La jornada laboral no termina. Pup Bolt está recaliente: “Es que estoy súper productivo, pero cansa el teletrabajo. A veces siento que es como estar en la peli El resplandor”, se queja el muchacho de acento caribeño, sentado en el living de su departamento compuesto por dos sencillos ambientes en el barrio porteño de San Telmo.
Mientras baja la temperatura tomando un poco de agua, Bolt se acomoda el collar metálico y los arneses de cuero que adornan su cuerpo trabajado. Es la época más dura de la miserable pandemia. Esos primeros 100 días sin amor.
Pasó el tiempo, y el muchacho cuenta que es migrante venezolano. En un primer momento se ganaba el pan como trabajador sexual independiente. Ofrecía sus servicios sumisos de “mascota virtual” -una práctica del BDSM- en los chats calientes que no dan respiro en OnlyFans y otras plataformas.
Había dejado atrás su patria grande en 2017. Nacido y criado en Valencia, la capital industrial de Venezuela, llegó a la Reina del Plata después de una deriva por Ecuador, Perú y Chile. Once días on the road.
«Necesitaba un cambio y la vida era imposible allá. Me vine con mi novio. Acá nos casamos. Argentina es un oasis de tolerancia”, relata al tiempo que juguetea con el collar metálico del cuello. Primero se ganó la vida como bachero. Después sacó a relucir su título de diseñador gráfico -en el Caribe trabajó en un diario- y finalmente fue conchabado por un estudio.
Pero no sólo de trabajo vive el hombre. Detalla: “En paralelo empecé a explorar mi sexualidad. Dio un giro de 180 grados. Probaba cosas, miraba mucho internet. Ahí me metí en la dominación. Pasé de lo virtual a las sesiones en físico. Me fueron enseñando. Esto es como la comida, no se come únicamente lo que está en el plato. Hay mucho más.”
Personaje
Látex, fetiches, cuero, dildos y la sumisión fueron el festín desnudo que Bolt empezó a disfrutar. “Como sumiso soy el que pone el cuerpo, y eso implica reglas desde el comienzo, para dejar en claro los límites. Tampoco es que uno se entrega a quien sea. Se lo tienen que ganar”. Pura dialéctica hegeliana puesta en práctica con los cuerpos.
Un día navegando en las redes sociales, conoció el Pet Play, una práctica de dominación que permite ponerse en la piel de una mascota, con vínculos y juegos consensuados. “Hay conejos, gatos, caballos. Yo elegí ser un perro. Así nació Pup Bolt, mi personaje”, dice el muchacho. Y se calza una máscara de cuero de rasgos caninos. “Me la pongo y entro en modo perro. No soy yo, siento un desahogo que no puedo poner en palabras.” Desde 2019, ofrecía servicios pagos de sumisión. Durante la cuarentena, el manso Bolt era su principal fuente de ingresos.
Pup Bolt marcaba su territorio de trabajo virtual: “Uso el cuarto, algunas pocas veces el living, porque no queda bien que se vea el lavarropas o la cocina.” De repente, husmeó en unos cajones en busca de un slip amarillo y unas largas medias deportivas. Las zapatillas lustrosas eran un fetiche que no podía faltar.
En el living del departamento, el marido de Bolt, administrativo de una empresa, pasaba la tarde completando una planilla Excel: “Hace lo que le gusta, es un trabajo que le da placer, eso me pone feliz. Él es el artista, yo le doy una mano en la contaduría. Le manejo la guita.”
La jornada laboral es flexible. Está atada a la demanda virtual. “Es como salir a pescar. Por ahí en 20 minutos se hace el día. Es muy variable. Un mes malo puede ganar 400 dólares. Pero hay que estar con empeño frente a la cámara.”
La crisis económica también pega por estos lados: “Mucha gente no tiene los mismos ingresos, y eso hace que no gasten lo mismo que antes. Se cuidan, como en todos los rubros”.
A eso de las seis de la tarde, cae la noche pesada en San Telmo. Pup Bolt dice que debemos cerrar la charla. Tiene que conectarse. Volver al trabajo. La jornada laboral aún no acaba.