Actualmente, la industria alimentaria le mete azúcar, sal y grasa a todo. Es un triángulo muy sabroso. Y no es sólo cuestión de elección individual: estamos expuestos a un consumo de azúcar que ignoramos.
A lo largo de nuestra evolución, el sabor dulce fue un marcador de alimentos seguros y de alta energía. Entonces, en contextos de restricción calórica, nuestro cuerpo se prepara para reaccionar positivamente a ese sabor. Pero hoy la humanidad está en una situación diametralmente opuesta. La comercialización del azúcar la hizo omnipresente. Y la industria empezó a meterla en todo, porque además funciona como conservante. Esto hace que comamos más, y así nos empujan al sobrepeso. Antes, comer un postre era algo excepcional. Hoy hay una variedad tan grande para consumir sin parar, con kioscos en cada esquina y publicidad que te tienta y arrastra al consumo.
Nos convencieron de que el azúcar es fantástica. Y no lo es. Tiene poca densidad nutricional y debería ser un alimento muy marginal en la dieta, consumido en muy pocas cantidades, como lo fue durante gran parte de la evolución humana. Por eso es fundamental controlar y legislar sobre la industria. «