Las mujeres agricultoras y campesinas de la Unión de Trabajadores de la Tierra construimos una mirada feminista desde el territorio, atravesadas por la vida cotidiana y por las distintas violencias que se ejercen sobre nosotras y sobre nuestra tierra. Nosotras no leímos sobre ecofeminismo, sino que aprendimos en la práctica a través del modelo de violencia que golpea nuestras vidas, nuestros cuerpos, nuestras decisiones en la quinta donde no tenemos acceso a la tierra y donde no somos escuchadas ni respetadas por nuestros pares hombres. A partir de darnos cuenta de la violencia doméstica que sufrimos todos los días también nos dimos cuenta de la relación directa que existe con la violencia económica ejercida por un sistema productivo que nos envenena y que nos engañó a todos y todas diciéndonos que la única forma de producir alimentos en un supuesto modelo de desarrollo era a través del paquete tecnológico que nos venden las multinacionales.
Una compañera decía: “Nosotras vamos a defender la naturaleza porque la misma violencia que el modelo ejerce con sus agroquímicos es la misma violencia que el machismo ejerce sobre nuestros cuerpos”, y creo que sintetiza muy bien el feminismo de la tierra que buscamos construir, con vínculos nuevos que no sean de dominación y de opresión y que tengan al cuidado de la vida y de la naturaleza como eje principal. Esta pandemia puso de relieve cuáles son las actividades esenciales para vivir, es decir, la salud y la alimentación, actividades que son llevadas adelante principalmente por mujeres. Nuestras existencias siempre están relacionadas con reconstruir ese cotidiano básico para la vida en la tierra, y sobre todo las estrategias de supervivencia de las mujeres de sectores populares. Y esto es clave cuando hablamos de un feminismo popular y campesino que tenga como horizonte el cuidado de la tierra, porque es justamente en esos territorios más saqueados y empobrecidos donde hay más mujeres organizadas desarrollando estrategias de supervivencia.