Chiara tenía carácter fuerte y hacía de todo. Jugaba al hockey, realizaba cursos de arte, y además se dedicaba al trabajo comunitario con ancianos y chicos con discapacidades. También era cariñosa, y besaba a su mamá cada vez que salía de su casa “aunque saliera veinte veces al día”, cuenta a Tiempo Argentino su mamá, Verónica Camargo, desde Rufino provincia de Santa Fe.
La última vez que la vio, la noche del sábado 9 de mayo, también la abrazo lo más fuerte que pudo y le dijo “Te amo, sos una genia mamá”, y salió hacia la casa de sus amigas, adonde nunca llegó.
El jueves 7 de mayo, Chiara había cumplido 14 años. Ese sábado le había contado a su mamá que estaba embarazada. Verónica le dijo que disfrute de la salida con sus amigas, y que el lunes la iba a acompañar al ginecólogo. Chiara, según recuerda Verónica, tenía miedo de ser mamá pero en esa charla decidieron seguir adelante con el embarazo.
Durante esos años previos a 2015, las cifras de femicidios eran insoportables y, de acuerdo las organizadoras de Ni Una Menos, era desesperante enterarse cada día de la saña con la que mataban en particular a las adolescentes. Chiara terminó de despertar ese dolor y esa furia que aparecían en las noticias. Semanas después de su asesinato, el nombre de Chiara inauguró el movimiento transversal, combativo y solidario que fue sumando consignas y exigencias, pero que en ese año permitió visibilizar la problemática de la violencia de género extrema.
“Siempre dijeron que ese primer Ni Una Menos había sido de unos pocos y que había sido político. Nada más alejado de la realidad. Fue una marcha masiva, sin intención política ni religiosa, de hombre y mujer y contra la violencia de género”, afirma Verónica. Al año siguiente, dejó de participar en la organización oficial pero es la que convoca las marchas en Rufino. Dice que dejó de sentirse cómoda dentro del movimiento porque ella lleva su militancia pro vida y Ni Una Menos se pronunció hace muchos años a favor del derecho al aborto legal, seguro y gratuito.
“No tengo más que agradecimiento y cariño por ese colectivo que formó el primer Ni Una Menos. Cuando se conoció la noticia de que Chiari había aparecido muerta y Marcel (Ojeda) escribe ese tweet, se forma ese grupo y me invitan. Cuando Marcela me lo dijo me parecía impensable, era para mí todo muy reciente, muy repentino y tenía que procesar muchas cosas”, expresa la mamá de Chiara. “Me sentí tan apoyada por ese grupo que me respetaron tanto, me cuidaron tanto en ese momento de dolor”. Y destaca que prefiere “no mezclar las fechas. En Rufino hacemos las convocatorias con su esencia original que es contra la violencia de género y los femicidios”.
En Rufino, hay dos grupos que trabajan con mujeres. Uno funciona de la mano de Verónica y está vinculada a la iglesia católica y a la iglesia evangelista. Comenzó a vincularse a un pastor que trabajaba en una campaña contra los abusos y así generó un espacio desde donde convoca a las actividades de Ni Una Menos. “También hay otro grupo, que son las chicas que piensan distinto pero para estas fechas o para el día de la mujer hacemos actividades distintas y participamos cada una de las actividades de las otras”.
Después del asesinato de Chiara, el fiscal de la causa abrió en Rufino una oficina de atención a la víctima y también creó la cámara Gesell, que hasta entonces no existía. Existe allí la oficina de violencia de género y una comisaría de la mujer, pero dice Verónica que no alcanza. “Me gustaría que haya un lugar físico de contención para las mujeres y más espacios para para hacer consultas. “Muchas veces conocemos el circuito de la violencia de género, pero a veces las mujeres no pueden salir de esa situación porque no tienen dónde ir, no tienen contención porque su situación económica no le permite alejarse del golpeador, no es fácil. Casos que después terminan en una situación extrema.”
Chiara presente
Verónica no tiene dudas de que si Chiara hoy estuviese con vida estaría peleando contra la violencia machista. “Era una nena muy comprometida. Siempre ayudaba a quien estaba en problemas”, dice su mamá . “Acá las chicas de su edad participan de las actividades, las organizan. Sobre todo las que piensan que el aborto es un derecho, Chiari pensaba como yo, no estaba a favor del aborto”, sostiene Verónica.
De aquellos días de mayo, desde que desapareció Chiara hasta que su velatorio, Verónica recuerda la compañía de amigos y vecinos. “Nunca voy a entender por qué fue tan masivo”.
Cuando Verónica se enteró por su propio asesino que Chiara no estaba en la casa de sus compañeras del colegio, junto a su hermano salió a buscar desesperada a su hija. Puso la denuncia en una comisaría (no en la comisaría de la mujer). “Al principio éramos algunos familiares de parte paterna los que sabíamos del embarazo de Chiari. Muchos me empezaron a decir que publique en las redes pero a mí no me parecía, pensé que ella estaba asustada por el tema de tener o no al bebé. Pero cuando pasó otro día, me desesperé, decidí publicar en las redes y ahí estalló: mi casa se llenó de gente que se acercaba a preguntar cómo ayudar, armaron cuadrillas para buscarla… Fue un momento de mucha compañía. Después en el velatorio ya había perdido la noción del tiempo, del espacio y de la misma gente. El día que la enterramos se hizo acá la primera gran marcha y vino todo el mundo”, rememora.
La inquietud de Chiari es lo que Verónica más recuerda. “Chiari tenía mucha garra y le encantaba ayudar, hacíamos muchas cosas juntas, hoy me cuestan algunas”.
Era su mamá quien la acompañaba a las actividades deportivas y a alguno de los trabajos en los hogares. “Andábamos mucho tiempo juntas pero también cocinábamos, hacíamos cosas manualas, hacíamos esculturas. Hacer esas cosas me cambió, porque es una forma de sentir que ella está conmigo, como cuando hago alguna actividad y llevo su foto. Tengo bien claro que murió y que no va a volver más pero recuerdo todo lo lindo que viví con ella en esos escasos 14 años”.
Cuando encontraron a Chiara, a pesar de las recomendaciones, Verónica prefiero verla. “La última vez que la vi fue horrible, no se lo deseo a nadie, pero yo necesitaba verla, era la única manera de entender lo que había pasado”, dice Verónica. “Teníamos nuestras diferencias, nuestras discusiones como cualquier mamá e hija, pero esas peleas no nos privaba del amor. Nos queríamos muchísimo. Era intensa, de carácter muy fuerte, pero era re loca, cariñosa, sensible. Extraño sentir sus abrazos, tenía una contextura grande y sus abrazos eran así. No quiero perder ese peso de sus abrazos, ni dejar de sentir su voz, quedarme con lo lindo que viví”.
La causa
Luego de dos días de búsqueda, Chiara Páez fue hallada en el fondo de la casa del abuelo del femicida. Después de matarla a golpes, la enterraron allí y horas después hicieron un asado.
Su novio, Manuel Mansilla, que en ese momento tenía 16 años, recibió en 2017 una pena de 21 años pero la condena todavía no está firme, ya que la primera condena fue apelada en el tribunal de Rosario y ahora está en la Corte Suprema de Santa Fe, donde se debe resolver.
El fiscal de la causa, Mauricio Clavero dijo a Télam que el femicidio de Chiara marcó al pueblo de Rufino y que su solidaridad fue pilar para el esclarecimieto del caso.
A pesar de que Clavero ya no está en la fiscalía de ese pueblo, recuerda esos días de búsqueda por la adolescente. “Hay situaciones que me marcaron mucho, la solidaridad de los rufinenses, que coordinaron para hacer la búsqueda en las primeras horas de desaparición”, dijo Clavero.
“También recuerdo haber ido a la casa de Mansilla, como si fuera ahora, y estaban haciendo un asado”, rememoró el ahora juez en relación a una visita que hizo el 10 de mayo del 2015, mientras buscaban a Chiara, que había sido enterrada a pocos metros de donde comía la familia de Manuel Mansilla, el confeso asesino. “Es algo que no voy a olvidar jamás. Uno tiene hijos y podría haber sido mi hijo. Me marcó este caso”, destacó.
La autopsia determinó que Chiara había tomado un antiflamatorio utilizado para abortar, pues cursaba un embarazo de ocho semanas que su madre había aceptado, pero que la familia de su novio no quería que continuara.
Clavero recordó que para la búsqueda de Chiara convocó a la Sección Perros de la Policía de Rosario y que espontáneamente “más de 300 personas se sumaron en las primeras horas de desaparición.Se nos hacia la noche y los perros no salían del barrio (donde está la casa donde residía Mansilla), habíamos encontrado a unas siete u ocho cuadras el celular de Chiara destruido y tomé la decisión de ir allí”, recordó el entonces fiscal.
“Cuando los móviles policiales paran en la cuadra de la casa de Mansilla –agregó-, es cuando el chico por la presión decide entregarse”.
En julio de 2016 el juez de Menores Adrián Godoy encontró a Mansilla “penalmente responsable” del femicidio, pero la pena se estableció un año después, en septiembre de 2017, cuando el condenado alcanzó la mayoría de edad.
El juez Javier Prado le dictó una condena de 21 años y 6 meses de prisión, confirmada el 2 de marzo de 2018 por la Cámara de Apelaciones de Rosario.
La sentencia de Prado sostuvo que Mansilla “mató a Páez despreciando su condición de mujer y conociendo de su embarazo” y agregó que “no mostró un sincero arrepentimiento”.
Un recurso de inconstitucionalidad interpuesto por la defensa del joven envió el expediente a la Corte santafesina, donde desde hace dos años “está a resolución”.
Paralelamente al femicidio, el fiscal pidió la detención de Carolina Gallegos, la madre de Mansilla, y de su pareja, Carlos Cerrato, acusados como partícipes, al entender que habían colaborado al menos en el traslado del cuerpo de Chiara desde el galpón donde fue golpeada hasta el lugar del patio donde la enterraron.
“La Cámara de Venado Tuerto determinó que la figura que encuadraba con esas conductas era la de encubrimiento”, explicó Clavero, y dijo que por aplicación de la figura de la “excusa absolutoria” los familiares no pueden ser castigados por ello. Ambos fueron liberados poco tiempo después del crimen pero la causa no se cerró, a la espera de nuevas pruebas que pudieran modificar el destino del proceso.