Mucho se dice sobre los estudiantes de países sudamericanos que vienen a estudiar a la Argentina. Periódicamente, la agenda mediática instala titulares que señalan el “abuso” hacia la educación pública y gratuita del país. En ese mar de notas y editoriales hay quienes afirman que esos alumnos no pagan nada, que vienen y se van después de recibirse. Incluso algunos dan a entender que a las y los argentinos los tratan de boludos. De a poco, algunas de esas ideas se filtran en el imaginario colectivo y van construyendo una especie de mito. Sin embargo, nunca se especifica el trasfondo de estos lugares comunes sobre los estudiantes migrantes.
Entre todas esas ideas casi nada se menciona acerca de los aportes de la migración estudiantil. Mucho menos se explica de qué manera se financia la educación pública y gratuita. A los y las estudiantes migrantes se los retrata como un gasto, invisibilizando los innumerables aportes económicos, sociales y culturales. Siempre queda flotando la pregunta. ¿Qué aportan?
Ejemplo de estos mitos es la nota del diario Clarín del 6 de marzo: «Uno de cada dos ingresantes a Medicina de La Plata es extranjero». El título, alarmante, casi en tono de invasión alienígena, resaltaba la cantidad de personas migrantes en la matrícula de una carrera de la Universidad Nacional de la Plata. En redes sociales no tardó en viralizarse, como sucede cada vez que se apunta al extranjero como amenaza. En Twitter, los comentarios subieron el tono beligerante: “¡que los extranjeros paguen!”, “¡siempre somos los boludos que dan todo gratis!” “¡vienen a estudiar y se van!”, entre otras frases. Para tranquilidad de este público, y quienes con gran liviandad ponen titulares tendenciosos, dedicamos estas líneas a explicar cómo es la realidad de esos estudiantes.
Como la nota hablaba de solo una carrera, de una universidad y de una ciudad, pensemos primero lo que pasa en el país. En el 2019 según la Síntesis de Información Estadística Universitaria, el total de estudiantes migrantes internacionales de grado y posgrado, a nivel nacional, representó el 4,1% para el sector estatal y 4,9% en el sector privado. Es decir, como primera idea, tenemos que tener en cuenta que las personas de nacionalidad diferente a la argentina representan apenas un pequeño porcentaje del total.
La nota del diario Clarín buscó credibilidad a partir de un dato aislado, remarcando que “del total de los 4.471 jóvenes que se anotaron para el primer año 2.168 –el 48%- tienen documento de otro país […] 1.170 son ecuatorianos; 421 de Brasil (17,5%); 350 colombianos (14,5%); 226 peruanos (9%)”. Aunque las cifras así enunciadas no muestran absolutamente nada sobre cómo es estudiar en otro país, el significado, el trasfondo, las verdaderas implicancias de esta migración.
La nota no menciona los datos de la totalidad del sistema universitario argentino donde las personas migrantes son una marcada minoría. Claramente, reducir personas a cifras sesgadas deja inconclusa buena parte de la discusión transformando a personas en números sospechosos y amenazantes.
Que exista un importante número de estudiantes extranjeros en la matrícula no es en ningún caso negativo. Al contrario: significa que la matrícula extranjera entra en cupos específicos que los nacionales no están tomando, por ejemplo, porque eligen otras carreras. ¿Los estudiantes migrantes se están quedando con vacantes que son de argentinos? No. Ningún estudiante nacido en Argentina queda afuera de la universidad por este motivo. En todo caso, hay que analizar por qué los y las argentinas están optando (al menos en La Plata) por otras carreras.
Tal vez, de todos los sentidos comunes que enuncia la nota el menos cuestionado sea el de la gratuidad. Las vacantes de medicina en la Universidad Nacional de La Plata (así como de otras carreras y universidades), son financiadas también por los estudiantes migrantes ¿Cómo? Con el pago de impuestos como el IVA, alquileres y remesas que reciben desde sus países de origen. Los y las estudiantes financian el sistema educativo con el consumo diario que realizan en comida, servicios e impuestos que pagan por el simple hecho de vivir en el país. El sistema educativo argentino, tributariamente, se financia principalmente con impuestos nacionales y se beneficia aún más con las remesas en dólares que reciben los y las estudiantes desde sus países de origen. En definitiva, comprender esto se transforma en fundamental para derribar el típico mito que dice que “los extranjeros vienen a estudiar gratis y se van”.
Según un informe de la UBA los estudiantes internacionales llegaron a dejar cerca de 10.000 millones de pesos en la ciudad de Buenos Aires. Entonces, el mito de “estudian y se van” a veces es cierto y a veces no. Cuando se van es porque, quizás, en Argentina no encuentran buenas condiciones para ejercer la profesión. A esto hay que sumar la complejidad de ser extranjero y las complicaciones para insertarse en el mercado laboral.
Pero, por otro lado, también se quedan y eso es lo que hay que ver primero. Se quedan para trabajar de enfermeros, médicos, asistentes, muchas veces en condiciones laborales muy precarias. Allí comparten una misma realidad tangible, migrantes y argentinos/as: la precarización del sistema público a la hora de ejercer; bajos salarios y un sistema de salud a veces saturado.
¿Aportan? Claro que aportan ¿Qué aportan? Saberes, conocimiento, cultura, trabajo. Y también dinero.