Hace unos años Raúl Brasca y Luis Chitarroni publicaron Antología del cuento breve y oculto. En el prólogo establecieron su mecánica de trabajo: «No nos detuvieron las clasificaciones ni los géneros. Buscamos en biografías, libros de poemas, ensayo y hasta en recetarios y manuales de instrucciones. Alguna vez corrimos el riesgo de incluir simplemente una cita o una anécdota». En efecto, el libro incluía, entre muchas otras cosas, un fragmento de una receta de Doña Petrona C. de Gandulfo, verdadero prócer de la gastronomía, que sacado de contexto se convertía en un micro relato cabal.
Esta hermosa antología es una prueba de que la realidad está infectada de ficción. La política es un ejemplo palmario de esta afirmación. No por casualidad se habla del relato K y del relato M, en el mismo sentido en que se habla de la los relatos de cualquier escritor. En este caso, por supuesto, las iniciales no aluden a Kafka ni a Marechal, sino a figuras de la política argentina.
Pero para ser justos, ningún frente político ha aportado tanto a los diferentes géneros de la ficción como Cambiemos. Podrá discutirse si sus integrantes cultivan el aforismo, el haiku, el micro relato, si su producción puede enrolarse dentro del surrealismo, del realismo delirante de Alberto Laiseca o del realismo atolondrado de Washington Cucurto, pero no hay dudas de que más que política, hacen ficción literaria. En algunos casos, incluso, hacen literatura explícita, adjetivo este último que suele utilizarse frecuentemente al lado de sustantivo «sexo» como eufemismo de la palabra pornografía.
¿Quién hace literatura explícita? Existe un senador poeta y partidario de la vida que ha escrito un poema antiabortista que podría calificarse de obsceno. Es cierto que esa creación de Esteban Bullrich no contiene escenas de sexo explícito, pero, en compensación, hace gala de una estupidez explícitamente pornográfica.
Pero sus méritos literarios no se agotan en la poesía. También cultiva otro género difícil de encasillar que cabalga entre la filosofía barata y los zapatos de goma, entre el aforismo naroskyano y la frase de autoayuda, entre la sentencia orientaloide y la recomendación duranbarbiana. Vale decir, es inclasificable. En 2016 sentenció en un panel sin ponerse colorado: «Debemos crear argentinos que sean capaces de vivir en la incertidumbre y disfrutarla. Hay que entender que no saber lo que viene es un valor». Nobleza obliga, por lo que es necesario admitir que como cultor de un género inclasificable es mejor que como poeta. Sus palabras, además, tuvieron un valor casi profético. Hoy los argentinos vivimos en la incertidumbre más absoluta. No hay pruebas de que la disfrutemos, pero estamos sumergidos en ella hasta el cuello. No sabemos si vamos a llegar a fin de mes, si sufriremos un desmayo o un ataque cardíaco al recibir la próxima factura de servicios, si conservaremos el trabajo, si nos alcanzarán los ahorros de toda la vida para comprar un kilo de tomates o un sachet de leche. No es posible estar en desacuerdo con el concepto de que no saber es un valor. ¿Hay alguien, acaso, que quiera saber la fecha en que morirá? Lo seguro es que moriremos, pero no saber cuándo nos quita algo de angustia. En eso se palpa el carácter benéfico de la incertidumbre. Por suerte, seguimos ignorando muchas cosas: cuándo se disparará el dólar, en qué jardín de infantes o en el baño de qué shopping tendrá lugar la próxima arenga presidencial contra los Moyano, a qué cifras se elevará la cantidad de arrepentidos, a cuánto cotizará el bife de chorizo en Wall Street…
Siguiendo el precepto de que, en materia de creación literaria, menos es más, el presidente Macri dijo: «Veníamos bien, pero pasaron cosas». La frase es una obra maestra de la síntesis, la indeterminación y el coloquialismo lingüístico, digna de Manuel Puig. Desde el punto de vista literario juega con el sobreentendido del discurso amoroso como cuando el enamorado tímido dice «con vos me pasan cosas». Aunque no especifique cuáles, la receptora o receptor de esta frase no entenderá «me dan arcadas», «siento ganas de ir al baño» o «padezco una erupción alérgica igual que cuando me pongo el pullover que traje del norte con dibujitos de llamas». Estos son los milagros que opera la síntesis literaria. ¡Vamos, argentinos, todos juntos! ¡Ajustémonos (o, mejor, ajústense) que ahorrando palabras reduciremos el déficit fiscal!
También dijo: «Estamos empezando a dejar atrás la recesión» en la cumbre del G20 en Japón. Ojo, a no confundir mentira con haiku, una forma literaria típicamente japonesa. Bueno, qué quieren. El haiku no puede superar las 17 sílabas. Era imposible que rompiera con esa forma literaria japonesa. No podía agregar, por ejemplo, «estamos comenzando a dejarla atrás, pero no recordamos atrás de qué» o «estamos comenzando a dejarla atrás, pero la muy cretina se nos adelanta siempre». «