El feriado establecido por el presidente de la Nación con motivo del atentado contra la vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner hizo que hoy las escuelas estuvieran cerradas. No me toca darles clase, pero quise estar con mis estudiantes de alguna manera, y les escribí un mensaje breve que compartí por los medios de comunicación que tenemos con ellos: “Buenos días, chicos. Solo quería acercarles mi saludo y mi compañía en un día tan grave y triste. Lo que sucedió, lo que podría haber sucedido, no merece otra cosa que el mayor de los repudios. Ayer, lamentablemente, nuestra sociedad atravesó simbólicamente una frontera que, más allá de todas las discrepancias que podamos tener, habíamos decidido cerrar al final de la última dictadura. Es un día, en lo posible, para pensar mucho. Pero para condenar unánimemente lo que pasó. En eso no puede haber fisuras.
Por mi parte, siempre desde el respeto por las diferencias de opinión, pero con mis propias ideas, quería expresarles que renuevo mi compromiso de trabajar para consolidar la democracia que aprendí a tener como un valor innegociable desde 1983. Dentro de ella, y del respeto a la vida, se puede discutir todo.
Hoy lo único que quiero decir es que estoy convencido de que a la muerte solo la aman los fascistas, como escribió Antonio Tabucchi. Les dejo un abrazo, si me permiten. Es un día para estar, al menos de esta forma, juntos”.
Cuando nos volvamos a ver con mis chicos, tendremos que darles contenido a estas ideas, que se sostienen en dos ejes: la experiencia de lo que los más grandes hemos vivido, y la reflexión crítica sobre el pasado que ejercitamos en nuestras clases. Pensaba, mientras les escribía, que la defensa de la vida es algo que excede al legado del “Nunca Más”, pero que nació de él, del rechazo a la dictadura y de la concepción de la democracia como fundante de las mejores posibilidades que como sociedad podemos tener. Entonces, la brutalidad de lo que vivimos simbólicamente, y que podría haber terminado mucho peor, remite al trabajoso camino para consolidar esta democracia maltrecha y que resiste, aún cuando a veces parecería que como sociedad no la valoramos. Les diría que no deberíamos haber necesitado un atentado para valorar el diálogo y repudiar la violencia, física y verbal.
Para muchos de los que somos más grandes, que conocimos tiempos de dictadura aún como niños, es lógico que el núcleo duro de lo que defendemos se remita a “los setenta” y “los ochenta”, pero qué egoístas somos a veces. Les explicaré que la memoria hace esas trampas, y que aquellos años los vivimos como lo que llamamos “primavera democrática”. Nadie escapa a su historia, pero debe hacer algo con ella. Con una mano en el corazón, ¿quién, de unos cincuenta años, ante la convocatoria a la Plaza no recordó aquella concentración de pascua de 1987? ¿Sólo yo sentí alguna pena al pensar lo lejos que estamos de poder logar esa unidad masiva, aunque sea momentánea, ante el peligro? Les expresaré esa vergüenza que siento, como adulto, por no ser capaces, los más grandes, de actuar esa masividad urgente ante lo que pasó. ¿Sólo yo recordé la foto de Rafael Calviño del carapintada apuntándole desde un auto? Les hablaré de esa foto, no para decirles que la historia se repite, porque no es así, sino que los derechos se defienden; se conquistan y se defienden, que es algo muy diferente.
Y al enunciar eso, claro, estaré aceptando que las luchas de ellos, los más jóvenes, son diferentes a las mías. Que podremos encontrarnos en un aula, y en una marcha, pero que viven su presente de otra manera, e imaginan un futuro, quizás, diferente al mío. Entonces, deberé actuar aquello en lo que creo: correrme del centro, y tratar de entender a qué traducen esta amenaza que vivimos. Qué hacen con esas memorias, si deciden cuidarlas o no, y cómo. Porque lo cierto es que desde 1983 al presente, hemos avanzado en tantos planos, y retrocedido en tantos otros que afectan su posibilidades de futuro que el equilibrio entre ponerle palabras a lo que pasó y un prudente silencio frente al recuerdo de nuestras fallas será más difícil que de costumbre. ¿A qué me refiero? Que no solo hemos naturalizado, socialmente, este binarismo y esta polarización que llevó, ayer, a un magnicidio. Lo sé. Cuando todos somos responsables, nadie lo es, pero la democracia se trata precisamente de eso, de la responsabilidad colectiva. De los reaccionarios y los antidemocráticos, del fascismo, no se puede esperar más que una escalada en el odio y la intolerancia, pero quienes creemos en la democracia y nos identificamos en este concepto lavado y que deberíamos precisar de “campo progresista”, tenemos más deberes que aquellos que en nombre de la democracia son antidemocráticos. Y eso es posible solamente si sabemos qué país queremos, y no solamente qué país no queremos, tanto más fácil.
Esta pregunta, que les invitaría a mis estudiantes a pensar como una forma de reflexión, es urgente después de la pandemia. La supervivencia de la vicepresidente al atentado, ayer, es una más de la que experimentamos millones de argentinas y argentinos, nuestros chicos también, con muchas menos herramientas que nosotros para procesarlas. Es una supervivencia más. Pero como es la vicepresidenta, y esa muerte violenta hubiera sido un magnicidio, al atentado es un símbolo de la degradación a la que algunos han llevado a nuestras instituciones y nuestras formas de hacer política.
El atentado contra CFK me permitiría evocar la historia de esta democracia, el peligro al que estamos expuestos cuando esta es puesta en duda como sistema. Destacaría el repudio masivo al atentado, y llamaría también la atención sobre el casi automático “pero” que siguió a muchos de los repudios. No: es a favor o en contra de la vida. Así de sencillo. Y a favor o en contra de la democracia.
Estaría dispuesto, entonces, a que me dijeran que muchas de las discusiones que presencian les resultan ajenas, discutiría la idea de “casta política”, concepto que se ha instalado en la boca de muchos de mis estudiantes y que me parece peligrosísimo. Pero no lo rechazaría, lo problematizaría. Trataríamos de armar entre todos la pregunta de por qué la democracia, ese ritual del voto, casi se redujo a eso, y abandonó el diálogo, la discusión, el conflicto respetuoso de la vida y las diferencias. Trataría de escuchar, entre el griterío de los adultos, el susurro esperanzador y risueño de los jóvenes. Trataría de encontrar, en este gesto de la muerte que falló por poco, las formas de construir vida y comunidad. Esa sería una forma de honrar a mis muertos pero, sobre todo, de hacer lugar para que las y los jóvenes imaginen las vidas que desean, y piensen, a la luz de otras luchas y otros momentos de la historia, cómo construirlas.
*Federico Lorenz es historiador y escritor, investigador adjunto del CONICET y profesor de Historia en el Colegio Nacional de Buenos Aires.
Analia
5 September 2022 - 10:00
¿Hablar de "casta política" es peligroso? Creo que dejaron muy en claro que pertenecen a una casta, sino no hubieran decretado feriado y tampoco estarían pidiendo que paren con el juicio de vialidad para que haya paz. Creo que sí no fueran una casta, aceptarían los hechos como cualquier ciudadano común.