Corría el año 1969 y, en Nueva York, Stonewall Inn no era simplente un ‘bar gay’, era un refugio. Ubicado en el barrio de Greenwich Village, este local manejado por la mafia italiana recibía a trans, lesbianas y gays. Mientras afuera la persecución macartista buscaba proteger a la “familia normal” de la amenaza comunista, anarquista y de personas que con sus actos ofendieran la moral, allí dentro sonaba Diana Ross.
27 de junio de 1969. Podría haber sido una noche más en el Stonewall Inn: el baile desenfrenado de las identidades disidentes en cualquier momento se vería interrumpido por la redada policial. Quienes tuviesen prendas del sexo opuesto serían desnudadxs en el baño y luego detenidxs. Lo de siempre: la coima, el arresto, el fin de fiesta con patrullero incluido.
28 de junio de 1969. “¿Alguien va a hacer algo?”, gritó una lesbiana cuando la policía volvía a violentarlxs. Sin mucha premeditación pero con el agotamiento y la acumulación de los atropellos se gestó la resistencia. Fueron drags y travestis quienes a grito bravo se negaron a ser detenidas. La rebelión había comenzado, ya nada iba ser lo mismo.
El boca en boca era la red social del momento. Mientras trans, gays y lesbianas esta vez se negaban a ceder ante el poder policial, afuera quienes habían sido echados del bar se unían a la gente que fue avisada para resistir.
“Todos teníamos un sentimiento colectivo de que habíamos soportado suficiente mierda. No era nada tangible que alguien le hubiera dicho a otro, era algo así como que todo lo que había ocurrido a través de los años se había acumulado en esa noche específica y en ese lugar específico, y no fue una manifestación organizada (…). Era hora de reclamar algo que siempre nos habían arrebatado”, explicó luego Michael Fader, uno de los presentes en la revuelta.
Mitos y barricada
Fueron dos días de barricada, visibilización y pelea contra la policía que intentaba reprimirlxs. Eran trans, gays y lesbianas que la sociedad rechazaba. Eran identidades negras, latinas y pobres. Y fueron ellxs quienes iniciaron lo que se considera la génesis de la lucha y el orgullo LGBTIQ. Nadie hasta ahora se había enfrentado así a la persecución y represión.
Hay una mirada romántica, por decirle de algún modo, que dice que parte de esta furia se gestó porque la comunidad estaba de duelo por el suicidio de Judy Garland. La actriz de ‘El mago de Oz’ había muerto, y ellos, los prohibidos que para reconocerse entre sí se llamaban en clave: ‘amigo de Dorothy’, se quedaban huérfanos y no tolerarían la represión esa noche.
“Eso es un mito”, explica en su ensayo de 1971 la activista trans Sylvia Rivera: “Nosotras estábamos involucradas en muchas luchas, yo y otras personas trans. (…) La única razón por la que nos toleraban en sus filas era porque íbamos al frente, no teníamos nada que perder. Ustedes tenían Derechos, nosotras no teníamos nada que perder”.
Luchadoras invisibles
Organizaciones LGBT, activistas y prensa históricamente invisibilizaron a Sylvia Rivera y Marsha P. Johnson. Hasta Hollywood lo hizo: en el año 2015 la película ‘Stonewall’ mostraba rubios y blancos varones gays cisgénero liderando la revuelta. El boicot a esta cinta se hizo escuchar. Hoy un projecto de ley que protege a las identidades trans lleva el nombre de Sylvia Rivera, una de las pioneras del orgullo.
Antes del 28 de junio de 1969 había habido actividades de resistencia por parte de las personas LGBT; Stonewall no fue la primera pero sí la más visible e icónica. Era una época dónde ser homosexual se consideraba una ´desviación sexual’ y hasta estaba penado por ley.
La revuelta de Stonewall Inn nace en respuesta a las vejaciones y faltas de respeto a las personas trans, gays y lesbianas. Se da en un clima de violencia, exclusión e invisibilización al colectivo. Surge por la agresión clasista dónde algunas identidades parecen valer más que otras. Hoy, a 48 años después, queda mucho para seguir haciendo.— [banner presentes -] not exists. —