Antes de las 8 de la mañana, los comedores de los barrios populares abren sus puertas. Con personal reducido, alcohol en gel y las diferentes medidas de higiene previstas para esta época de pandemia, la mayoría de las que habitan estos espacios son las mujeres.
El trabajo en los barrios populares en plena pandemia ya se cobró varias vidas y de mujeres dos: Ramona Medina y esta semana la de Carmen Canevari quien trabajaba en un comedor del barrio de Flores.
Esas mujeres son quienes dejan sus hijos en sus casas y salen a cocinar para los demás. Algunas de ellas, hacen este trabajo en forma voluntaria y muchas otras forman parte de organizaciones sociales que hace años establecieron comedores y merenderos en esos barrios, pero en el último tiempo, hubo un aumento en la cantidad de vecinos que van a los comedores, se dio primero en el macrismo y luego con la pandemia. Actualmente, las puertas de los comedores no se abren más que para repartir viandas.
En la Villa 31 B, Cinthia cuenta que abrieron el merendero primero para hacer mateadas, a una semana de Ni una Menos en 2015. En ese momento, eran 30 chicos que iba a recibir un apoyo escolar que luego se convirtió en copa de leche, más tarde se abrió el comedor, que antes de la pandemia recibía 80 personas, y hoy funciona para 300.
El contexto de aislamiento, demanda nuevas medidas de seguridad. “Tenemos nuestro propio protocolo, nos dividimos en grupos de cinco y tratamos de no socializar. Nos cuidamos mucho porque no queremos cerrar. Tenemos las ayudas de la campaña de donaciones Codo a Codo de donde recibimos elementos de higiene y seguridad. También somos parte del comité de crisis y tratamos por esos lados de darnos la mano”.
De las mujeres que trabajan, muchas se acercan sólo por solidaridad o porque son jefas de hogar que no están trabajando y pueden en este espacio desestresarse y llevarse de paso la comida a su casa. Algunas sí cobran el salario social complementario pero son las menos.
“Como mujeres tenemos ese poder de pensar en el hambre de nuestros hijos, acá en el barrio se armaron varias ollas populares, se juntaban mujeres una tenía carne, la otra verduras y hoy alimentan a más de diez personas. Es importante que la ley que va a ayudar a las mujeres (la ley Ramona) salga, porque es mucho trabajo, las mujeres nos levantamos a las 6 de la mañana a pelar bolsas de papas y cebollas para que las familias coman. Después una tiene que volver a sus casas bañarse y tomar todas las precauciones para no contagiarnos. Y todas nos guardamos nuestras angustias para cuando volvemos a nuestras casas, a llorar ahí”, dice la mujer.
El espacio forma parte de Nueva Mayoría del Frente Patria Grande y la tarea principal en sus inicios fue acompañar a las mujeres en materia de violencia de género.
Vanesa forma parte del Frente de Organizaciones en Lucha y trabajar en el comedor de Fiat en Florencia Varela. “En esta época se duplicó la cantidad de gente que viene a comer. Éramos 80 ahora son 120”, expresa y agrega angustiada que les cuesta llegar con las mercaderías. “Yo vengo pero hay muchas compañeras que no pueden venir a trabajar, entonces vamos rotando en la cantidad de gente que cocina, en esta situación de pandemia en la que la gente tampoco tiene para comer, no podemos dejar de trabajar nosotras”, dice la mujer que milita hace años en FOL, y ayuda como voluntaria en ese comedor.
Son las 13 del jueves y Rita recién se desocupa de repartir viandas en el comedor de su barrio, donde asiste a sus vecinos hace varios años. En una hora comenzarán los preparativos para que a las 16 entreguen la merienda para los chicos. “Todos los días nos organizamos porque no podemos estar todos ahora cocinando, tenemos que repartir las tareas y cuidar a las demás compañeras”, dice Rita, que también forma parte de FOL.
Vivi Oscari es referente barrial y coordinadora de los comedores de la organización Somos Barrio de Pie, en la sección Matanza, en el barrio Atalaya, Atalaya, Casanova, Luzuriaga y parte de San Alberto. En La Matanza tienen más de 5000 merenderos y 200 comedores antes de la pandemia, la mayoría conducidos por mujeres. “Si bien hay un grupo mayoritario de hombres pero siempre que hay luchas o cuando hay que salir a parar la olla nos pasó ya en el 2001 y en cuando dijimos Ni Una Menos somos las compañeras las que garantizamos esto. Somos las que vemos las problemáticas del barrio, nos pasa que hoy nos piden la copa de leche porque muchos chicos no tienen, las mamás ya no pueden salir a trabajar. Son barrios donde los chicos salen a vender en las calles y ahora no pueden, eso generó que las familias estén necesitando un plato de comida”.
Vivi reconoce que en materia de mercaderías están un poco ajustados, si bien Desarrollo Social garantiza una parte, es una parte ínfima y el resto se hace “con el pulmón de las compañeras”.
En La Matanza, la cantidad de mujeres que trabajan en comedores son alrededor de 800. Durante la pandemia, además del aumento de porciones de comida, se suma la serie de cuidados preventiva. “Lo principal es la higiene. Estamos en contacto con con gente así que también cuando volvemos a casa, tenemos un mecanismo para no traer de afuera a nuestro hogar”.
La referente comenzó a militar hace 16 años en la organización Somos Barrios de Pie. “Las mujeres nos involucramos porque somos quienes vemos las cosas de la sociedad. En la organización aprendés que el otro también necesita. Yo aprendí a militar viendo que mi papá lloraba por el hambre que provocaba el gobierno menemista”, dice Oscari quien dentro de la organización también genera redes de formación y preparación para la militancia barrial. “Nací en una familia muy pobre y mi mamá esperaba recibir la caja de PAN para darle de comer a la gente de barrio, yo que era muy chiquita no entendía por qué mi mamá teniendo su cocina se iba a otro lugar a cocinar a los chicos del barrio. Y ella me explicó que hay gente que no tenía para comer. Mis hijos hoy entienden la lucha, que uno sale a militar para tener un país más justo”, agrega.
Los casos de violencia de género también se multiplicaron en esta situación y los comedores y merenderos no están al margen de estas situaciones. “Ahora es un problema porque la mujer vive con el violento en su hogar y no tienen manera de escapar. Porque el Estado tiene una deuda social grande todavía y que viene de varios gobiernos. Si bien muchas cobran planes sociales o asignaciones, no les alcanza para un alquiler. Nosotras vivimos en lugares precarios y no hay casas ni refugios de contención dignos para quienes se acercan con las denuncias. Son tan malas las condiciones que a veces un golpeador va a buscarlas y ellas vuelven a sus hogares con ellos”, cuenta Vivi. La organización tiene la red Marea para la contención y apoyo en estos casos.
El barrio de las mujeres
El miércoles se cumplieron cinco años de la primera marcha Ni Una Menos. Sin embargo, ese día las mujeres del barrio lo pasaron de luto lamentando la muerte de Aldana, una nena de 11 años que murió por el incendio que se produjo en su casa. Sus hermanos están graves con el 68% y el 62% del cuerpo quemado, y su papá está en terapia intensiva. “La mató el Estado”, dice el comunicado emitido por las mujeres que desde hace 11 años lideran la organización de un barrio que toma decisiones por asamblea y que no logran que la provincia urbanice el barrio. “Sin urbanización no hay Ni Una Menos”, agregan.
“Para nosotros fue un golpe muy duro, no la pudimos salvar. Los bomberos no llegaron, no llegó nadie, sólo nosotros los vecinos ayudamos en lo que pudimos. Venimos hace once años poniéndole el cuerpo al barrio y siempre estuvo dirigido por mujeres, esto fue muy doloroso”, cuenta Lila Calderón.
En el barrio, que tiene 620 habitantes, la situación de pandemia también generó una gran crisis. “En este tipo de barrios está más inseguro estar adentro de las casas, porque no tenemos agua, la luz se corta todo el tiempo y no está garantizado en la casa estar bien”, cuenta Romina Álvarez, otra de las mujeres referentes del Barrio Obrero. “Se duplicó la cantidad de raciones tanto en el comedor y en el merendero y por lo tanto se intensificó el trabajo”.
Hay además un frente feminista “Mujeres en lucha” que acompaña las situaciones de violencia. “Hay muchos espacios, como los del ministerio de la Mujer donde no nos sentimos cómodas, porque a muchas les importa más el papel que los hechos, las cosas se consiguen las luchas. Vamos a las reuniones, pero no son lugares donde nos sentimos cómodas”, expresan las mujeres. “Nosotras construimos un feminismo popular desde abajo y no coincidimos con la construcción de un feminismo pequeño burgués, un feminismo de libros. La realidad en cada territorio es diferente y nosotros somos de ponerle el cuerpo a las situaciones”, dicen. “Por ejemplo desde Ni Una Menos de Río Negro había salido hacer una movida virtual y colgar pañuelos en las ventanas y la verdad nosotras estamos sosteniendo los comedores y merenderos en los barrios, son realidades totalmente distintas, no podemos quedarnos en las casas sacando pañuelitos por el balcón si a las pibas las están cagando a palos igual”, dice Luz. “A nosotras nos toca garantizar que la gente tenga para comer”.
Militar a los codazos
Dina Sánchez es la referente del Frente Darío Santillán. Participó de la reunión junto a Daniel Arroyo de la reunión para apoyar la ley Ramona, y dice que las mujeres de la organización recorren el barrio pero hace unos años lograron el espacio al frente de diferentes lugares.
“Hace 20 años estamos en un sistema machista y patriarcal, hay cambios. Si uno ve las fotos de las organizaciones, las mujeres estaban cocinando y los chabones ponían la jeta. Hoy convocaron a gente como Jackie Flores para el Consejo del Ministerio de las Mujeres, nosotras estamos felices, cosa que no les pasa a los varones, ellos siempre están midiendo quién grita más, quién discute más”, analiza Sánchez.
“Dentro del FDS hay discusiones que nos venimos dando y tratamos que en lugares donde se toman las decisiones sean las mujeres, no los varones qué hacen los varones hablando de nosotras, si nosotras sabemos hablamos”, agrega. “Una mujer en situación de violencia busca a una compañera. Veo en las organizaciones que hay que seguir dando las discusiones, que seamos nosotras quienes llevemos nuestra voz. Milito en el local de Constitución en el espacio de recreación hay más compañeras, en el comedor también, siempre el cupo femenino es más grande, todavía existe que las somos nosotras las que tenemos que estar a los codazos”.
“Sin miedo a equivocarme puedo asegurar que el 70% somos mujeres, y somos las que estamos sosteniendo la olla”, dice Dina. “Venimos hablando de la gran labor que están garantizando, tenemos las compañeras que hacen los relevamiento de abuelas y abuelos, compañeras que están acompañando a otras mujeres en situación de violencia, las que van a entregar las viandas, estas compañeras que van a dejar las vianda, y los grupos que estamos acompañando los programas Detectar y el barrio cuida y el barrio”.
La realidad en los barrios populares con el Estado fue desde siempre muy dificultosa. “En la Ciudad nunca tuvimos diálogo, mientras que en Provincia armamos la mesa de trabajo un día antes que suceda lo de Villa Azul. Este gobierno toma buenas decisiones pero nosotros tenemos mucha experiencia en tratar con municipios y muchos te cierran la puerta en la cara, no hay un reconocimiento del trabajo”, expresa Sánchez y destaca la desigualdad que desató la pandemia. “Los muertos los volvemos a poner nosotros” dice.
Pero Dina resalta en especial la situación de las mujeres. “En esta cuarentena nuevamente las muertas somos las mujeres, porque la cantidad de femicidios creció mucho más. Las mujeres seguimos poniendo el cuerpo. Es un 3 de junio que no salimos a las calles pero estuvimos en los barrio poniendo el cuerpo también”, expresa la referente. “En La Boca se produjeron desalojos en plena pandemia y quiénes fueron las víctimas las compañeras travestis y trans”.
También en esta organización, ellas trabajan en la contención de los casos de violencia de género. “Se torna difícil porque esas mujeres no salen de sus casas, con las vecinas tratamos de acercarnos a llevar la vianda a hablar con las compañeras. Salir de la violencia o expresarla no es un camino fácil”.
“Ni Una Menos nos agarró en una situación difícil, hubo algunos encuentros virtuales las que pudimos porque muchas no tenían internet pero eran encuentros necesarios”.<<
La gran brecha de género en los barrios populares
El Observatorio de Géneros y Políticas Públicas (OGyPP), que dirige la socióloga Victoria Freire, elaboró un informe donde analiza la desigualdad de género en los barrios populares a raíz de los datos relevados por el Registro Nacional de Barrios Populares.
Allí se registra que la brecha de género es de 40 puntos y duplica la que surge de la EPH; además, la desocupación de mujeres en los barrios populares alcanza el 20%, casi el doble de lo medido por la EPH (11%). De quienes están ocupadas, tan sólo el 31% tiene ingresos y el 34% se ocupa de tares fijas en el hogar y sin sueldo. “Las condiciones que hablan de la desigualdad de género aumentan mucho más que el promedio de otros datos estadísticos”, destaca Freire. “La pandemia agrava esta situación porque hay muchas mujeres que no tienen un empleo y la realidad del conjunto es la sobrevivencia, salir todos los días a trabajar para tener un ingreso, es una porción de la población que no tiene un salario al finalizar el mes”, expresó Freire. “Además, aumentó la cantidad de merenderos y comedores que están sostenidos por mujeres e identidades feminizadas”, agregó la socióloga.
Un paso hacia la igualdad: la Ley Ramona
Este viernes, el ministro Daniel Arroyo se reunió con los movimientos sociales para la llamada “Ley Ramona”, que reconoce económicamente el trabajo comunitario de las mujeres que trabajan en comedores y merenderos de todo el país. Se trata de un proyecto elaborado por el diputado Leonardo Grosso y que habilita un reconocimiento de $ 5000 para los y las trabajadores de merenderos y comedores.
“Hay miles de mujeres en todo el país que todos los días preparan la comida para millones de personas que la están pasando muy mal, son la primera contención en los barrios más vulnerables, ahora y antes de la pandemia”, expresa el diputado Leonardo Grosso.
“Lo que hacen no es sólo amor y compromiso social, es trabajo comunitario y merecen un reconocimiento por el gran esfuerzo que están haciendo al cuidar a las personas que no tienen para comer”, agrega. “La pandemia visibilizó la inmensa tarea que hacen en los merenderos y comedores. Son una pieza fundamental para que la situación trágica que estamos viviendo no empeore”.