Durante los últimos 15 días tuvo mucha difusión en España el caso de Iván Vaquero, un hombre joven que según algunos diarios de su país fue asesinado a golpes por haber llenado las paredes del pueblo en donde vivía, Velilla, en las afueras de Madrid, con graffittis dedicados a una ex novia. Según se supo luego, el asesino habría sido un vecino de la víctima, en el frente de cuya casa Vaquero había escrito con pintura en aerosol uno de los supuestos mensajes de amor para quien fuera su pareja. TQMT, decían los crípticos mensajes que Vaquero replicó en cada pared vacía de Velilla, un código que utilizaban los amantes cuando todavía estaban juntos para manifestarse su amor, cuyo significado era “Te Quiero, Mi Todo”. A raíz de eso los medios españoles, incluidos los diarios más importantes, no dudaron en calificar a la historia como una tragedia de amor. Pero la historia esconde mucho más.
En primer lugar, algo que lejos de resultar romántico pertenece al terreno del acoso y el hostigamiento. Porque los graffittis de Vaquero incluían más que solo esas cuatro letras mayúsculas que representaban el amor que la pareja alguna vez se tuvo, pero ya no. Porque lo que decían exactamente las pintadas del joven asesinado era “Ya no TQMT” y esa pequeña variante convierte a supuesto mensaje amoroso en uno de despecho, al que la multiplicación en cada pared del pueblo volvía casi un acto de intimidación. Fueron muchos los que tras la muerte de Vaquero especularon sobre el significado oculto de aquellas letras y creyeron descubrir en ellas una amenaza velada: “Ya no Te Queda Mucho Tiempo”. Pero fue Diana, esa ex novia aludida en los mensajes, quien reveló el auténtico significado durante el sepelio de la víctima.
¿Pero cómo se produjo el crimen? Esa noche Vaquero se dirigió comprar comida en un restaurant que estaba cerca de uno de los lugares en donde había dejado grabado su mensaje para Diana. Pero al pasar por ahí encontró a un grupo de adolescentes inmigrantes haciendo lo mismo que él: pintando la pared con pintura en aerosol. El problema fue que los chicos se divertían pintando encima de sus queridas cuatro letras y entonces él los increpó para que dejaran de hacerlo, iniciando una discusión que no tardó en escalar. El griterío llamó la atención Alberto J., un hombre que vivía en un departamento justo encima del lugar y al ver lo que ocurría bajó enseguida para sumarse a la pelea y llevarla al siguiente nivel. Alberto atacó a Iván a golpes no se sabe bien por qué y lo dejó tirado en la calle muy lastimado. Cuando la ambulancia llegó para darle atención, Vaquero todavía estaba consciente, pero dos días después falleció a causa de la paliza brutal que recibió.
A pesar de que el agresor había sido señalado por algunos testigos, lejos de corroborar esa información no fueron pocos los vecinos que le apuntaron a los jóvenes inmigrantes como responsables del crimen. Es que los chicos ya habían provocado algunos desmanes en el pueblo, como robarse alguna cosa o prenderle fuego a una palmera, y al parecer eso los convertía en potenciales asesinos. Las acusaciones los tuvieron durante un par de días en la mira de la policía, pero enseguida detuvieron a Alberto, que actualmente se encuentra imputado por el asesinato de Iván Vaquero. Sin embargo no deja de sorprender la facilidad con que muchos se apuraron a señalar a a la pandilla juvenil, a cuyos integrantes los medios de España identifican como MENA, una etiqueta que en la Argentina es prácticamente desconocida. ¿Qué significan estas otras cuatro letras con las que se clasifica a estos y a otros jóvenes inmigrantes?
MENA es el acrónimo de Menores Extranjeros No Acompañados, una categoría utilizada por el sistema de migraciones en España para identificar a los jóvenes que llegan hasta el país sin la compañía de un adulto. Debido a la normativa legal vigente, los mismos quedan a cargo del Estado hasta cumplir la mayoría de edad. El mismo se preocupa por el destino de esos chicos incluso después de cumplir los 18 años, a través de un sistema de «vivienda de emancipación» en las que algunos de ellos permanecen cuando oficialmente dejan de estar bajo la tutela pública. A pesar de estas regulaciones, la situación de estos chicos, que ya es muy delicada por sus propias características, se ve agravada por el aumento de la animosidad que una parte de la sociedad española manifiesta contra ellos. Las muestras de desagrado hacia los migrantes menores son cada vez más habituales en toda España y han escalado en peligrosidad.
Durante el pasado mes de diciembre el escuadrón antibombas de la policía madrileña desactivó un artefacto explosivo hallado en el jardín de un centro de acogida para menores extranjeros en el barrio de Horteza, de la capital española. Aún se desconoce quién fue el responsable de que haber colocado esa bomba en una casa habitada por chicos. Aunque este tal vez sea el ejemplo más extremo, no es la única muestra de odio que los niños y adolescentes extranjeros han padecido en aquel país. En julio de 2019 varios menores resultaron heridos luego de que el centro de acogida en el que residían, cerca de Barcelona, fuera atacado por adultos que gritaban consignas como “¡Fuera MENAS de nuestros barrios!”. En otro pueblo en las proximidades de la capital catalana también hubo protestas por la construcción de un centro de acogida.
El tema se ha convertido en una brasa caliente que los diferentes sectores políticos se arrojan entre sí, en busca de liberarse de su incómoda carga y de hacer responsable del asunto a alguien más. Santiago Abascal, líder del partido de ultraderecha Vox y vecino de Horteza, aseguró el año pasado que durante la campaña electoral era abordado de manera constante por vecinos que le manifestaban preocupación por la presencia del hogar de acogida en el barrio. «Me encuentro con mujeres que me cuentan que los policías les dicen que no salgan con joyas a la calle; con madres preocupadas porque sus hijas llegan por la noche y tienen miedo de ser asaltadas», aseguró. Con ese discurso, en las elecciones realizadas hace exactamente un año su partido obtuvo 58 escaños en el Parlamento.
Aunque los miembros de Vox condenaron enfáticamente los ataques que reciben los hogares de acogida, la portavoz del gobierno en funciones, la socialista Isabel Celáa, atacó la postura tras la aparición del artefacto explosivo. «El gobierno no sabe quién lanzó la granada. Lo que sí pudimos oír fueron las manifestaciones [de Abascal] en relación a los MENAS. Y las palabras, al final, se interiorizan e intoxican conciencias ajenas», aseguró la funcionaria.
Consultado por el portal de noticias británico BBC Mundo, el fiscal coordinador de Menores José Javier Huete Nogueras descartó que exista una relación entre los menores inmigrantes y un aumento de los delitos graves. Sin embargo también reconoce que la de los niños es una situación muy delicada. «Se trata de un colectivo de chicos que han tenido un periplo migratorio complicado, que llegan con expectativas hasta un país del que desconocen muchas veces el idioma”, pero “de pronto se encuentran con situaciones distintas de las que esperaban” y esto “les genera frustración», apuntó. «Es inevitable que algunos cometan hechos delictivos” que acaban generando “una sensación de inseguridad en los entornos en los que estos se producen», continuó el fiscal, indicando además que eso deriva en la inmediata estigmatización de todo el colectivo. Algo que, aseguró, “es tan injusto como irreal” y que puede provocar en ellos “un daño permanente”.
El problema no solo está muy lejos de ser resuelto, sino que los datos confirman que se trata de una tendencia que va en aumento. En 2018 fueron localizados 7.026 niños y adolescentes que llegaron a España sin el amparo de un adulto. El número supone un incremento de casi 200 % respecto del año anterior y de más del 3.000% en comparación con 2014. Hasta justo antes de que comenzara la pandemia había, según los datos oficiales, alrededor de 12.750 menores migrantes a cargo de las distintas instituciones que se dedican a su cuidado. La mayoría de ellos llegados al territorio español por vía marítima, procedentes de distintos países del continente africano.
Si bien las regulaciones humanitarias que rigen en el territorio español le proporcionan a la mayoría de esos chicos un espacio de contención, al cumplir la mayoría de edad se termina el problema tutelar pero comienza otro igual de urgente. Porque cuando esos chicos se ven obligados a integrarse como adultos en la sociedad, vuelve a encontrarse con el desagrado y la falta de oportunidades que ya conocieron durante la infancia, pero amplificada por una falta de empatía aún mayor. Porque si a mucha gente no le resultaban simpáticos siendo apenas unos niños, ya grandes las manifestaciones de rechazo que reciben son mucho más abiertas y agresivas. Todo eso sin mencionar el limbo legal en el que quedan, inhabilitados muchas veces para buscar trabajos en un marco de legalidad.
La paradoja que expresa el recorrido de estos chicos es un espejo atroz para las sociedades de occidente. Movidos por la esperanza de una realidad mejor que aquella a la que pueden acceder en sus países, miles de chicos solos se aventuran a cruzar el mar, un desafío al que muchos no sobreviven. Pero al llegar a su destino, en lugar de encontrarse con su sueño se descubren en medio de otra pesadilla, distinta de la que los envolvía en sus propios países, pero no por eso menos aterradora. La palabra MENA se ha convertido en una nueva forma de expresar un desprecio que no tiene nada de novedoso, porque el racismo, la xenofobia y la discriminación son tan viejos como la humanidad. Lo que en este caso asusta, es que las víctimas de ese odio sean apenas nenes y nenas que no solo son incapaces de defenderse, sino de siquiera comprender por qué reciben tanto odio.