A falta de penes de madera, en las aulas muchas veces se optaba por dar vuelta una silla y usar una de las patas para enseñar a colocar un preservativo. Claro que el resultado, por las diferencias anatómicas, era bastante pobre. Por eso las docentes especializadas en Educación Sexual Integral (ESI) remarcan la utilidad de esos penes que se convirtieron en blanco de una polémica retrógrada. Pero los consideran una herramienta didáctica más, “como un libro o un mapa”. Los efectos de la pandemia de Covid sobre la implementación de la ESI, las deudas pendientes en materia de formación docente y la necesidad de más políticas públicas para garantizar el cumplimiento de una ley que ya está llegando a los 15 años les parecen cuestiones mucho más urgentes.
“Gracias por la inesperada difusión de los penes de madera. El debate generado no hace más que visibilizar y confirmar cuánto necesitamos ESI en nuestra sociedad”, expresó la ministra de Salud, Carla Vizzotti, luego de que ciertos sectores de la política y los medios –básicamente panelistas de tevé, en su mayoría, hombres– cuestionaran la compra de esos elementos por parte del Estado. El principal oferente para fabricarlos desistió, pero la ministra confirmó que la licitación sigue en curso. Las docentes de ESI, agradecidas.
“Somos un montón de compañeras que usamos penes de madera y vulvas de tela. No hay en todas las escuelas. A veces das vuelta una silla y trabajás con la pata. Pero es mejor el elemento real. Es un dispositivo didáctico más, como un libro o un mapa. En la mayoría de los establecimientos no están, y tendría que haber”, pide Mariana Rossi, profesora de Historia, especializada en ESI y miembro del Colectivo de Docentes Feministas del Cordón Industrial, en la ciudad de Santa Fe. Cuestiona la falta de nuevos materiales desde 2015 y recuerda que, durante el gobierno macrista, hasta era difícil conseguir preservativos para enseñar en el aula. Ante la escasez de kits con penes de madera, muchas veces los compartían entre escuelas o se lo pedían prestado al centro de salud más cercano.
Sorprendida por el tono escandalizado que adquirió el tratamiento del tema en los medios, Rossi considera “un retroceso que haya surgido un debate sobre si es necesario o no, reduciendo toda la problemática al enfoque biologicista, siendo que la educación sexual es amplísima”. Y dice que la perspectiva de género también aparece en sus clases de Historia, por ejemplo, al enseñar la Revolución Francesa e incorporar la postura de Olympe de Gouges, la mujer que les recordaba a los revolucionarios que ellas también tenían derechos.
Magdalena Moreno, docente y especialista de ESI en colegios secundarios, también apunta a la importancia de esa transversalidad de la educación sexual. Coautora –junto con Cecilia Mastrolorenzo– del libro Geografía y Educación Sexual Integral. Aportes para la enseñanza de los espacios contemporáneos, publicado a principios de este año, opina que la discusión en torno a los penes de madera “apareció como una cuestión de lo que podríamos llamar ‘pánico moral’, en lugar de verlos como un recurso didáctico para el aprendizaje”, pero celebra que “abrió el juego a que pudiésemos hablar los especialistas en ESI también desde el ámbito de las Ciencias Sociales”. En sus clases de Geografía, lo hace al estudiar, por ejemplo, la cuestión demográfica: “Una pregunta que me parece interesante es a qué sector estamos mostrando cuando usamos una pirámide poblacional. ¿Está toda la sociedad o hay solo una mirada binaria? Es un punto de partida para discutir un montón de cuestiones sociales desde una perspectiva de género”.
Tanto Rossi como Moreno señalan las dificultades extra que implicaron la pandemia y, en consecuencia, la menor presencialidad en las escuelas para la continuidad de la implementación de la ESI. Pero destacan que, aun en la virtualidad, hubo resquicios posibles. “Cuando uno incorpora ESI a sus prácticas, incluso en lo virtual sigue presente. Estudiando la conquista de América para entender las organizaciones territoriales en el continente, y hablando de lo sangriento del genocidio y de cómo trataban a las mujeres, una chica –a la que yo nunca la había visto en modo presencial, o sea, no teníamos confianza– me dice desde su celular: ‘Yo creo que está mal pegar, como le hace mi papá a mi mamá’. A partir de esa situación, se activa lo que se puede en ese contexto: es más difícil sin presencialidad, porque no sabés quién está del otro lado mirando ese celular, pero hablé con otros docentes para generar una red de contención sobre el caso”.
Ayelén Bicerne, especialista en ESI y subsecretaria provincial de Géneros y Diversidad del gremio Suteba, analiza que, por la poca conexión y la alta deserción que generó la pandemia, “la ESI quedó algo relegada, porque en general no se la piensa desde la transversalidad. Es lo que está costando más. Porque se la piensa desprendida de los demás procesos de enseñanza y aprendizaje, y no es así, ese es el punto”.
Ante la “polémica” por los penes de madera, Bicerne recuerda que “antes de que se sancionara la ESI, algunas profesoras ponían el preservativo en la pata de la silla. Una vez yo había sugerido llevar pepinos. ¡Me miraban con una cara en la escuela! Pero con la pata de la silla quedaba bailando el preservativo. Cuando apareció el pene de madera, fue ¡guau! Pero no todas las escuelas lo recibieron. Y en algunas los dejaban bajo llave en un armario, en la biblioteca. A veces también hay un cercenamiento de derechos por parte de los propios equipos directivos”. «