La médica Mónica Müller acaba de reeditar Pandemia: virus y miedos. El libro apareció por primera vez en 2010, pero ahora lo hace aumentado hasta conformar una historia que recorre desde la gripe española hasta el coronavirus Covid-19.

La llamada gripe española que asoló al mundo luego de la Primera Guerra Mundial está rodeada de silencio. A pesar de la cantidad de víctimas que dejó a su paso, pocas veces se la menciona. Müller hizo un minucioso trabajo de investigación para rescatar su historia. Comprobó así que tanto aquella pandemia lejana, como la que se produjo en 2009 con la gripe A y la que estamos atravesando en este momento, tienen un rasgo en común: la negación inicial y el posterior estallido de pánico.

Un rasgo a destacar es la forma en que la autora, con rigor, pero lejos del enfoque que reduce virus y bacterias a la isla de la ciencia, relaciona salud y política.

Müller es también escritora de ficción, por lo que el libro no solo recopila datos tan interesantes como desconocidos para la mayoría, sino que, además, lo hace de una forma ágil que atrapa al lector como una buena novela.

Publicado por Paidós, sello del grupo editorial Planeta, aparece sólo en formato digital para que pueda ser leído en un momento crítico como el que atravesamos. “Este libro –dice su autora- es el primer lanzamiento digital de Planeta. Me gusta no sólo porque las librerías están cerradas, sino porque el costo es más reducido y puede llegar a más gente.”

Usted dice en su libro que una bacteria se comporta de forma parecida a un ser humano mientras que un virus se comporta como algo no biológico. ¿Qué diferencia hay entre un virus y una bacteria y cómo se comporta el virus que está provocando la pandemia que padecemos?

-De este coronavirus se sabe poco porque de los virus se sabe a medida que van haciendo su trayectoria, que infectan, que producen epidemias y que desaparecen. Por ejemplo, ahora se está sabiendo que personas cuyos tests habían dado negativo luego de cursar la enfermedad, están dando positivo nuevamente. Esta es una característica de este virus que no se conocía y muchas otras se van a ir conociendo con el tiempo. La diferencia entre virus y bacterias es muy importante. Los antibióticos son muy efectivos para matar bacterias y hay antibióticos para casi todas las bacterias conocidas. En cambio, el virus no muere con la aplicación de un antibiótico. En la Argentina, donde los antibióticos son de venta libre y cualquiera los toma alegremente, las bacterias se vuelven más resistentes. Cuando los antibióticos se usan mal, se hace una selección natural y permanecen las bacterias más fuertes, se especializan para seguir siendo las más infectivas y mueren las más débiles.

-Eso no sucede con los virus.

-No. Para la biología, la definición de virus es “maquinaria programada para la supervivencia”. Cuando uno escucha eso dice qué horrible, qué susto. Las bacterias se comportan como todos los seres vivos: nacen, se reproducen, se alimentan y mueren. Los virus no hacen nada de eso.

-¿Qué es lo que hacen?

-Por lo pronto, no nacen. No se conjugan dos virus para crear uno nuevo, sino que se multiplican. Un virus infecta una célula viva, le inyecta su información genética y obliga a esa célula a producir más virus. Por eso no es una forma de reproducción, sino de multiplicación, como quien multiplica algo en una fábrica. La célula estalla y salen fragmentos, piezas del virus. Ni siquiera salen virus ya formados, ya que se ensamblan fuera de la bacteria, cosa que no hace ningún ser vivo. No se alimentan, sino que viven siempre que haya células vivas. Cuando no hay más células vivas, el virus se “desarma”, se disgrega, desaparece, pero no muere. Por eso, para frenarlo no sirve ningún antibiótico.

-¿Y qué es lo que lo frena?

-La inmunidad dentro del individuo que forma anticuerpos antes del contacto con el virus o con la vacuna y ya no deja que el virus afecte las células. Es importante remarcar la diferencia entre virus y bacteria porque si alguien con dolor de garganta, por ejemplo, toma un antibiótico y lo que tiene es viral, no va a mejorar, sino que lo que va a hacer es matar sus propias bacterias protectoras. El virus va a seguir encantado de la vida.

-¿Ese virus tiene capacidad de mutar, por ejemplo, el virus de la varicela muta en un herpes zoster?

-No, es el mismo virus, no es que mutó. Infecta primero como varicela y queda dentro de los filetes nerviosos. Cuando hay una baja de la inmunidad por cualquier causa, brota a la superficie formando el herpes.

-En su libro usted dice que la peste fascina y que las crónicas de las epidemias constituyen un género en sí mismo. ¿A qué crónicas se refiere?

-Cuando escribí eso pensaba más bien en el cine, aunque, por supuesto, también hay literatura sobre el tema. Siempre recuerdo El séptimo sello, una película de Bergman sobre la peste bubónica que muestra el desconcierto de los seres humanos frente a lo que aparece. Me gusta, además, leer sobre las pestes, sobre las epidemias en épocas en que no se conocía su causa. La peste bubónica es provocada por la pulga de las ratas. Cuando eso no se sabía, una persona con peste bubónica era encerrada en su casa con todos sus familiares y marcaban la casa para que nadie se acercara. Eso significaba encerrar al enfermo con la rata y con su pulga, por lo que se morían todos. Cuando se supo el origen de la peste bubónica, se exterminaron las ratas y se terminó la peste. Cuando en Londres se produjo una terrible epidemia de cólera, se decía que venía por el viento, por contagio de viajeros que procedían de otros países. Pero a un estudiante de medicina se le ocurrió hacer un plano de Londres y marcar dónde se habían dado los casos. Descubrió así que todos se concentraban alrededor de una toma de agua. En ese momento, dos o tres bombas llevaban el agua del Támesis a determinados lugares de la ciudad.  Este joven estudiante, John Snow, se planteó que había una relación entre el cólera y la toma de agua. Investigó y descubrió que allí descargaban muchas cloacas y fábricas y pensó que el agua debía de estar contaminada. Entonces cambiaron las bombas que comenzaron a tomar agua desde más arriba del Támesis y se terminó la epidemia de cólera. A mí me fascina esa investigación medio detectivesca de un médico que sin saber cuál era la bacteria que producía el cólera, terminó con la peste por la simple observación. 

-¿La peste bubónica es lo que solía llamarse peste negra?

-Sí, se la llamaba así porque producía unas lesiones de color negro en la piel y se la llama bubónica porque produce bubones, que son ganglios.

El Decamerón, una obra del siglo XIV, cuenta que unos jóvenes se aíslan en una villa para evitar la peste negra que asolaba Florencia y para distraerse relatan cuentos. ¿Existía ya en la Edad Media la noción de contagio?

-Al enfermo se lo aisló siempre. A los leprosos no solo se los encerraba, sino que se los expulsaba fuera de las murallas de la ciudad y si intentaban volver, los mataban. Por eso, andaban grupos de leprosos circulando por los campos y si se acercaban a un carruaje para pedir alimentos, también los mataban. Ponerlos afuera y no adentro era otra forma de cuarentena. Aquí, durante la fiebre amarilla la gente más pudiente se iba a su campo, a su casa en otro lugar dejando a sus esclavos. Así fue que se produjo la gran mortandad de los esclavos que venían de África. Los dejaron morir en la ciudad donde estaban los mosquitos que transmitían la fiebre amarilla. La historia siempre es la misma: al enfermo se lo encierra, se lo aísla o se lo expulsa.

-En su libro le da un gran espacio a la llamada gripe española de 1918, que se produjo en lugares muy distantes unos de otros y que terminó incluso con poblaciones enteras de esquimales. ¿Cómo se propagó esa pandemia en un momento en que las comunicaciones no eran las mismas que ahora?

-Aunque no igual que ahora, había viajeros que iban a Alaska, a Brasil… De hecho, esa gripe comenzó en Boston, pero se la llama española por razones políticas. Empezó con los soldados que volvían de la Primera Guerra Mundial a sus países de origen. La primera ola fue en 1917, luego le siguieron la de 1918 y 1919. Todo fue más lento, pero igual que ahora. La primera pandemia del siglo XXI fue la de 2009. Ya se podía sabía saber qué ocurría en otros países, por eso digo que fue la primera que se transmitió online. Yo investigué mucho sobre la gripe española y los diarios decían, por ejemplo, “hace una semana en Madrid hubo tantos muertos”. Todo lo que se informaba había sucedido hacía una semana o un mes, no había una información día a día como hoy. Esto es coherente con la diseminación tan rápida que hay hoy. En 2018 morían aldeas completas. Luego de un mes llegaba alguien y encontraba que estaban todos muertos. Las cosas eran mucho más lentas, pero el mecanismo de contagio era el mismo que hoy.

– Yo tengo la sensación de que lo que sucedió en 2009 no fue como lo de hoy. Sin embargo, de acuerdo a lo que dice en su libro, no es así.

-Sí, no es así. En 2009 hubo muchos casos de muerte y también un sub registro muy grande, por lo menos en Latinoamérica. De hecho, la Organización Mundial de la Salud dijo en diciembre que había habido entre 12.500 y 13.000 muertos. Pero en el mes de agosto corrigió las cifras y dijo que había habido 18.330 muertos. Hoy, con los cálculos matemáticos que se pueden hacer –tantos contagiados, tal tasa de mortalidad— se estima que en total, en todo el mundo hubo entre 200.000 y 500.000 muertos por la gripe A (H1 N1). Por ejemplo, sé que en Argentina, llegaban a la salita en Catamarca cuatro personas sintiéndose mal, se morían y eran registrados como muertos por neumonía, cuando en realidad la causa era el virus A (H1 N1). No hubo un buen registro. De todos modos, en las epidemias y pandemias es muy difícil calcular el número de muertos hasta que se termina.

-¿Qué relación existe entre la política y la salud?

– La salud es política, no son dos campos separados. Las medidas que se toman en salud pública son netamente políticas. Tiene que ver con las medidas que toman los Estados, con la comunicación que dan, con la reacción de las poblaciones, con su idiosincrasia, con el estado del sistema de salud. Las muertes de España por coronavirus, por ejemplo, se atribuyen a su deficiente sistema de salud. Singapur, en cambio, es un modelo a seguir, porque su sistema de salud es fantástico. En Inglaterra, donde la situación respecto del coronavirus es complicada, el sistema de salud comenzó a volcarse a lo privados dese hace algunos años, mientras que antes era un modelo a seguir en cuanto a salud pública. La privatización de la salud, su conversión en un negocio se manifiesta precisamente en estas situaciones. En Estados Unidos, quienes no tienen un seguro de salud son parias. Los tiran a morir a las veredas. Nosotros tenemos que darnos cuenta de lo privilegiados que somos de contar con un sistema de salud gratuito, con hospitales públicos. En muchos países eso no es común. En España e Italia lo que está sucediendo es un sorpresa horrible que se debe a la gran privatización del sistema de salud. El neoliberalismo con su tendencia a transformar todo en un producto y focalizar todo en la economía y no en las personas, produce muertes.

Usted señala que en la sociedad capitalista el medicamento también es un objeto de deseo y cuenta la anécdota de un médico que receta el antibiótico más caro porque si no lo hace, el paciente piensa que no lo atendió bien.

-Sí, en general, si la gente no se va con una receta, piensa que el médico no sabe nada. En realidad, muchas veces el buen médico es el que le dice al paciente que no tome un medicamento, que se quede en su casa, descanse y beba agua. Pero para decir eso, el médico tiene que sentirse muy seguro, si no, se siente más seguro recetando un medicamento carísimo y horrible. El medicamento se transformó en un objeto de consumo. Por eso hay gente que cree que si toma el último antidepresivo que salió al mercado es más civilizada que si toma té de tilo. Es terrible que haya publicidad de medicamentos porque hay pacientes que creen que el que tiene la publicidad más atractiva es el mejor e incluso presionan a los médicos para que se lo recete solo porque vieron en televisión que lo toma Marley o cualquiera de esos personajes. Eso es algo muy perverso.

-¿Por qué considera que no fue una buena decisión o que no es suficiente que los medicamentos se puedan vender sólo en las farmacias?

-No me refería a todas las farmacias, sino a las tipo Farmacity porque las farmacias tipo Farmacity son kioscos. Uno puede comprar golosinas, detergente, una bombacha, un antibiótico… Es todavía peor que un kiosco. Yo hice la experiencia de comprar allí cuatro antibióticos distintos y de tomar de las góndolas de medicamentos de venta libre el mismo antigripal de diferentes marcas. Fui a la caja a pagar y la cajera me dijo que muchos de los remedios que llevaba tenían la misma droga. Le contesté que me los iba a tomar todos porque me sentía muy mal. Nadie me dijo, no, no se tome todo eso que se va a morir. Nadie me dijo nada y me fui con mi cargamento de remedios. En esa farmacia creo que el criterio de venta es peor que el del dueño del kiosco, mientras que en una farmacia más chica uno no se puede llevar cuatro antibióticos y seis antigripales porque no se los venden, le señalan que está mal.

-Usted es crítica del tratamiento que se hizo de la pandemia de gripe A durante el gobierno de Cristina Fernández y menciona a Stambulian que pasa de una opinión a otra. ¿Qué considera que se hizo mal?

-Durante ese período estuve en contacto con muchos funcionarios del Ministerio de Salud y, sobre todo, con muchos médicos que estaban trabajando en eso. Primero hubo un gran desconcierto porque no se esperaba que sucediera algo así, los agarró de sorpresa. La ministra de Salud, por otra parte, no era médica aunque trató de actuar con la mayor seriedad posible. Me parece que había equipos paralelos, distintos especialistas que iban aconsejando a las distintas autoridades. Unos confiaban más en ciertos médicos, otros en los infectólogos, otros en los fabricantes de medicamentos que tuvieron mucho protagonismo en ese momento, los dueños de laboratorios tuvieron mucho acceso a las autoridades por lo que presionaron pidiendo que los dejaran fabricar aquí oseltamivir y los subsidiaran para producir la vacuna. Lo menciono a Stambulian porque, del mismo modo que ahora, en ese momento dijo que era solo una gripe, lo que creo que es una gran irresponsabilidad, aunque tampoco se trata de crear pánico. El jefe de Gabinete que era Massa dijo que no se podía cortar el turismo “pero que no se muera ningún pibe”. Seguían las clases, la gente se iba de vacaciones, se diseminaba el virus y el pretendía que no se muriera ningún pibe porque lo iba a afectar electoralmente o iba a deteriorar su imagen como político. Los equipos que asesoraban por separado a los funcionarios tenían opiniones distintas. Luego está el tema de que aquí los programas de salud duran lo que dura un gobierno. El gobierno que entra tira todas las carpetas del gobierno anterior y se empieza de cero. La experiencia, que es tan importante en la salud pública, desaparece. Es difícil manejar bien una pandemia en esa situación. No hubo una tragedia porque Dios es argentino.

-¿Y cómo ve el manejo que el gobierno está haciendo con la pandemia de coronavirus?

-Creo que esta vez es absolutamente otra historia. Lo veo muy bien. Me parece importante que las noticias las centralice una persona y que sea una persona, luego de consultar a los especialistas, la que se haga cargo de las decisiones. Es importante que haya firmeza, un equilibrio delicado porque una cosa es la firmeza y otra la mano dura. Tomar decisiones y comunicarlas bien sin ser autoritario es un arte. No sé cómo seguirán las cosas, pero por ahora las cifras de contagios y muertes son alentadoras. Además, la experiencia de los otros países sirve para ver qué hay que hacer y qué no hay que hacer.  Eso no fue así en la pandemia anterior. Me parece muy bien, además, que el gobierno esté tratando de sostener a las personas más vulnerables, porque es muy fácil decir que se encierren todos en sus casas, pero las personas que viven de vender cosas en el tren o el plomero que vive de su trabajo informal no pueden estar sin trabajar. Es una decisión difícil que no han tenido que tomar gobernantes de países europeos que no están en la misma situación.