Recorro el país en verano, los paisajes me generan deleite como también el encuentro con la gente del lugar. Conversando surge insistentemente, sin buscar, la pregunta: «¿cómo pasaron la pandemia por acá? ¿y por allá?». Las y los analistas sabemos que lo que insiste toca lo traumático que desbordó al psiquismo y busca forma de tramitarse; «eso» irrumpió sin que el sujeto estuviese advertido, dejándolo en un impase. Trauma significa herida: cada región cuenta sus muertos de pandemia, sus adolescentes angustiados, ancianos que quedaron desconectados, la manera de «volver», de «ir volviendo» y aquellos que aún «no pudieron salir» de diferentes confinamientos. «¡Cuánto trabajo para ustedes con la pandemia!» replican con insistencia cuando comento que me dedico al psicoanálisis. Respondo que hay trabajo como «nunca antes». La pandemia marcó un hito desde donde se cuenta distinto: antes/después; nada volvió del mismo modo. Siguen los relatos, se hace necesario hablar, en vacaciones, frente a paisajes increíbles; aún necesitamos seguir enlazando este trauma, curar la herida. La conversación cambia: «¿y cómo vivieron el mundial?» es otro de los tópicos que, sin buscarlo, aparece. Nadie esperaba una pandemia, la película distópica salió de la pantalla y la ficción se hizo real. Ganar el Mundial era algo que se venía esperando demasiado, «lo increíble» se hizo real esta vez… «De la buena manera»…
Recorro diferentes pueblos, en las escenografías urbanas –como recordatorio– siguen presentes carteles de «quedate en casa» y vidrieras con fotos de la Selección. Vuelvo al hotel. En la tele un reality con personas encerradas en una casa rompe récords. Tal vez sea esta una manera de hacer del trauma una ficción, de volverlo a la pantalla.
Regreso de mis vacaciones, es tiempo de retomar mi práctica analítica en CABA y seguir apostando por el poder que tiene la escucha y la palabra para las heridas del alma.