Rosario hierve. Literal. En la última década, la ciudad santafesina ganó las pantallas por los crímenes relacionados al narco y encabezó el ranking nacional de homicidios. Pero no sólo es eso. También es un micromundo donde las pequeñas cosas se sobredimensionan al punto de rozar la locura.
La entrada la ciudad indica la pasión que mueve las fibras intimas de los rosarinos: el fútbol. Columnas de cementos decoradas con los colores de los equipos más grandes de la ciudad, paredones con amenazas al clásico rival y recordatorios a los caídos en una batalla que enriqueció a pocos y entristeció a muchos.
En La Granada, zona sur de la ciudad, el muro de la cancha de futbol tiene tatuada la cara del vecino más ilustre: Claudio Pájaro Cantero. También hay un pilar con la placa que lo recuerda como El ángel de La Granada, hombre fuerte, vecino y compañero.
Pero a Claudio no lo apasionaba el futbol, sino los caballos y los autos. También jugar al ajedrez. Así lo recuerda su madre, Celestina, detenida con una tobillera electrónica en la casa donde vivió toda la vida.
– Era sencillo. Le gustaban los pájaros y los caballos.
Celestina tiene una medalla y dos aros de oro con la imagen de su hijo. También las uñas pintadas de blanco y el pelo teñido de caoba. El árbol plantado en la esquina de su casa la protege del sol pero no de la tristeza.
A tres cuadras, asoma la ruta 9. Los pilares del puente que la atraviesa lucen los colores de Newell´s. y los bloques de cemento que separan ambas manos, los de Rosario Central. Aquí no hay insultos ni amenazas. Todo está organizado. Uno de los hijos menores de El Pájaro comenta que nadie se atreve a pintar en sectores ajenos, porque todo está acordado.
– No me interesan ni Newell´s ni Central. Pero las cosas se respetan.
El calor de la ciudad sienta a los vecinos en las veredas. Se escucha cumbia santafesina y ni un disparo. En La Granada no hay ranchos de chapa; es un barrio construido para que viviesen los agentes policiales y que se hizo conocido por Los Cantero, el clan más famoso de la zona sur.
Celestina es la madre de todos. Y sólo una madre puede entender el dolor de perder a un hijo. Además, tiene tras las rejas a Guillermo y también a Ramón, hijo de crianza.
A Ramón le dicen Monchi y es hincha de Newell´s. Sus ídolos son Ariel Ortega y Diego Maradona. Los dos jugaron en el Coloso del Parque Independencia con la camiseta rojinegra. Llegó a La Granada en su adolescencia y cuando Pájaro se mudó con Lorena, la madre de sus hijos, ocupó la pieza junto a Guillermo.
Ahora es uno de los principales imputados del juicio más importante de la historia de la ciudad y está alojado en el pabellón 7 de la Unidad 11 de Piñeiro, a 30 kilómetros del centro rosarino. Para visitarlo hay que llegar a la 7 de la mañana del sábado, hacer la fila para presentar el DNI, retirar el número rosado y aguardar que los penitenciarios autoricen el paso. La espera desalienta. El calor es intenso debajo del tinglado con bancos de cemento donde se refugian las mujeres e hijos de los detenidos. Hay colchones de una plaza, bagallos para los presos y tres ventiladores en las paredes. El desdén penitenciario es la gota que todo el tiempo amenaza con rebalsar el vaso. Los familiares cargan una larga espera y los aparatos están desenchufados. Hay bebés y niñas y niños que recién empiezan a caminar. Todavía no entraron y el cansancio cruza sus miradas. La condena de los hombres también arrastra a sus familias.
Después de varias horas, el encargado de la puerta llama por números. Una vez adentro, hay que hacer otra fila y presentar el DNI. Después de chequear el parentesco con el interno, los guardias colocan una pulsera amarillo fluorescente como si fuera el vip de un boliche. Todo marcha perfecto hasta que se menciona el apellido del preso y todos alrededor levantan la mirada.
– ¿A quién viene a ver?, pregunta el guardia.
– Machuca, Ramón.
Mencionarlo endurece la vigilancia. Entonces el subdirector del penal prohíbe el ingreso e invita a retirarse. La cordialidad de los candados es insultante. Más si el oficial de la guardia reconoce que, de tratarse de otro interno, el desenlace del trámite sería otro.
LA MÁS VIBRANTE DE LA ARGENTINA
Rody Soria es del barrio de La Boca y tiene un pyme que a partir del domingo, entró en la historia del futbol argentino. El dueño de Megatelones fue el encargado de coordinar la pintura del la bandera más grande del país y que puso al clásico entre Central y Newell´s en el centro de la escena mundial.
– Nos llevó 12 días de trabajo de pintura. La tela la consiguieron los chicos de Central y se encargaron de la costura.
Soria durmió en el club para estar cerca del lugar del trabajo. Y ayer estuvo en la cancha para disfrutar de su trabajo.
– Arrancamos con el telón de Peñarol de 300 metros, seguimos con el de Talleres, que tiene 400, y ahora llegamos a los 530 metros con el Central. Llevo 95 telones en el futbol argentino y en el mundo. Estuve en Colombia, Venezuela, Uruguay, ahora me voy a Bolivia pero la pasión del clásico rosarino es distinta a todos.
La bandera, quizás, sea la muestra de lo que significa Rosario, donde todo se multiplica a la máxima potencia. El domingo, cuando todo se tiñó de azul y amarillo, la tribuna norte mostró el guerrero que distingue a la hinchada canalla y en la sur, sobresalió el escudo peronista. Los que entienden de hinchadas, dicen que Los Guerreros son la barra más peronista del país. Y la más vibrante.
Rodrigo Córdoba no durmió en toda la semana. Fue uno de los encargados de que la función no tuviese contratiempos. En la platea del río Paraná, junto a su hijo y su familia, cuenta que la idea surgió del grupo de hinchas denominado Carnaval Auriazul.
– Comenzamos a pensar cómo juntar la plata. Desde nuestro grupo Los pibes del El Caribe, nos sumamos y conseguimos los primeros rollos de tela. Hablamos con peñas, filiales, empresarios, dimos participación a toda la gente. El que no tenía plata, vino a coser, a mover la bandera. Fue un trabajo del pueblo canalla. Entre la confección y la pintura tardamos dos meses. Es una locura que sólo nosotros la entendemos, nacemos con esta enfermedad en la sangre.
El partido resulta una anécdota. El gol tempranero no relaja los corazones canallas. Se canta, se grita y hay coincidencia en el enemigo de la tarde, el numero 10 de Newell´s, Brian Sarmiento, que no puede cumplir su propio sueño: ganarle a Central en El Gigante de Arroyito, teatro principal de la historia de una ciudad en constante estado de ebullición.