A las personas trans nos imaginan siempre adultas. También nos imaginan en determinados momentos y espacios: la noche, la calle, las llamadas “zonas rojas”. Aparecemos en las secciones policiales de los medios de comunicación, en noticias con títulos estigmatizantes o como bufonas en la televisión. En la libidinosidad donde fuimos colocadas (como identidades cloacalizadas)[1], el mundo hace una lectura de nuestras vidas donde lo que se registra es nuestro cuerpo, nuestra performatividad, lo que aun sigue provocando abyección, pánico moral, sin tener ningún tipo de registro sobre nuestras experiencias vitales.
Detrás de todas estas representaciones, ¿alguien se pregunta si ellas quieren estar paradas en la ruta? Si de poder realizar otro trabajo ¿seguirían ahí? ¿Quiénes son sus familias?¿Serán felices? ¿Quién se ha preguntado al ver a una de nosotras: ¿cuántos años tendrá? ¿Cómo habrá sido su infancia?
A mi infancia podría rotularla como “feliz” porque tuve aceptación familiar. En principio mi deseo sólo configuraba nuevas formas de sentir. Siendo apenas un niño de 5 años me gustaba un compañerito del jardín de infantes y sentía mucha vergüenza por ello. Hablo de deseo, de gustar, y no de orientación sexual porque ni siquiera tenía un registro de mi sexualidad. La vergüenza y tachar a ese nene en las fotos a esa corta edad eran claros indicios de que algo afuera me transmitía que “eso” estaba mal.
Con el paso de los años, comencé a exteriorizar otros deseos. A tener el pelo largo, a utilizar indumentaria que estaba asignada como femenina. Y lo comencé a manifestar dentro de mi familia.
“Nosotros te vamos a querer siempre, decidas lo que decidas”, fueron las palabras de mis padres, lo que me dio mucho alivio para poder continuar creyendo que mis particularidades no serían obstáculos para desarrollarme en lo que deseaba para mi vida. Pero a su vez, eso era dentro de mi hogar, y debo decir que más por parte de mi madre que de mi padre. En esos tiempos yo no sentía la necesidad de cambiar mi nombre asignado al momento de nacer, por más que no coincidiera con mi apariencia.
Mi padre tenía un local en Grand Bourg (provincia de Buenos Aires), donde vendía productos para animales, y yo trabaja allí algunas horas. Un día, una clienta le dijo: “Qué bonito que está su hijo, parece una nena”. Luego de ese comentario –que me dio mucha vergüenza– mi padre me dijo: “¿qué vas a hacer de tu vida? Vos sé lo que tengas ganas de ser, pero decidite”.
En ese momento no entendí muy bien el mensaje; hoy ya de adulta puedo entender que él necesitaba que yo respondiera a un binarismo, que quería ser “un adolescente” o “una adolescente”, no eso “intermedio” que estaba siendo. Sentí alivio porque seguía entendiendo “la aceptación”, pero desde ese momento comencé a transitar la feminidad, a desear lo femenino entendiendo que la única posibilidad de serlo era ser mujer. No tenía muchas referencias de otras personas travestis o trans, y mi vida comenzó a ser de otro color: Violeta.
La cantante, poeta y activista travesti argentina o “artivista trans sudaca” (como le gusta que la nombren) Susy Shock, ha escrito y hablado mucho acerca de este sistema binario hetero-cis-sexual que nos obliga a “decidirnos”, como me pidió mi padre en aquel entonces.
“La heterosexualidad como régimen político ha construido todo: las leyes, las instituciones, los simbolismos y no puede dejar de construir heterosexualidad y no puede advertir o no tiene ganas de advertir de hay otras posibilidades. Entonces, unx docente se para en un aula para enseñar matemáticas suponiendo que está frente a heterosexuales y eso en sí ya es un fracaso, mas allá de las violencias, es un fracaso como sistema pedagógico. En la mayoría de los casos esto mismo se reproduce en el seno familiar, que termina siendo el territorio más violento, el espacio donde liberamos todas las batallas porque no tenemos nada a mano que nos permita trascender la heterosexualidad obligatoria”, me dice Susy, quien en los últimos años se ha dedicado a profundizar sobre las infancias.
En 2018 publicó “Crianzas”, donde cuenta cómo es ser una “tía trava” y ha acompañado la lucha de padres y madres de niñes trans. “Tenemos que empezar a pensar desde la teoría y la pedagogía travesti-trans, porque tenemos una práctica. En mi caso soy mamá y tía. No sé si tenemos todos los marcos teóricos, porque nuestro mismo devenir, nuestra misma coyuntura empobrecida no nos brinda “ese espacio de paz”, como diría Marlene Wayar[2], para pensarnos concretamente. Pero vamos haciendo y ejecutando en la urgencia”, agrega.
¿Cómo es ser madre de una hija trans?
Dándole un giro a estos pensamientos, hoy también me pregunto: ¿Cómo será ser una madre o un padre de un hije trans? ¿Cuántas preguntas se les pasarán por la cabeza? ¿Cuántos miedos? ¿Cuánta información necesitan para no reprimirte o violentarte? ¿Cuánto amor?
Con estos interrogantes entrevisté a Gabriela Mansilla. Gabriela es la mamá de Luana, la primera niña trans en el mundo en obtener el Documento Nacional de Identidad cuando se promulgó la Ley de Identidad de Género Argentina en el año 2012. Luana tenía apenas 6 años de edad.
Gabriela se convirtió en una referente en la lucha por las niñeces trans, escribió el libro “Yo nena, yo princesa”, testimoniando la transición de su hija, y fundó la Asociación Civil “Infancias Libres”, que defiende los derechos de les niñes trans y crea un espacio de acompañamiento y socialización para sus familias.
Hoy Luana está a punto de cumplir 13 años y Gabriela sigue militando como el primer día, convencida de la importancia de visibilizar estas infancias y adolescencias.
– ¿Por qué es importante hablar de las infancias trans?
– Empezar a hablar ahora de infancias y adolescencias trans va a cambiar la expectativa de vida de 35 años de las personas trans en América Latina, va a poner en agenda política esta temática. Se va a empezar a abordar otra clase de educación. Necesitamos hablar para cambiar la cultura, para bajar el nivel de violencia que existe con el colectivo travesti trans. Una vez que se entiende que el camino es abrazar, entender, acompañar, respetar, queda toda la otra parte: el afuera. Hay que ir a la escuela, andar por la calle, y entonces no sólo hay que trabajar con las infancias para que se amen, sino que hay que trabajar con el resto de niñes y adolescentes para que puedan sociabilizar con una persona trans, sin rechazarlas ni discriminar, despojar de los fantasmas que otras infancias o adolescencias pueden tener sobre otras niñeces trans. Si no hacemos eso, no van a dejar de existir la violencias. Tenemos que comenzar a quitarle el peso negativo y darnos cuenta: son niñxs como cualquier otrx y necesitan exactamente lo mismo.
-¿Ves cambios en los últimos años en el modo de abordar las niñeces trans?
– Sí, aunque no veo grandes cambios. Veo cambios cuando nos movemos, cuando exigimos, porque esto surge por otras voluntades. Todavía estoy peleando para que respeten a mi hija en la escuela. Hay cambios, pero en lo macro ni siquiera conocen la ley de identidad de género y no se preocupan por conocerla. No existe predisposición a interiorizarse en el tema. Esperan que suceda, y con la papa quemando en la mano, empieza la necesidad de saber qué hacer. Tener una ley ayuda a todo eso. Las mamás de esta nueva generación vamos a estar eternamente agradecidas con el colectivo que la militó, es una herramienta para presionar con la ley. Hay muchos casos de escuelas privadas con asesores legales que niegan derechos. Nosotrxs tenemos una nota de Abosex[3] para cualquier situación. Hemos tenido que enviarla a muchas escuelas.
– ¿Qué rol juegan las familias en la lucha por los derechos?
– Hay un montón de cambios que hemos impulsado desde las familias, porque el colectivo trans adulto tiene tantas urgencias que necesita resolver el aquí y ahora. Porque las están matando, están peleando por derechos laborales, de salud, vivienda, entonces no pueden ocuparse de ir a un jardín de infantes para que se hable de infancias trans. En mi caso, recién cuando pasó un año de la publicación del libro “Yo nena, yo princesa”, empezaron a aparecer otras familias. Se necesitaron estos mal llamados “casos testigos”. Alguien que dijera “mi niñx es feliz, sobrevivimos”. La idea no es que sean casos aislados sino hablar de las infancias libres en general. Porque el colectivo travesti-trans nunca fue escuchado en las infancias. Pasaron 9 años y hay más organizaciones con familias de otras localidades, los cambios se dan aunque nuestrxs hijxs aún no los pueden disfrutar porque son cambios muy lentos: 7 de cada 10 escuelas en Argentina no conocen la ley de identidad de género, por ende no saben cómo abordar estas temáticas. Eso trasladalo al sistema de salud, a salir a la calle, a la violencia de género.
– ¿Cuáles son las principales dificultades hoy para las familias?
– El tema es: ¿quién escucha a unx niñx trans? Hay un estigma que se implantó de la prostitución en lxs trans y nadie quiere tener una persona trans en sus casas. Yo por eso digo en mis charlas: “llevá a las trans a tu casa, que comparta con tu familia, que sea novia de tu hijx”. Siempre van a preferir que esté en la casa de enfrente. Falta mucho para la aceptación real. Se piensa “a mí nunca me va a tocar” y cuando les toca se quieren morir. Hay que deconstruirse primero unx para poder acompañar a tu hijx. Ahí es cuando saltan las violencias, el machismo, cómo nos atraviesa el patriarcado. Las mamás se empezaron a despertar y empoderar, y eso crea distancias con sus esposos. También hemos tenido casos a la inversa. Se han separado un montón de familias por tener unx hijx trans.
– ¿Qué mitos creés que hay que derribar?
– El biologicismo: la idea de que por tener pene sos un varón o si tenés vulva sos mujer y no hay discusión. La ley obliga a que llamemos a las personas según cómo se identifican, pero mucha gente sigue pensando que sos otra cosa. Lo mas difícil es lo cultural, lo arraigado, lo que ya está establecido. Porque la ley te obliga pero la conciencia no la toman. Estamos en ese momento en que se hacen cosas pero no se genera un cambio interno. Por ejemplo, para que mi hija no quisiera lastimar a su pene ni esconderlo, tuve que amar su pene yo primero y eso fue lo genuino que ella intuyó y eso es lo verdadero. No solo desde lo discursivo porque el rechazo se siente, por más que intentes disimularlo. Vos te das cuenta cuando la gente te ve en la calle y te quiere o te rechaza.
-¿A qué se enfrenta unx adolescente trans que transicionó en la niñez?
-Me lo pregunté mucho tiempo. Creo que primero se enfrenta a si mismx. Lo veo en Luana que tiene una experiencia muy positiva gracias a los recuerdos, el abrazo, estar siempre en su hogar. Pero cuando viene el desarrollo puberal creo que lxs adolescentes se enfrentan a si mismxs, en esos cambios físicos y ahí es donde más crisis se debe generar. Por ejemplo, en las masculinidades trans, cuando comienzan a crecer las tetas. Si no tenés todo un bagaje previo de amor, ya no empezás a encajar. Inclusive por más que te ames, adentro de la casa todo bien, pero cuando tenés que salir al afuera empieza ael “que no se me note”. A eso hay que sumarle la falta de madurez para poder enfrentar lo que enfrenta una persona adulta, esa adolescencia que adolece y encima es trans. Luana ahora está en esa etapa de niña que quiere seguir jugando pero a su vez quiere un novio, y la mirada del afuera pesa más. Y empiezan a aparecer las relaciones con otras personas, el amor, la necesidad de que te quieran así como sos.
– ¿Cuáles creés son los principales peligros?
– Es una etapa muy peligrosa, se enfrentan a la calle, se enfrentan a la sociedad. A las redes sociales, al abuso, a encontrarse con situaciones de relaciones sexuales, a saciar el apetito sexual de otra persona para que les quieran. O ir a jugar a la pelota siendo un varón trans y pasar por la experiencia del vestuario o las duchas. O quedarte a dormir en la casa de alguien, irte de un boliche con alguien, que te sometan a interrogatorios. Yo le digo a Luana que quiero que esta iempre sea su casa. Que si se enfrenta con alguna situación fea afuera, regrese a su casa. Acá tiene a su mamá, su cama calentita, el abrazo de sus tías y tíos, de su abuela, el de su hermano. Pero no dejo de pensar ¿y quién no lo tiene? ¿sobrevive? Siguen siendo contadas las familias que te brindan esa seguridad. Si ves la realidad, te morís de miedo y no querés que tus hijxs salgan de tu casa. Yo hoy estoy tranquila de que mi hija se sabe trans, se quiere, se ama y no tiene conflicto con su cuerpo. Pero el día de mañana, que ella quiera borrar sus caracteres de la pubertad y decida intervenir su cuerpo, con cirugías, hormonas o lo que quiera, la voy a acompañar. Y sé que va a venir más por una exigencia del afuera. Yo lucho por algo que no sé si mi hija llegará a disfrutar, pero al menos vamos a dejar un mensaje para y por las nuevas generaciones. Que tengan trabajo, educación, que alguien les quiera realmente. Tener un DNI aún no les salva de nada, por eso necesitamos el cambio cultural.
Las palabras de Gabriela me resuenan, me llevan de viaje por mi historia. A mi cuerpo lo comencé a amar gracias a que fue amado, deseado y aceptado. Y no por un hombre, sino por la primera institución que nos debería abrazar, la familia. En mi caso, mi madre fue quien hasta sus últimas horas me acariciaba el cabello y mirándome me decía: “qué linda que estás”. Gracias a esos momentos pude seguir viviendo. Gracias a esos momentos me amo, amo y permito que otrxs lo hagan.
El futuro es sin géneros cuando paren de matarnos
Como nos dice Gabriela, estamos transitando ese cambio cultural y afectivo hacia nuestro colectivo. Y al mismo tiempo, cada activista travesti y trans, algunas más visibles, otras escondidas, están en los barrios y en diversos espacios. A veces llevándole una bolsa de alimentos a otra, porque saben lo que es la ausencia, o en un comedor comunitario preparando la leche para quienes no tienen. Son acciones que abren caminos. Abren, entre otras cosas, la posibilidad de que otrxs te vean, te sepan comprometida con el desamor, con la negación. Y trabajando para que eso no siga ocurriendo en las nuevas generaciones. Aun ocupándonos con tareas pedagógicas sobre nuestras existencias, porque nuestro activismo trasciende los “beneficios” personales, le estamos gritando a un mundo que nos dejen vivir dignamente. Que no rompan esas alitas en sus pichones. Que nos responsabilicemos de lo que tantas veces se simplifica en un mero acto biológico que trae a otro ser a este mundo. Avisarles: ellxs no merecen la violencia que sostenemos por acción u omisión. No hace falta mucho más que despojarnos de la pedagogía afectiva con la que fuimos construidxs y crear nuevas formas en donde prime “el motor del cambio”, como diría Lohana Berkins, que es el amor.
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