Es hora de hacer volar tu mensaje, dice Pablo Peralta, repitiendo el eslogan de su empresa. Comenzó la carrera de piloto privado de avión en el 87 este año cumplirá tres décadas en el aire con la idea de entrar en Aerolíneas Argentinas, y como necesitaba acumular la cantidad de horas de vuelo necesarias para concursar, me dediqué a hacer publicidad aérea, pero me fue bien con esto, así que sigo acá, en la playa. Peralta es el hombre del avión que recorre los balnearios bonaerenses remolcando carteles de propaganda, de San Clemente a Miramar. Es mi verano número 24, en forma ininterrumpida se ufana el piloto, y enseguida se lamenta porque la temporada todavía no arrancó, veremos qué pasa en esta segunda quincena de enero.
Su empresa, High Fly, tiene hangar propio en Mar del Plata y también base en Pinamar. Tenemos dos Piper y un Cessna. Desde el 93 sumamos más de 15.900 horas de vuelo. En verano hacemos la línea de costa con remolque sobre el mar, fundamentalmente marcas, pero en realidad volamos todo el año. Hacemos publicidad sonora, con equipos de 1000 watts de potencia, y lanzamiento de volantes tipo mariposa en eventos masivos al aire libre: carreras de autos, también partidos de fútbol. Además tenemos globos aerostáticos cautivos, sujetos con cuerdas e iluminados desde dentro con lámparas halogenadas, que llevan ploteado el diseño de cada cliente, cuenta Peralta, que da fe de la eficacia de la publicidad cuando surca el cielo: ocho de cada diez personas que observan pasar su avión, asegura, recuerdan luego la marca remolcada.
No le gustan las acrobacias porque, dice, en esas maniobras todo va al límite, el motor, el avión, prefiero el vuelo que llamamos paisajístico, y su próximo desafío es hacer docencia: a partir de abril, High Fly tendrá su escuela de vuelo para pilotos comerciales en la VII Brigada Aérea de Morón.
Peralta remolca mensajes publicitarios pero también personales. El más raro que me pidieron en toda mi vida, fue en un vuelo sobre las playitas de San Isidro. El cartel decía Papá, sos de oro, y yo tenía que pasar cerca de la costa a las cinco de la tarde en punto, porque el agasajado iba a estar tomando el té a esa hora con su familia y amigos. Sin duda era una persona adinerada, pero jamás pude saber quién era.