“La policía de Chubut tiene tanta impunidad que la mujer acá no vale nada”. La frase, pronunciada por Ana Ramírez, ayuda para entender el horror, si eso fuera posible. Ana fue violada en reiteradas ocasiones por su superior durante la instrucción para ingresar a la fuerza provincial. Durante el curso también sufrió todo tipo de agresiones y hostigamientos. No lo soportó más y abandonó a 22 días del egreso. Antes de hacer público su martirio, Ana había denunciado las vejaciones ante los jefes de la institución, pero solo recibió destrato e indiferencia. Cuando al fin consiguió una orden de restricción contra uno de los instructores que la había amenazado si seguía hablando, le balearon la puerta de su casa, poniendo en riesgo no solo su vida, sino también la de su familia. “Ahora que se metieron con mis hijos, voy a contar todo y luchar hasta las últimas consecuencias, y si me pasa algo, por lo menos van a saber quiénes son los principales sospechosos”, avisa.
El 11 de marzo de 2019, durante el ingreso al Centro de Formación Policial N°663 de Comodoro Rivadavia, Ana –29 años, separada, madre de dos hijos– cumplió un sueño largamente postergado. “A mí la carrera me encanta. De chiquita en todos los cuadernos dibujaba una mujer policía, era mi sueño, mi vocación”, recuerda.
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Pero el traslado de la cabo Lloyd, a cargo de las instrucciones, y su reemplazo por el teniente Adrián Carranza estropeó para siempre la vida de Ana. “Al principio me hacía cebarle mates, me decía cosas desubicadas, por ejemplo, que tenía experiencia en la cama porque tenía dos hijos. Me tocaba la cola o los pechos cada vez que podía. Así fue escalando, incluso, castigaba a mis compañeros por mi culpa cuando yo le decía que no. Aunque él hacía todo eso cuando estábamos solo, más de uno lo vio, pero no quiso hablar”.
El quiebre fue en mayo. Carranza la acorraló en el baño de una de las habitaciones de las estudiantes mujeres y, luego de “manosearla”, la obligó a practicarle sexo oral. “Me pasaron cosas horribles y siempre aguanté por el miedo de perder el trabajo. Yo tengo un nene con autismo, al que muchas veces me lo derivaban a otras provincias y necesitaba el dinero para afrontarlo. Hasta que no pude más. Todavía me acuerdo y me da asco”.
Ana sufrió dos abusos más con acceso carnal. Según la denuncia que radicó en la fiscalía de Comodoro Rivadavia, en uno de ellos Carranza entró al baño donde ella estaba, la tiró al piso con una técnica de defensa personal, le bajó los pantalones y la penetró mientras le tapaba la boca con una mano. “Me dijo que si quería permanecer en la escuela tenía que hacer lo que él me decía. Quedé shockeada en ese momento, no sé por qué no grité. Solo recuerdo que sentía mucho dolor, ni en el parto de mis hijos sufrí tanto. Cuando terminó me dijo ´viste que te gustó´. Se limpió con mi pantalón y se fue”.
Ana debió ausentarse cuatro días por las lesiones en los genitales causadas por Carranza. No se atrevió a contarle a su pareja de entonces (también policía) que el jefe de instructores la había violado, solo reconoció que él se había metido en el baño y la había tocado. “Al volver, fuimos con el papá de mis hijos a ver al director de la institución, el comisario Martín Guajardo, y a su segundo, el oficial Pablo Marilaf, para contarle de mi situación. El director me prometió que iba a hablar con Carranza para que cambie su actitud, pero yo no tenía que hacer ninguna denuncia. Querían que todo se arreglara dentro del despacho. Hasta me culpaban del bullying que iba a sufrir mi pareja”.
“Me arruinaron”
Aún hoy, Ana no sabe por qué les creyó. No solo no se castigó a Carranza, sino que tuvo carta blanca para escarmentarla. Incluso contó con la complicidad de su segundo, el cabo David Cruz. “Me decían que era una amargada, una botona. Me aislaban de mis compañeros para que no les pueda contar nada o los ponían a correr sin ninguna razón y les decían que la culpa era mía”.
En septiembre, Ana realizó la primera denuncia en una fiscalía luego de que Cruz la amenazara de muerte al cruzarse con ella en un hipermercado. “Por suerte había una cámara que lo registró y así conseguí una orden de restricción. Pero el domingo 29 de marzo, a las tres de la mañana, balearon la puerta de mi casa. Al día de hoy, no tengo ninguna medida de protección, ni un patrullero pasa por mi cuadra, el fiscal Martín Cárcamo no responde los mensajes de mi abogado. Tengo pánico, no quiero que me desaparezcan”.
Ana también cuenta que luego de la denuncia por las amenazas tuvo una reunión con el jefe de la Policía de Chubut, el comisario general Miguel Gómez, donde le contó que había sido violada por un superior, pero él lo minimizó diciéndole que podía compensarla consiguiéndole un puesto de cocinera dentro de la fuerza.
“Acá la policía se maneja como quiere –se lamenta Ana–. Tanto Carranza como Cruz siguieron cumpliendo servicio como si nada, pero ellos me arruinaron mi familia, mi sueño, mi vida completa”.