podían llegar al final del ayuno, fue difícil, los cuerpos no siempre se acostumbran. Nos cuidaban mucho, pero al mismo tiempo me acuerdo que tenía mucha hambre y extrañaba mucho a mi familia. Mi compañero traía a mi hijo todos los días, yo era de las que podía verlos. Pero había compañeras que también extrañaban y eran de Chaco, Tucumán, de otras provincias. No había celular, teníamos un solo teléfono, no había plata para andar haciendo llamadas de larga distancia, no había redes sociales. Pero había un apoyo de la comunidad impresionante”, recuerda un cuarto de siglo después, en diálogo con Tiempo.
La carpa recibió la visita de alrededor de 3 millones de personas y el apoyo de colectivos como Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y diferentes personalidades como Eduardo Galeano, Mercedes Sosa, Luis Alberto Spinetta, León Gieco, Alfredo Alcón, entre muchos otros y otras que alzaban el cartelito de “Docente argentino ayunando”, convertido en un símbolo. La medida se levantó el 30 de diciembre de 1999, casi tres años después de haberse instalado, cuando el Congreso Nacional promulgó una Ley de Financiamiento Educativo que garantizaba un fondo salarial de $660 millones de dólares.
“Siempre trabajamos con las nuevas generaciones de docentes varios hitos: uno es la Marcha Blanca (protesta que encabezó la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina –Ctera- en mayo de 1988, tras más de 40 días de paro) y otro es la Carpa Blanca. Porque parte del pedido tenía que ver con algo que después pudimos conquistar en el gobierno de Néstor Kirchner, la Paritaria Nacional Docente. Visto desde hoy, la carpa fue emblema no solo de la lucha docente sino de la comunidad en su conjunto, fue un lugar de resistencia para muchos colectivos de trabajadores y trabajadoras y movimientos sociales. Por la carpa pasaron muchas más demandas que las de la educación”, remarca Torre. Y relata que durante esos 1003 días bajo esa carpa se discutió no sólo sobre temas paritarios y salariales, sino también sobre contenidos educativos.
“La carpa en su momento fue una medida de lucha que fue caja de resonancia de todos los reclamos populares –coincide Angélica Graciano, secretaria general de la Unión de Trabajadores de la Educación (UTE)- Iba a ser por poco tiempo y llegamos a 1003 días. El espacio se transformó en el lugar de los reclamos de todos los referentes de la cultura, el arte, el periodismo. Apoyaban nuestros reclamos pero además llevaban sus propios reclamos contra las políticas neoliberales”. En ese espacio también había lugar para consignas en defensa del mercado interno, por políticas productivas y de sustitución de importaciones y por el cese del pago de la deuda externa.
El rol de Graciano en la carpa estaba en la atención de ayunantes, la distribución de caldos y líquidos, que había que respetar estrictamente. “Hubo momentos duros, veíamos a los ayunantes que adelgazaban. El cuerpo pasó a ser la materialidad de un reclamo por la educación. Se entregaba todo”, destaca. Y sostiene que “en el imaginario social (la carpa) quedó como la ruptura o el resquebrajamiento de las políticas neoliberales. Fue y es un símbolo de lucha, que muestra que los maestros no sólo pelean por su salario, sino también por las condiciones en la escuela. Fue una gran clase pública de 1003 días”.