Hace unos meses, Mariana Moyano había vuelto a la docencia. Dictaba un seminario optativo en la Facultad de Ciencias Sociales sobre uno de los temas que le fascinaban: el territorio digital. No lo pudo terminar, pero gran parte de su tarea periodística de estos últimos años giró alrededor de ese entorno. Era una temática sobre la que reflexionaba con la convicción de que también era un lugar de disputa política. Y lo hacía en distintos soportes, como en su podcast, la radio, un libro, sus tuits o en la gráfica, como los textos que escribió en Tiempo Argentino.
La autora de Trolls SA, la industria del odio en Internet se vinculó con Tiempo a través de Viviana Mariño, otra periodista que también murió joven y que seguimos extrañando. Ambas habían ejercido la docencia en la carrera de Comunicación en la UBA -defendían la educación pública con el cuerpo- y cuando coincidían en la facultad solían almorzar juntas para hablar de otra pasión, la política. Vivi la invitó a escribir en la cooperativa sobre las disputas en el universo digital, donde no sólo hay en juego mucho dinero sino la creación de sentido y comportamientos.
Hoy se podría haber publicado otra reflexión de Moyano, que tenía la capacidad de unir mundos que parecen distantes con su estilo profesional y provocador. Con ese tono que sabía construir para nunca pasar inadvertida, podría haber puesto la lupa en el fenómeno de Javier Milei, un panelista que se transformó en candidato presidencial apalancado desde los estudios de televisión y las redes sociales. Moyano marcaba la importancia del territorio digital desde la acción: se había convertido en una periodista multiplataforma sin abandonar la rigurosidad informativa y, menos que menos, su mirada disruptiva para debatir en la conversación pública.
«No quiero decir siempre lo obvio. Es para sacudir un poco», explicó apenas terminó de entregar una deliciosa opinión en el primer aniversario de la muerte de Diego Maradona. Y enseguida, se lanzó a polemizar en Twitter.
«Por una injustificada traición de la biología esta semana se murieron personas que deberían seguir vivas. Chica, chico, jóvenes, periodistas, intérpretes de la realidad, activos, talentosos, con mucho, mucho por delante y que no serán olvidados porque dejaron una obra», recordó Carlos Ulanovsky cuando lo homenajearon esta semana en la Biblioteca Nacional. Se refería a Moyano y Martín Jáuregui. El auditorio apladió a rabiar. Fueron tan cercanas las despedidas, una trompada para la comunicación, que muchos de los que fueron por la mañana al entierro de Jáuregui en Chacarita cruzaron Corrientes para decir presente en el sepelio de Moyano.
Había tristeza -mucha- entre la familia, amigos, amigas, colegas de la radio, la gráfica, la televisión y personalidades de la política que fueron al velatorio. También había historias, anécdotas y reflexiones en cada charla sobre la vereda. Se hablaba de la coyuntura, el resultado electoral y las perspectivas a futuro, otra forma de homenajear buena parte de la pulsión periodística que atravesaba a Moyano.
Esta misma semana ya faltó su mirada para comprender la entrevista a Milei en A24 que se volvió viral. La combinación entre los sets de televisión y la influencia de las redes sociales que lo catapultaron como una opción inédita en la historia política de la Argentina, pueden ser su dique. El territorio –el monstruo digital, al decir de Moyano- que lo engendró y posicionó en las discusiones públicas, también podría terminar devorando al León.