“Conmocionada”. Así se autodescribe Natalia Aruguete. La investigadora académica, periodista y escritora del libro “Fake news, trolls y otros encantos” junto a Ernesto Calvo, no es la única que se encuentra así. Miles. Millones que no terminan de caer en lo que significa haber presenciado, en primer plano, un intento de magnicidio, sobre todo para un país como Argentina. Pero eso que se empezó a atribuir a un “hecho individual” habla de un contexto, de un escenario político y social que dio pie a que puedan ocurrir hechos que, peligrosamente, se fueron naturalizando y creciendo en su escala.
–¿Por qué se llegó a este punto?
–Me parece que aquí se produce una suerte de reactivación de ciertas emociones muy reaccionarias que toman la forma de odio y de una construcción de violencia discursiva que instalan una plataforma para que esta violencia quede habilitada. Si bien una podría pensar que esa actuación -o, incluso, el sujeto de esa acción violenta- no es posible inscribirlo institucionalmente, al menos por ahora, ni desde una estrategia más estructural, sí hay un contexto de violencia política que ha ido escalando, y me parece que ése es, precisamente, el contexto social en la cual este tipo de acciones tienen lugar. Aunque no deja de ser un evento conmocionante novedoso en Argentina, que no se veía desde fines de dictadura o comienzos de la democracia.
–¿Cómo se inscribe este hecho en la historia democrática de nuestro país?
–Hubo intentos de desestabilización institucional durante el alfonsinismo que no son comparables con un magnicidio, menos aún en Argentina, que no alcanza los niveles de violencia que vemos en otros países, con Estados Unidos a la cabeza. Como dice Ernesto Calvo: “en Estados Unidos, ser presidente es una profesión de riesgo”. Aunque también encontramos niveles de violencia profundos en algunos países de América Latina.
–¿Cuánto influye la naturalización de la violencia en diferentes ámbitos como los virtuales y el político?
–No observo que haya una distancia entre la violencia discursiva y la social, están profundamente imbricadas, superpuestas. No hay manifestación público-social que no deba ser entendida como una expresión político-discursiva. Toda manifestación pública es una expresión comunicacional. En todo este tiempo, lo que ha habido es un progresivo crecimiento de las expresiones de violencia focalizadas en grupos que están conectados internacionalmente, muy extremos, que habilitan esto. Son la condición de oportunidad para que algo así se produzca. Creo que ni los medios ni los referentes políticos son “paracaidistas”, menos aún los imagino como quienes inician o tienen la capacidad de manipular lo que suceda. Son parte de este entramado social cada vez más polarizado, y donde lo que más se activa son las emociones negativas. Los altos niveles de polarización eliminan cualquier posibilidad de diálogo y acuerdos alrededor de una problemática.
–Y en ese contexto de polarización y naturalización de la violencia, ¿cuánto influyen las redes y los medios?
–Estas violencias exceden el escenario mediático digital. La polarización no se inicia con la explosión de las redes, tampoco son impulsadas por los medios. Se trata de un engranaje donde convergen distintos actores que contribuyen en la construcción de este escenario. El ecosistema mediático digital —compuesto por los medios tradicionales, las redes sociales y las múltiples plataformas por las que circulan narrativas— es una pieza más del engranaje que lo supera y lo conteniente.
–¿Es posible regular las expresiones o amenazas que se vierten en esos lugares?
–Hay una exaltación editorialista de distintas celebrities mediáticas e influencers digitales que abonan a la escalada de violencia política, pero no tengo resuelto en mi cabeza cómo se aborda esto en términos de regulación. En primer lugar, porque el digital es un escenario desmesurado, donde es difícil de imaginar cómo regular la circulación de millones de narrativas al instante. Segundo, en realidad hay una regulación de hecho sobre la difusión de este tipo de mensajes. Pero está en manos de las compañías de plataformas, que hacen esta labor desde criterios empresarios y con mecanismos que están ocultos para el ojo público.
–¿Y cómo se puede seguir a futuro? ¿Cómo se pueden generar consensos que mejoren este escenario?
–Me cuesta pensarlo en este momento en el que yo misma estoy conmocionada con lo que ocurrió. No me sale hacer futurología, no soy eficaz en eso. Estamos en un momento de crisis profunda, la de ayer es una expresión extrema —espero que la última y más extrema, en el sentido de que no escale más aún— de una crisis profundísima en Argentina, que es multidimensional. Humilde y lamentablemente no termino de darme cuenta por dónde se inicia un proceso de solución de esto. Pero es un error atribuir las causas del problema a crisis individuales de manera discreta, cual si fueran compartimentos estancos. No es solo una crisis de inflación, o una crisis cambiaria, tampoco se explica por los insoportables niveles de pobreza actuales, o un problema político–institucional. Tampoco es suficiente explicar estos niveles de polarización por las burbujas que se crean en medios y redes. La crisis es multidimensional y debe ser abordada de manera comprensiva, compleja y estructural.