Hace unos años los «verdurazos» irrumpieron en los centros urbanos como forma de protesta y visibilización de la situación crítica de los pequeños productores y campesinos, un sector históricamente postergado. Una demanda puntual fue el hilo conductor de todas las luchas que dimos desde la UTT: el acceso a la tierra propia.
La forma innovadora de protesta une al sector del pueblo que producimos los alimentos (horticultores, fruticultores, tamberos, granjeros, yerbateros, chacareros) con el pueblo urbano que los consume, y permite un diálogo de necesidades y la búsqueda en común de soluciones. Así pudimos ir instalando en la agenda pública las condiciones críticas de nuestro sector y ganar el apoyo de la sociedad civil a nuestros planteos, como la necesidad de promover el modelo de agroecología y la de generar canales directos para la comercialización. Nuestra mayor demanda ante el Estado es que avance el proyecto de Ley de Acceso a la Tierra (suerte de Procrear rural, a través de créditos blandos).
Lo que sorprende ya no es el productor regalando su producción como forma de protesta, sino las largas colas de gente esperando a recibir alimentos. La protesta del campesino genera una ayuda para sectores que hoy no pueden acceder a la comida. Así, desde la UTT multiplicamos los «feriazos» (ya no regalando sino vendiendo a precios bajos), que en cada punto del país donde se realizan suponen una respuesta al gran desafío de los gobiernos actuales y futuros: hacer que la comida le llegue a la gente a menor precio. Sería un enorme error pensar que eso se logrará únicamente con control de precios en góndola o acuerdos con las grandes empresas agroalimentarias. Hay que desarrollar una nueva política agroalimentaria, y eso no puede hacerse sino de la mano de quienes producimos los alimentos.
Hoy los alimentos en la Argentina se producen a costo dólar, tanto en los insumos primarios como en el combustible necesario para la producción y el transporte, o en el valor de la tierra (y más cuando compite con negocios inmobiliarios o producción de commodities). Hoy el modelo agroalimentario parte de un modelo agropecuario basado en el agronegocio, con semillas importadas, agrotóxicos, concentración de la tierra y de los canales de comercialización que permiten la especulación, e irracionalidad impositiva. Se destruyen las economías regionales y prospera un campo sin gente. Hay que decirlo de manera clara y contundente: dependemos de Monsanto-Bayer para comer todos los días. Es necesario transformar este modelo de producción, democratizar la matriz productiva para que la familia urbana acceda a alimentos más sanos y baratos. Así lo definimos en el Foro por un Programa Agrario Soberano y Popular, que cientos de organizaciones realizamos el 7 y 8 de mayo.
Proponemos: un modelo de agroecología que, además de ser saludable, bajaría enormemente los costos de producción sin disminuir los rindes; una política de acceso a la tierra para quienes producen los alimentos; políticas impositivas segmentadas; el fortalecimiento de las agroindustrias locales para que la producción de alimentos elaborados no sea oligopólica, quitando kilómetros de traslado al producto final; y una activa generación de mercados locales de abastecimiento, surtidos por pequeños productores de la zona.
Propuestas como estas no sólo bajarán los precios de los alimentos, sino que transformarán profundamente el modelo, dignificando a la familia productora y generando puestos de trabajo en los territorios. Es necesario para esto un pueblo organizado, propuestas claras y decisión política. Las primeras dos ya las tenemos. «