Unos 382 kilogramos de rocas recolectaron todas las expediciones a la Luna. Y cuatro pequeñas piedritas, fragmentos de lo que tomaron los astronautas del Apollo XI hace 50 años, descansan en el primer piso del Planetario de la Ciudad de Buenos Aires. Fueron entregadas por Richard Nixon al gobernante de ese momento, el dictador Juan Carlos Onganía, aunque no fue una atención personal: el mandatario norteamericano envió pedacitos de rocas lunares a cada país. La Argentina aún las conserva y es todo un logro: de casi un 70% de las piedras entregadas se desconoce el paradero.
Nixon aprovechó parte de los 22 kilos de rocas que juntaron Neil Armstrong y Edwin Aldrin, y las obtenidas por Eugene Cernan y Harrison Schmitt, astronautas del Apollo XVII, para entregarlas a otros presidentes como un gesto político de «amistad» en plena Guerra Fría y mientras invadía Vietnam. Ordenó que las fragmentaran y se enviaran encapsuladas en una bola de cristal, dentro de una placa de madera con banderitas de cada nación, que habían viajado enrolladas a bordo del módulo lunar. Aquí las recibió Onganía, en 1970. Y fue su voz la que representó al país en el pequeño disco con mensajes de más de 70 mandatarios que llevaron los astronautas.
«Son piedras basálticas, de origen volcánico mayormente, aunque algunas que se trajeron también tienen óxido, azufre, titanio… Son de un inmenso valor científico», dice Matías Ribas, coordinador del área de Divulgación Científica del Planetario. Por supuesto, son piezas de museo. Las que se estudian están en la NASA: «Los 400 kilogramos de roca lunar extraídos en las seis misiones Apollo permitieron datar parte de la composición y antigüedad de la Luna, en torno a los 4400 millones de años, poquito menos que la Tierra, y estudiar en profundidad su geología: hay rocas de seis sitios diferentes de la Luna».
De las 270 piezas repartidas (a los distintos países y entre los estados norteamericanos), 184 están perdidas. «En Libia, Kadhafi recibió dos, y ya no están», comentó en estos días Joseph Gutheinz Jr., exempleado de la NASA, conocido como «el cazador de rocas lunares». Su obsesión arrancó en 1998. Publicó un anuncio en USA Today con la frase: «Se buscan rocas lunares». Increíblemente, lo contactó un empresario estadounidense (un tal Allan Rosen) que tenía un fragmento auténtico. Había sido robado meses antes en Tegucigalpa. Rosen se lo había comprado a un coronel hondureño por 50 mil dólares y lo ofrecía a cinco millones. Lo detuvieron y devolvieron la pieza al gobierno de Honduras.
Muchas piedras lunares se perdieron en momentos de transición política, derrocamientos o revoluciones. Se cree que la que recibió el dictador rumano Nicolae Ceausescu fue vendida tras su ejecución. Gutheinz Jr. recuperó 78 piezas. En España, «se cree que uno de los nietos de Franco intentó venderla en Suiza, pero Interpol se lo impidió», sostuvo.
Tras décadas de olvido, la Luna vuelve a estar de moda y se piensa en viajes tripulados para las próximas décadas. «Lo más importante que se encontró fue hielo subterráneo en regiones del Polo –sostiene Ribas–. El agua congelada tiene un potencial muy importante para futuras misiones, es fundamental para quedarse más tiempo y eventualmente instalar bases científicas, pudiendo obtener de primera mano recursos como hidrógeno, agua y combustible. Nunca nos va a aburrir la Luna». «