Hoy, a diez años, En la Argentina, hay un antes y un después de la ley de Matrimonio Igualitario. Quiero decir, no sólo fue la generación de un derecho para una porción de la población, sino que produjo un cambio profundo en toda la sociedad, e incluso en el mismo Estado, porque desde entonces dejó de decidir a qué tipo de familia le iba a permitir acceder a la institución matrimonial.
Como era de esperar, el mismo debate de la ley desató la oposición de una parte de la población, aquella que desde la heterosexualidad suponía que el matrimonio era un privilegio que le estaba reservado. Tuvieron que deponer sus privilegios.
Los heterosexuales ya no íbamos a ser los únicos que pudiéramos acceder al matrimonio.
A medida que el debate se fue crispando comenzaron a aparecer en escena todo tipo de presiones, sutiles y no, provenientes de la Iglesia y de grupos conservadores, un lobby que, para ser sincera, a mí me sorprendió: creía que esas fuerzas estaban en retirada. Pero no fue así e hicieron que el camino a la sanción fuera difícil.
Si hiciéramos una comparación con la ley de aborto legal, seguro y gratuito, podríamos decir que, si bien no son los mismos argumentos los utilizados para oponerse, sí son los mismos quienes se oponen. En su momento hicieron mucha fuerza en contra del matrimonio igualitario y ahora la hacen en contra del derecho al aborto, aunque sin dudas son una parte cada vez más pequeña de la población, algo que se comprueba con solo comparar el apoyo que tenía al derecho al aborto hace diez años con el masivo respaldo actual.
Cada año, el porcentaje de gente que se opone disminuye. Esta mayoría social se fue construyendo en la calle, aunque también en el Congreso: tanto ahora como hace diez años, los diputados y diputadas son la representación de la sociedad.
Lo que ocurrió con la ley de Matrimonio igualitario fue que el Congreso estuvo por delante de la sociedad, fue su vanguardia. No sucedió lo mismo con el derecho al aborto, pero que sea el Poder Ejecutivo quien envíe este año el proyecto de ILE es más que auspicioso, es un hecho extraordinario.
Si tuviera que vincular la ley de Matrimonio con la del aborto diría que la lucha y la visibilización que llevaron adelante las organizaciones populares es uno de los puentes que las une. Solo cuando la campaña por el ILE se hizo visible y masiva en la calle fue que se logró instalar el reclamo.
Gracias a la manifestación popular y al debate público es que se redujo notablemente el nivel de rechazo en la sociedad. Esa movilización la llevó adelante una generación diferente -segundo puente que vincula ambos hitos- a la que comenzó el reclamo. Esa es la generación que terminó de convencer a la mayoría de la sociedad que la decisión de maternar es personal.
El otro gran puente que vincula ambas leyes es el peronismo.
Como movimiento político transformador, el peronismo detecta que hay un sector de la población que puja por un derecho, recoge dicha necesidad y pega en la misma dirección.
Después del matrimonio igualitario el Estado no fue el mismo, el Congreso no fue el mismo, y la sociedad no fue la misma. A los dos años votábamos a favor de la ley de identidad de género, con una mayoría curiosamente más holgada que la que tuvimos en la ley que hoy recordamos y festejamos con tanto orgullo. Son ese tipo de episodios por los que vale la pena transitar la vida política y el peronismo.