La Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional no tiene una fecha exacta de nacimiento. Dio sus primeros pasos, incluso antes de existir formalmente, cuando acompañó e integró a sus filas a los familiares de las víctimas de la Masacre de Budge, en 1987; del asesinato de Agustín Ramírez en 1988; o de Marcelo ‘El Peca’ Rivero en 1989. Sin embargo, en abril de 1991 un hecho marcó a fuego el camino de la organización: el asesinato de Walter Bulacio. El caso resultó una bisagra y obligó a institucionalizarse a un grupo que por entonces no superaba los 7 integrantes. “Podíamos hacer un plenario en un Fiat 600”, resume María del Carmen Verdú, su principal referente.
Buscaban un espacio entre los organismos de Derechos Humanos que ya existían en el país pero no lo encontraron. “Ninguno quiso tomar el tema de la represión estatal en democracia como parte de su agenda cotidiana. Fracasamos estrepitosamente”, explica ‘La Negra’. Recuerda que estaban haciendo el segundo intento «convocando a las juventudes de distintas organizaciones de izquierda cuando en el medio cayó la bomba neutrónica. Lo que los sociólogos llaman «el acontecimiento que fue Bulacio”. De un día para el otro, de tener un puñado de vínculos sueltos en La Matanza, Lomas de Zamora o Moreno, tenían «diez mil tipos alrededor o atrás marchando de Congreso a Plaza de Mayo pidiendo Justicia y apuntando a la policía. Pero el caso no nos cae de la nada”, argumenta Verdú. Ahí surge otra protagonista: Martha Ferro, una periodista y militante feminista que trabajaba en Esto, una revista policial con el sello de Crónica. Ferro y Verdú se habían conocido a fines de los 80 a través de distintos episodios de gatillo fácil, muertes en lugares de detención y torturas.
“Contra nuestra propia voluntad –continúa–, nos dimos cuenta de que teníamos que fundar algo nuevo, ponernos un nombre. Sabíamos que tenía que ser coordinadora, por la vocación de coordinar las luchas contra la represión policial e institucional, pero todas las combinaciones eran espantosas. Hasta que un compañero de 16 años, un estudiante de secundario, se le ocurrió CORREPI de ‘Corré, Pibe, que viene la yuta’, y quedó. Todo con mayúscula, sin ningún punto”.
La Liga Argentina por los Derechos Humanos del Hombre les brindó un lugar en su sede de Lomas de Zamora para que pudieran reunirse una vez por semana algunas horas. Uno de sus integrantes, el fallecido abogado del Partido Comunista, León Toto Zimerman, era uno de los fundadores de CORREPI. Allí funcionó hasta que el PC se alineó con el kirchnerismo en 2006 y se distanciaron. “Solo tres éramos abogados. Toto, Daniel Stragá y yo. CORREPI siempre tuvo la ventaja de tener más gente que abogados. La abogacía no es el eje central de nuestra militancia. Se da por añadidura, aprovechando que tenemos a alguien con matrícula entramos en las causas”, describe la Negra. Hoy la organización cuenta con apenas 7 abogados de los más de 100 integrantes estables que tiene distribuidos en diferentes puntos del país. “CORREPI inventa un modelo original que es la comilitancia de familiares de víctimas y víctimas sobrevivientes con militantes comunes no afectados”, señala.
La organización tiene una cabeza, que “somos todos y todas”, y un corazón que “es el que marca el paso, que son los familiares”. En estos 30 años hubo cosas que cambiaron. De vivir en asamblea permanente cuando eran media docena de integrantes, escalaron a tener plenarios anuales. “La estructura se adapta a la realidad y no a la inversa, garantizando la democracia y la autocrítica”. Lo que permanece inmutable como el primer día es “la coexistencia entre militantes familiares y no familiares. Eso sigue en el ADN, militamos juntos y no acompañados de manera pasiva”.
Otra cuestión inalterable es la posición frente al Estado: “siempre va a ser de confrontación, porque definimos la represión como una herramienta que utiliza el Estado capitalista, gobierne quien gobierne, para poder garantizar su propia preservación, aunque cada gobierno tuvo y tiene sus propias características. Eso lo sabemos”. «
Como un parto en una funeraria
La lucha tiene que dar lugar también a los festejos y la alegría colectiva. Eso lo tiene asumido casi como una regla implícita el equipo de más de cien integrantes que forma CORREPI, que ayer celebró su 30° aniversario, tras un año de postergaciones por diferentes motivos.
Fue en el Circo del Aire, en el barrio porteño de San Telmo, con un festival a puro trapo: con feria, arte, buffet y rifas. “Nos gusta festejar. El que se tome a la militancia como una carga que haga otra cosa. Alguna vez nos dijeron que CORREPI es como un parto en una funeraria. Militamos desde el lado oscuro de la luna. Nadie se acerca a la organización porque es feliz, en términos familiares. Sin perjuicio de eso, tratamos de generar un ámbito de alegría y positividad”, analiza María del Carmen Verdú, fundadora y referenta de la organización. Porque se sabe: no puede haber militancia sin espacio para la alegría.