Oscar y Oli abrieron El Sindicato Tatto en la avenida Maipú al 500, en Vicente López, hace seis meses. Al poco tiempo la selección ganó el mundial, y explotaron los pedidos. “Nos aumentaron al menos un 50% los clientes. Venían a tatuarse las tres estrellitas, ‘Elijo creer’, a Messi, aún hoy siguen viniendo. Hace dos semanas tatué un Messi con el 10 debajo a un muchacho”, cuenta Oscar, que arrancó en el oficio hace 20 años.
El origen, como casi todos, lo tuvo a él en el rol del tatuado, en los ’90. Su primer tatuaje fue el logo del hombrecito negro de los Fabulosos Cadillac en el hombro. “Fue en un sótano tremendo, bien de los noventa, el tatuaje era algo marginal”. Cuando quiso arrancar a tatuar encontró al mejor modelo a mano: él mismo. Comenzó en su pierna. “Quedó horrible”, recuerda. Un amigo, con quien inició en el rubro, optó por otro modelo: cuero de chancho.
Oli empezó a tatuar más de grande, hace unos diez años, aunque siempre fue un devoto de los tatuajes: “veía a mi abuelo marino tatuado y decía: ‘quiero esto para mi vida’. Aprendí mirando y preguntando a grandes tatuadores a los que admiraba. Esto es oficio, tradicionalmente arrancabas con un maestro y vos eras aprendiz. Hoy hay escuelas, pero es como dice el dicho: ‘el que no sabe, se pone una escuela’ (risas). Con las redes y youtube también hay más autodidactas”. Claro que eso también implica peligros: “hace un par de años empezó a haber más tatuadores en departamentos, nadie los controla. Y podés encontrar de todo. Hay muy buenos en estudios, y otros que no sabés”.
Los tatuajes, la higiene y la seguridad
“En países como Francia dan licencias, y si tatuás en tu domicilio te caen –continúan–. Acá a nosotros se nos controla como un comercio, y también con el manejo de residuos patógenos”. En Ciudad de Buenos Aires tienen un problema: para contar con la habilitación y poner un local necesitan hacer un curso de bioseguridad. La cuestión es que solo puede ser en el Hospital Rivadavia, y lo dan dos veces al año. La inscripción ocurre solo en febrero.
“En pocas horas las vacantes se agotan –explican–, entonces te quedás sin poder poner el local. Es un techo de cristal que te impide el marco legal”. Y resaltan cómo la seguridad es tan importante para el cliente como para ellos mismos: “pensá que si desconocés del tema, te rascaste la cara y te podés agarrar hepatitis. Por eso es crucial mantener la higiene y conocer de bioseguridad”.
Hoy el rubro vive cambios tecnológicos e instrumentales. “Antes, esterilizabas todo, ahora usamos todo descartable. Con la tecnología también llegó la industria. Ves empresas que antes hacían secadoras de pelo y hoy venden máquinas para tatuar. Y hasta mecanismos tipo impresoras que te tatúan solas, pero no se va a perder lo artesanal, porque lo que se olvidan es que acá el papel es la piel, y está viva. Necesitás de un tatuador que conozca y que sepa que no da lo mismo cualquier tatuaje en cualquier parte del cuerpo, la piel cambia de persona a persona, la profundidad, o tener en cuenta si tenés que estirarla”, enfatizan, al tiempo que se lamentan por la situación socioeconómica del país para un rubro con insumos en gran parte dolarizados.
El mundo del tatuaje se fue naturalizando en la sociedad (si bien aún es marginal para las normativas y los gobiernos), también ayudado por las redes y los ‘famosos’ que fueron mostrando sus tatuajes. En los primeros tiempos las personas se tatuaban en la espalda, las piernas, zonas que no se vieran al público. Hoy les llegan clientes que su primer tatuaje se lo colocan en el cuello, en dedos o manos. También fue bajando la edad y ya no es inusual ver a adolescentes que llegan con sus madres o padres.
Microrrealismo y tatuajes: el lienzo está vivo
El auge multiplicó la presencia de tatuadores. Muchos vienen de las artes y el diseño. “El problema es que a veces una buena idea no es un buen tatuaje. Porque acá el lienzo está vivo, y va cambiando. Ahí está el oficio, para lograr que el tatuaje sea sólido en el tiempo”.
El tiempo, justamente, es la medida que toman para cobrar. Un tatuaje puede ir de los 15.000 a los 30.000 pesos o más, depende si les lleva una hora o el triple. Hay zonas más difíciles para tatuar: “las blandas, como glúteos, la panza, las costillas, donde hay que pedirle al cliente que aguante la respiración unos segundos porque si no la aguja puede entrar mal y la tinta se expande; la piel es elástica y se puede arruinar el tatuaje. Hay muchos factores, no es hacer dibujitos”.
Hay tendencias. Hoy, por ejemplo, están creciendo los tatuajes más minimalistas, líneas finas, microrrealismo. “Una persona te pide una cafetera de dos por dos centímetros, con todos los detalles, hasta los tornillos. Bueno, eso en tres años va a ser una mancha negra. Uno se lo tiene que avisar, aunque después lo quieran igual. En algún momento de la historia dejó de importar la longevidad del tatuaje. No se toma conciencia a veces de que los tatuajes se expanden, migran”.
Uno de los pedidos que más salen son las frases. Muchos piden nombres de sus parejas. Oli se niega a hacerlos: “no tatúo nombres propios –enfatiza–, tampoco otros que transmitan odio. Hace poco un muchacho me preguntó si hacía tatuajes políticos. Pensé que hablaba de cosas como el escudo peronista o la K, que suelen pedir; cuando llegó me pidió una esvástica. Obvio que le dije que no”.
La pregunta es obligada: ¿qué es lo más raro que tatuaron? Oli rememora la apodada “santa cachucha: un pibe que me pidió que en una pierna le haga una vagina con el velo de la virgen de Guadalupe”. A Oscar una amiga le pidió un poema en todo el antebrazo con letra imprenta. “Lo odié, pero no me equivoqué en ninguna letra”, se jacta. Otra pareja se tatuó un código de Spotify que al escanearlo lleva a reproducir en el celular la canción Ambar Violeta, que aludía al nombre de su hija.
Al mismo tiempo les llueven pedidos de gente que vio algo en las redes. “Pinterest arruinó la identidad del tatuaje”, decreta Oli. “Antes llegabas y tenían un book del tatuador, y elegías un diseño original. Hoy vienen con el celu y te dicen ‘quiero este que vi acá’. Quieren que copies idéntico algo que otro tatuador hizo para otra persona. No puede ser copy paste. Si venís y me pedís la letra de una canción de Spinetta en la espalda te puedo sugerir otras formas de decir lo mismo, quizás con algún dibujo que no sean solo letras que no lleva mucho arte, y que nadie lo va a ver”.
Y acota: “prefiero no hacer algo si sé que te va a quedar mal, hay que hacer un balanceo; orientar y aconsejar. Por otro lado, el tatuaje tiene que hacer feliz a la persona, si técnicamente se puede, se charla y se avanza. Pero se está perdiendo mucho la charla. Hay que buscar que no sea: ‘vení, te tatúo y te vas’”.