Tras el reemplazo del gobernador de Nueva Jersey, Chris Christe, un hombre con algunos problemas en la Justicia, por su compañero de fórmula Mike Pence al frente del proceso de transición, Donald Trump comenzó a ponerle la chapita de bronce que acostumbran tener los sillones alrededor de la mesa de Gabinete.
Aunque al cierre de esta edición no había ninguna confirmación, los halcones del partido Republicano comenzaron a sobrevolar la Casa Blanca. El nombre más resonante quizás sea el del ex presidente de la Cámara de Representantes (1995-1999) Newt Gingrich en el puesto clave de secretario de Estado. En su momento representó la oposición más acérrima contra el gobierno de Bill Clinton y en 1994 redactó el programa del Partido Republicano. En él se comprometía a, en menos de 100 días, introducir en la Constitución una enmienda que estableciese la estabilidad presupuestaria, e iniciar políticas de lucha contra la criminalidad, protección de la infancia, mejoras fiscales a las familias, refuerzo de la defensa nacional, aumento de la edad laboral y la desregulación económica.
Otro de los nombres rutilantes el del exalcalde de Nueva York, Rudolph ‘Rudy’ Giuliani, como presunto fiscal general de la administración entrante. Célebre por el manejo de la crisis que causó el atentado a las Torres Gemelas en 2011, pero también por suscribir a la teoría de la «Tolerancia cero», que se basa en castigar severamente cualquier infracción sin importar la gravedad de la falta cometida. La tolerancia al delito es eliminada, por lo que no se tienen en cuenta circunstancias atenuantes a la hora de castigar delitos o faltas.
Como secretario de Seguridad Nacional, las apuestas se inclinan por el alguacil del condado de Milwakee, David Clarke, un antiabortista extremo, que criticó las manifestaciones contra la brutalidad policial y exige mano dura contra el crimen y los indocumentados.