El notorio desparpajo de los que crean los comerciales, que duran segundos pero que tienen el objetivo de permanecer para siempre, me lleva a pensar que los creativos son una tribu de simpáticos exaltados que se ríen a carcajadas de los presupuestos ajenos y que, de paso, se burlan de nuestra capacidad racional.
No vacilan en endilgarle propiedades «revolucionarias» a un jabón en polvo, a un acondicionador de pelo o a unas toallas higiénicas, que si vienen con alitas, son mucho mejores.
Estas estrellas de la creatividad tienen cada ocurrencia: para legitimar la identidad de una gaseosa, ubicaron envases en nuestras Islas Malvinas. Hasta ahí todo bien, burbujas locales haciendo patria. Un golazo. Pero resulta que la bebida se llama igual que la capital de un importante estado brasileño. Todavía hoy muchos nos preguntamos: ¿por qué no le pusieron Aconquija, Calafate o Cerro Colorado, y listo?
Con audacia equivalente, otros decidieron que el slogan de un condimento para pastas fuera «Hasta la salsa siempre», frase inequívocamente inspirada en otra, que pasó a la historia y con la que el Ché Guevara cerraba sus intervenciones: «Hasta la victoria siempre». En la gráfica, que remite a un día 29 de cualquier mes, se ve una especie de mitin de ñoquis politizados (que los hay, los hay…) exhibiendo pancartas con la proclama. Una compañía de telefonía se identifica con el abusivo concepto: «Conciencia Celular», en tanto que a una punto.com dedicada a transacciones inmobiliarias le subieron el precio con el nombre «Idealista».
En las góndolas de alimentos se exhibe una tableta de chocolate, de precio bajo, que se llama «Hamlet» y como para seguir con la vena shakesperiana hay una gaseosa que propone «Sed o no sed».
Ni hablar de la amplísima línea de productos marca «Ser». ¿En su versión light, esos yogures o alfajores, son el «Ser y la Nada (de azúcar)»? «Vocación» es una galletita, pero no cualquiera que le hinque los dientes descubrirá la suya con certeza. A la derecha (o a la ultraderecha) en los anaqueles en los super están las galletitas «Fachitas», con sus reconocidas variedades «Chocopais» y «Fachyfrut». En su catálogo advierte: «100 por ciento nacional» (no hay quien lo dude), «con 30 años en el mercado» (o muchos más, si hacen memoria).
Una clase de indumentaria para ambos sexos se apoderó de una etiqueta, a pesar de todos los bajones, todavía prestigiosa: «Cultura» .
Una variedad de bombón helado afirma que «Los escritores y Chomp se llevan bien».
El mundo de los remedios de venta libre suelen ser una ofrenda a la obviedad: Resaquit (un producto que elimina los excesos de la noche anterior) y otras denominaciones que por si sola se explican como Memorex, SinDol, Aliviagrip, No Tos o Meteorisan, un compuesto que ataja los gases. Pero preferible estos tributos a la asociación facilonga que pretenciosos baluartes del marketing (tardío reconocimiento a Raúl Portal que alguna transformó a ese término en «garketing») como 2×1, sale, off, app, on fire, cool o low cost.
Para asegurar los umbrales de persuasión, los publicitarios de todo el mundo, y aquí también, utilizan procedimientos diversos. De la mano de esas técnicas nos venden de todo, desde tarjetas de crédito a campeonatos de fútbol, pasando por juegos de azar, vinos, automóviles de distintas gamas, viajes al exterior, prepagas, shampoos y hasta presidentes de la Nación, producto este que debe mantener su vigencia, por lo menos, durante cuatro años.
A propósito, cabe la inquietud: ¿un banco llamado «Macro», un tapagoteras de marca «Emacril» y una línea de antojitos tipo mexicano nombrado «Macritas» no serán parte de una clara y sutil infiltración de propaganda oficialista?
Y ahora, nos vamos a la tanda.
Enseguida volvemos. «