Los Centros de Formación Profesional (CFP) porteños tienen una larga historia en la enseñanza pública de oficios a la comunidad. Esta particularidad hace que su función pedagógica se relacione con el entorno social de un modo particular, y destaquen dentro de la oferta educativa. Incluso en medio de la pandemia y con los establecimientos cerrados, sus directivos y docentes encontraron el modo de seguir sosteniendo su rol social, poniendo su conocimiento, recursos y fuerza de trabajo “a disposición de las necesidades sociales que surgen de la crisis sanitaria”.
Los CFP de Flores y Barracas se convirtieron en los centros de fabricación de mascarillas faciales para personal sanitario, allí concentraron veinte impresoras 3D, catorce en el primero, seis en el segundo, antes distribuidas por toda la ciudad. Sergio Lesbegueris es el director del CFP 24, de Flores, sobre la calle Morón, especialmente conocido en el barrio por las actividades puertas abiertas que realizan para sumar fondos para las actividades del establecimiento: “La idea surge mediante charlas entre directivos y el gerente operativo de FP de la Ciudad, Heber Reinoso, cuando tuvimos que cerrar las escuelas por la cuarentena. Entonces vimos que la capacidad productiva que teníamos por ser escuela de oficios, una diferencia respecto de otras escuelas del sistema, podía redirigirse a proyectos sociales relacionados con la crisis sanitaria, como las mascarillas faciales, los pie para sostener sueros o barbijos”, cuenta a Tiempo.
“Hay muchos centros de formación participando, todos son públicos, algunos ‘puros’ y otros son conveniados con sindicatos. En esta emergencia trabajamos sin distinción los puros y los sindicales”, apunta el directivo.
Las mascarillas que se hacen en impresoras 3D utilizan una lámina de acetato con una vincha y un elástico. Son un nivel de aislación muy importante para los profesionales de la salud en el contacto con pacientes infectados con Covid-19. En el CFP 24, tenían una de estas impresoras, pero con la colaboración de los otros sumaron 13 más (más seis en el CFP 1 de Barracas). Para que funcionen utilizan un programa digital, sobre el que hicieron los primeros prototipos a los que luego, en función de las recomendaciones del Ministerio de Salud de la Ciudad, les hicieron las últimas modificaciones.
Los insumos provinieron primero de los mismos CFP, del Sindicato de Plástico (30) que aportó la primeras planchas de acetato, y el Textil (32) que aporta los elásticos para las vinchas. La confección de cada mascara de protección tarda 57 minutos, y ya entregaron partidas, todas homologadas por supuesto, de 50 o 100 unidades a distintos hospitales públicos (Álvarez, Santojianni, Durand, Sanatorio Franchín, de la UOCRA), a Centros de Atención Primaria, al centro de día CAINA, que asiste a niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad.
La larga lista de ejemplos es una muestra de la importancia de estos establecimientos, «una muestra de que la cooperación social y la solidaridad entre trabajadoras y trabajadores está en la base del hacer que caracteriza a nuestra formación laboral”, dicen, en tiempos en los que queda más claro que nunca que la salud no es solo un tema individual sino comunitario.