“Perpetua”, se escucha en la sala del Tribunal Oral Federal Número 2 de Comodoro Py y detrás del vidrio, Miriam Lewin cierra los ojos, se abraza a una compañera y deja escapar algunas lágrimas mientras sonríe con dolor.
La sentencia, leída el 29 de novimbre de 2017 dando por finalizado el juicio por la megacausa Esma III, estaba dirigida a Mario Daniel Arru y Alejandro Domingo D’Agostino dos de los pilotos responsables de los vuelos de la muerte que formaron parte de la investigación periodística realizada por Lewin a través de la cual la Justicia accedió a las planillas de los vuelos.
“Estoy conmovida y satisfecha por partida doble como querellante y sobreviviente”, expresa Lewin a Tiempo Argentino, días después de aquel juicio. «Como periodista también, por haber alcanzado con el apoyo de tanta gente el resultado de la identificación de estos tres pilotos, uno de los cuales murió en febrero. Para mí es un hito importante, que se los hayan condenado por los doce homicidios. Es lo máximo que podías prever para los vientos que hoy están corriendo en la Justicia”, agrega.
Su investigación quedó plasmada en el libro Skyvan, aviones, pilotos y archivos secretos escrito por la periodista y que fue editado hace unos meses. Da cuenta del trabajo realizado junto con el fotógrafo italiano Giancarlo Ceraudo.
Ceraudo se acercó a Lewin, además de periodista ex detenida desaparecida, con la excusa de hacer fotos para una entrevista. En ese momento, la descolocó con una pregunta: “¿Sabés dónde están los aviones de los vuelos de la muerte?”.
“Cuando Giancarlo me preguntó eso, mi reacción fue de extrañeza», comenta la autora. “Nunca se me había ocurrido pensarlo así que le ensayé una justificación: ‘estamos golpeados, fuimos heridos, nos mataron, tiene que pasar un tiempo’. Imaginate que a nosotros no se nos había ocurrido ni siquiera reclamar nuestras propiedades. Le devolví la inquietud, de para qué quería esos datos. Me respondió que para llegar a los pilotos. Pensé que estaba completamente loco, pero tenía razón”, relata.
La relación entre los dos se va tejiendo entre dudas profesionales y personales que trazan además el hilo narrativo del libro. Ceraudo era un joven fotógrafo, inquieto por dar a conocer las historias que aparecían durante los años de la dictadura en la Argentina.
“Desde chico, Giancarlo se confrontaba con el pasado hecho materia en Italia. Decía que pasaba por el Coliseo y pensaba en que esas piedras estaban ahí desde bastante antes de que él naciera y que se iban a quedar ahí mucho después de que se muera. Me da certeza de lo insignificante y pequeño que éramos los seres humanos”, cuenta Lewin. “Él se preguntaba por qué los objetos en este país eran tan poco tenidos en cuenta. Por qué nadie se preguntaba por los Falcon ni nadie pensaba en encontrar esos aviones”.
Pasaba que para Giancarlo todo era puramente curiosidad. Para Miriam era diferente. Su paso por la ex Esma naturalmente la había marcado y cada recuerdo no era sólo una imagen aislada, era el recuerdo de imágenes y sonidos que podían atormentarla cada vez que al fotógrafo se le ocurría indagar.
Miriam Lewin ya había atravesado por la experiencia de escribir sobre aquellos años. Fue co autora del libro Ese infierno y de Putas y guerrilleras, crímenes sexuales en los centros clandestinos de detención, sin embargo, siempre se resistía en un primer acercamiento a ese tema.
“Durante mucho tiempo pensé que no podía ocuparme de temas que tuvieran que ver con violaciones a los Derechos Humanos en la dictadura”, explica, “no iba a poder mantener una adecuada distancia. Cuando tenía que hacer una cobertura en Comodoro Py me excusaba”.
El trabajo interno y el análisis sobre su profesión fueron clave para superar la trampa que le ponía su experiencia.
“Me pasó hasta que hace unos años fui a un taller de ética periodística y un profesor nos pidió que expresáramos un dilema. Conté que no podía hablar de la dictadura porque había sido víctima y sobreviviente y trataba de no cubrir noticias que tuvieran que ver con esta temática porque no me sentía habilitada. Pero él me dijo que como sobreviviente yo tenía una sensibilidad especial y que había temas en los que no había posibilidad de mantener objetividad o equidistancia o imparcialidad, por ejemplo, el nazismo. Hay un solo lado desde donde pararse”, le respondieron.
Entre preguntas y búsquedas, Lewin y Ceraudo llegaron fácilmente a los Skyvan gracias a un grupo de aficionados llamados spotters que siguen a través de fotografías el recorrido de aviones, desde que salen de la fábrica hacia cada aeropuerto. Supieron que dos habían caído en Malvinas, que había uno en Luxemburgo (en una compañía que hacía filmaciones); también supieron que aunque canibalizados, algunos todavía siguen volando; que otra de las naves estaba en manos de las fuerzas armadas británicas porque había sido vendido a una empresa que prestaba servicios a ellas. De los Elektra se enteraron que había uno en el Camino de cintura y otro en la base Almirante Brown destinado a la venta y otro estaba en el Museo Naval Tomás Espora de Bahía Blanca.
El trazado del recorrido de cada vuelo fue clave para la reconstrucción histórica de los aviones. Comprobaron que algunos salían y volvían al mismo punto en poco tiempo, con distancias y vuelos injustificados. Con la colaboración de varios pilotos, y después analizar los trayectos, finalmente se presentó la denuncia judicial encabezada por Adolfo Pérez Esquivel.
“Desde la Justicia nos pidieron originales de las planillas, no sólo de los Skyvan que la Prefectura los proveyó, sino también de los Elektra. Surgió un nuevo problema y fue que la Armada había destruido en mayo de 2003 todas las planillas”, afirma. “Tratábamos de evitar que los pilotos se escaparan porque ya había sido identificado uno de ellos y se había filtrado el nombre del vuelo del 14 de diciembre de 1977. Finalmente, un año después de toda esa presentación, en 2011, fueron detenidos”.
–¿Cuál fue la sensación que tuviste cuando supiste que se le dictaba la prisión preventiva a estos pilotos?
-Fue una gran tranquilidad porque estaba absolutamente convencida de que se iban a escapar. Era un expediente con más de sesenta imputados al que tenían acceso todos los defensores. En algún momento alguien iba a comentar que estaban identificados, ya había pasado un año y ya tenían todas las pruebas y ya habían sido filtrados todos los datos.
-Desde tu profesión y desde tu historia, ¿qué significó?
-Como periodista es una enorme satisfacción. Para Giancarlo yo era una especie de conejillo de India porque él tenía que fotografiar el pasado que es lo más difícil porque ¿con qué intensidad podía fotografiar si no podía transmitir por lo que había pasado cada objeto? Como sobreviviente, la satisfacción -si es que se le puede llamar así- es más grande aún porque nosotros tenemos mucha culpa de haber sobrevivido. Siempre nos lo preguntamos, «por qué yo y no otro». Hoy no sé por qué sobreviví pero tengo una razón de para qué lo hice.
-A lo largo del libro, vos no te resistís a las indagaciones de Giancarlo, pareciera que tenés ganas de reconstruir la trama junto a él.
-Sí, para mí era una necesidad reconstruir. Son muchas las preguntas y vengo contestándolas y reflexionando sobre lo que me pasó. Es muy fuerte pensar que pude haber sido una pasajera de los vuelos de la muerte a los 20 años. También me pregunto cuántos pilotos que aún no han sido identificados todavía caminan entre nosotros.
-Ante la pregunta de Giancarlo: “ustedes no sabían de los vuelos”, vos le ensayás varias respuestas, una vez terminado el libro, ¿reformulás esas respuestas?
-Sí. Pero es que uno no puede sobrevivir pensando en que te podés morir al día siguiente. Si bien sabía que me iban a matar cuando me pasaron a la Esma la amenaza volvía cada miércoles en cada traslado. Sabíamos que existían los vuelos porque había compañeros que habían sido llevados por error y que eran devueltos, pero ellos nos decían que la gente era trasladada a una enorme granja de rehabilitación donde empezaríamos nuestra reinserción social.
Muchos de nosotros y muchos de los pasajeros de los vuelos de la muerte quisimos creer que eso era verdad, a tal punto que había prisioneros que no estaban en la lista con la que llamaban para llevárselos, y que ellos levantaban la mano pidiendo que se los lleven porque no soportaban más la oscuridad, las cadenas, el olor, las ratas merodeando… Todo lo que ocurría ahí. Por eso, pienso que de alguna manera todos queríamos creernos esa mentira, de la misma manera que yo nunca creí que los bebés no fueran a las manos de la familia biológica. Estaba convencida de que esos bebés que nacían en la Esma eran entregados a sus abuelos reales. Cómo voy a pensar que podía ser alguien tan perverso de pedirle que una madre le escriba una carta, construir un ajuar, hacer las manualidades, ponerle nombre al chico si después lo iban a regalar como si fuera un perrito o un gatito.
-Todavía sobrevuela la pregunta “¿cómo puede ser que haya pasado esto?”
-Lleva tiempo comprender que fue un exterminio planificado y que hubo una decisión de hacer desaparecer las huellas del exterminio que son los vuelos de la muerte. Los vuelos apuntaban a hacer desaparecer los cuerpos, tratar de que nunca más aparezcan. Pensaron que negando esas muertes iban a evitar el descrédito internacional que ya tenía en Chile la dictadura de Augusto Pinochet. Creo que ellos también sabían que tenían que acallar mediante el terror todo tipo de resistencia a la aplicación de un plan económico que no pudieron terminar de ejecutar. La pregunta es por qué no eligieron otra vía, del arresto legal y de poblar las cárceles. No se entiende.
-¿Cómo fueron los primeros años, luego de que salieras de la Esma?
-Fueron años de mucho silencio, de libertad vigilada en todo el país. Me fui a los Estados Unidos en 1981 cuando me dieron el pasaporte.
-¿Te planteaste quedarte allá?
-No. Durante esos años viví con un agujero en el pecho, escuchaba «Volver» y lloraba desconsoladamente sobre la mesa, cosa que nunca pensé que me iba a suceder porque era una sensiblería. Nunca se me ocurrió quedarme, lo único que yo quería era volver a la Argentina y no me arrepiento. Tenía razones políticas y razones familiares para hacerlo.
-El regreso, ¿cómo fue?
-Aunque no volví al país al que yo creía, pude declarar en el juicio de las Juntas y testimoniar en los procesos que tenían que ver con lo que yo había vivido. Los primeros años viviendo acá fueron duros porque se desarrolló el juicio a las Juntas. A mí, en ese momento me armaron dos causas falsas con declaraciones falsas pero muy pesadas para impedirme declarar. Lo que pasa es que yo era una «perejila» entonces no podían invalidar mi testimonio como sí a otros compañeros que los involucraban en causas armadas importantes, falsas pero creíbles. En mi caso, no podían, así que me armaron una en el 85 apenas había sido convocada por Julio Strassera y otra en el 87. Finalmente, en una tuve falta de mérito y en la otra fui absuelta momentáneamente.
-¿Fue difícil el reencuentro con aquellos compañeros con quienes habías compartido ese pasado?
-En la mayoría de los casos, fue muy bueno y en otros había cierta desconfianza. En los encuentros con familiares, después de hablar, la última pregunta siempre era «¿y vos por qué sobreviviste? Mi hermano está muerto, mi hermana está muerta, mi padre está muerto, mi hijo está muerto y vos por qué sobreviviste». Era una interpelación en la que yo no tengo el por qué. La sobrevida o la muerte era una decisión que dependía de la mente de un psicópata como el Tigre Acosta. Como en los campos de concentración nazi, te salvabas de acuerdo a la utilidad que podías tener, acá pasaba lo mismo, era imposible responder y la reflexión natural de «¿qué he hecho yo para estar acá cuando hay tantos otros que no están?».
-¿Te has preguntado cómo resististe estar ahí?
-No. Simplemente transcurrí. De alguna manera, en las distintas terapias que hice tiene que ver con cierta fortaleza construida con anterioridad, con mi infancia, con mis padres, con cómo era yo antes…No lo sé.
-¿Cómo vivieron tus papás esos años?
-Fue una experiencia particular, nunca entendieron cabalmente el peligro que corría. A mí me hacían llamar diciendo que estaba en libertad y que estaba clandestina. Una vez que me transfirieron a la Esma, me hacían decir que estaba detenida. La primera vez que llamé, la respuesta de mi mamá fue «menos mal». Es decir, ella no tenía noción de los vuelos de la muerte, ni de los métodos de exterminio; no tenía idea de que mataban a todos los desaparecidos. Muchos años después, cuando escuchaba algún testimonio me decía «¿pero a vos te torturaron? Nunca me dijiste que te torturaron». Yo creo que hay gente que puede tolerar hasta cierto porcentaje de verdad y después baja la persiana.
En diciembre de 2017 se cumplieron 40 años de uno de los casos más simbólicos de los vuelos de la muerte: el grupo de la Iglesia Santa Cruz. Doce personas que habían sido secuestradas entre el 8 y el 10 de diciembre, la semana siguiente varios de ellos fueron arrojados al mar que los devolvió. Recién en 2006 el Equipo Argentino de Antropología Forense los identificó: los cuerpos pertenecían a las Madres de Playa de Mayo, María Ponce de Bianco, Esther Ballestrino de Careaga, la activista de derechos humanos Angela Auad y las monjas francesas Léonie Duquet y Alice Domon.
Skyvan. Aviones, pilotos y archivos secretos fue editado por Sudamericana en agosto de 2017 y se presentó en la Museo Sitio de Memoria Esma.