Catalina Casa entró llorando a la reunión virtual con sus docentes. Estaba a punto de recibir la nota de la última materia de la carrera de Diseño Gráfico de la Universidad de Buenos Aires. Pero antes les contó que tenía coronavirus. Había sido diagnosticada el lunes, tres días antes de graduarse. Aislada dentro de su propia casa, con toda su familia asomada desde atrás de una puerta, se recibió de diseñadora en la universidad pública.
La joven de 22 años vive con su mamá, su papá y siete hermanes menores en el barrio de Montserrat. En medio de la pandemia su madre ya había pasado por la enfermedad, por lo que el protocolo familiar de aislamiento estaba aceitado. Copó la habitación matrimonial y desde ahí se conectó con sus docentes de Diseño Gráfico 3, para una devolución sobre el diseño de identidad de la ciudad de Neuquén, tal la consigna del último trabajo de su carrera, después de un año de cursada puramente virtual.
“Fue rarísimo el momento. Yo había organizado ir a una plaza al aire libre a escuchar la nota con otros compañeros. Y yo era de las que organizaba. Pero me tuve que quedar. Les pasé el link de la reunión a mis amigas, que se conectaron desde ahí. Lo que uno planea toda su vida para recibirse… pasarla así fue distinto. Pero mi familia le puso mucha onda. Yo estaba re emocionada y con un montón de cosas en la cabeza. Habrá que festejar más adelante”, dijo a Tiempo Argentino.
Catalina no sabe cómo se contagió. El lunes fue a una guardia por tener fiebre y placas, y el resultado del hisopado dio positivo. Según le indicaron, este viernes terminaría el aislamiento estricto, y ya sin síntomas.
Su docente y jefe de cátedra, Pablo Salomone, contó la historia a través de Facebook, junto a la foto que muestra un episodio de graduación en tiempos de pandemia. “Esta imagen es un recorte del Meet que se hizo la última clase de Diseño 3 de 2020. Quien está adelante es Cata, una estudiante que acaba de recibir la noticia que aprobó la materia y así, se recibe de Diseñadora Gráfica. Ese momento mágico, pensado en abrazos fundidos y eternos, soñado en el llanto emocionado y en la vigilia del ritual tonto de los huevos y anhelado como logro personal y colectivo se dio así, en las distancias. De sus docentes y de sus compañeras y compañeros. Que la acompañaron este año, más años o toda la carrera. Y de su familia, que ansiosa esperaba en la puerta de su cuarto. Porque Cata tiene Covid y está aislada. Tiene una familia numerosa que, estoy seguro, imaginó y soñó el mismo abrazo, el mismo llanto. Y sufrió y sufre mucho. No por su salud por suerte. Sino por la falta de contacto. Por los momentos que ya no serán. Ustedes dirán: ¿qué es eso frente a quienes perdieron gente querida por la pandemia? Comparar dolores es necio y sobre todo injusto. Con las dos partes. Sólo quiero decir que eso es lo que maravilló. El momento soñado y deseado no sucedió de la manera que Cata y tantas Catas en ese momento esperaron. Pero juro, porque fui testigo privilegiado, que eso que nos define como personas estuvo presente. El amor fluyó, las distancias se acortaron y cada quien festejó desde su parte”.