Frente a la librería El Vitral ya no hay una larga cola de jóvenes renovando la pasión por el libro impreso. Sólo algunos despistados que, con la ñata contra el vidrio, chusmean desde la vereda. Un papel pegado con cinta scotch advierte, rotundo: «No hay más libros».
En el local enclavado en Montevideo 108 sólo quedan anaqueles vacíos. María De Giorgio, la dueña de la librería, hace un alto en la faena de limpieza y confiesa: «En el contexto de crisis y recesión, decidimos cerrar y vender sólo por Internet. Siempre trabajamos con un perfil accesible y eso no podía seguir.» Cuenta que arrancó en el ramo en los ’90. Y dice que la regla de oro para todo buen profesional del libro es sencilla: hay que amar la literatura.
El cierre del local de Congreso es un botón de muestra del complejo momento que atraviesan los libreros argentinos, luego de un primer semestre tormentoso. María explica que la baja en las ventas, combinada con la suba en el alquiler y los servicios, armó un cóctel explosivo que, en su caso, estalló pocas semanas atrás. Entonces decidió liquidar el stock. El lunes pasado, una marabunta de clientes terminó en pocas horas con los volúmenes que habitaban El Vitral.
Consultada sobre alguna obra para leer en estos días complicados para el mercado del libro, María recomienda enfocarse en historias que tengan una «visión más espiritual de la existencia». El cuento «Cerrado por melancolía», del escritor-librero Isidoro Blaisten, puede ser un buen comienzo. Antes de seguir con su labor, escoba en mano y el cansancio dibujado en el rostro, María aclara: «Por un lado, me pareció un final digno porque mucha gente pudo llevarse un libro a precio de regalo. Pero estoy muy apenada: se cierra una etapa a la que le dediqué muchos años de trabajo».
Crítica a la razón cínica
«No hay una buena manera de cerrar una librería. En realidad siempre es una mala noticia, sobre todo cuando se cierra por la situación económica», explica a Tiempo Ecequiel Leder Kremer, director ejecutivo de la Librería Hernández, uno de los centros neurálgicos de la cultura bibliófila porteña. Hernández es un emprendimiento familiar con más de 60 años de historia. Su local sobre la avenida Corrientes es un punto de encuentro que supo dar cobijo a escritores y pensadores nacionales de la talla de Raúl González Tuñón y Osvaldo Bayer.
«Nosotros, como actores de la industria cultural, queremos trabajar por la democratización en el acceso al conocimiento. Ahora, eso no pasa por liquidar tres libros a diez pesos. Es un tanto cínico lo que hicieron los medios al destacarlo de esa manera», reflexiona Leder Kremer. Para el curtido librero, el mercado editorial está atravesado por una doble crisis. La «cultural», que incluye el cambio de paradigma en el soporte y el consumo de contenidos. Y por otro lado, la que generan las políticas económicas impulsadas por el nuevo gobierno, un cross a la mandíbula del consumo interno. «En el caso de los libros, que no son una necesidad básica, pasan a ser un bien prescindible, no figuran en las jerarquías del consumo», analiza, y puntualiza que las ventas en unidades se han desplomado un 20% durante 2016.
Desde la Cámara Argentina del Libro (CAL) explicaron a Tiempo que todavía no hay datos precisos de estos primeros ocho meses. Sin embargo, se puede marcar que en el primer trimestre la importación de libros creció un 40%, en parte por la apertura impulsada por la gestión Cambiemos, y las exportaciones cayeron un 5 por ciento. En tanto, el número de ejemplares impresos no deja de bajar desde 2014, cuando se imprimieron 129 millones. El año 2015 cerró con 82,6 millones de impresiones y 28.966 nuevos títulos.
«Sabemos que hay librerías en todo el país que están cerrando o que están al borde. En general, las agonías de las librerías son largas. Muchas veces tienen capacidad de resistencia, y muchos libreros somos empecinados y seguimos contra viento y marea», arriesga Leder Kremer. En los últimos meses, cerraron sus puertas Prometeo de Palermo, la sucursal de Distal en Caballito y la céntrica Adán Buenosayres, que se encuentra en pleno proceso de constitución cooperativa.
Cambia, todo cambia
Poco tiempo antes de las elecciones, un grupo de editores y libreros anticipó en un documento que la devaluación y la apertura de importaciones iban a licuar las inversiones y las ganancias, además de ocasionar un parate en la cadena de pagos del sector. «A ocho meses de aquel documento, puedo confirmar que los vaticinios se impusieron con la contundencia de un mazazo», remata Miguel Villafañe, un tradicional librero del Bajo Flores que comanda el sello Santiago Arcos Editor. Describe un panorama desolador: «Caída estrepitosa de las ventas en el último trimestre, aumento de todos los costos tenemos pendiente el pago de facturas de servicios por un 500% más de lo que pagábamos, incluidos producción editorial, almacenaje y expedición». Villafañe estima que a este ritmo, «en tres meses, o bien dejaremos de poder publicar libros, o bien tendremos que ajustar en algún lado para sobrevivir».
Aquel documento premonitorio nació en la librería La Internacional Argentina, la sede de la editorial Mansalva, que pilotean Francisco Garamona y Nicolás Moguilevsky, en Villa Crespo. «Para nosotros la situación siempre es difícil. La librería tiene clientes fieles, al igual que la editorial, gente que, pase lo que pase, te va a seguir. Pero antes venían y compraban tres libros y ahora se llevan apenas uno. Se nota el cambio», explica Moguilevsky, un joven músico que dio sus primeros pasos como dealer literario en la secundaria. Cuenta que para engordar las ventas, realizan ferias, ofrecen descuentos y motivan a los lectores por las redes sociales. Para leer en estos días, recomienda Impresiones de África, de Raymond Roussel, «un libro de pura fantasía y evanescencia, donde uno puede encontrar soluciones a este presente».
El año del desierto
Para los libreros, Corrientes ya no es lo que era. A las siete de la tarde, sólo un puñado de clientes se deja tentar por las ofertas. Los carteles de las librerías, siempre hiperbólicos, prometen libros a 30 pesos, ofertas por doquier o simplemente la fatal «Liquidación total». «Faltan clientes, pero sobran las personas que se acercan a vender sus libros para hacerse de efectivo», confiesa Matías, el encargado de la librería Sudeste, a pasitos de Callao. «En estos últimos años cuenta veníamos creciendo, pero se frenó. Además, subieron mucho de precio los libros, sobre todo los nuevos. Nosotros nos manejamos más con usados, que gotean. Agosto fue el peor mes del año.» Para capear la crisis, sugiere leer un clásico de Naomi Klein, La teoría del shock, porque «explica muy bien el roscazo que nos estamos comiendo».
A pocas cuadras, en el angosto salón de la librería Jekyll, Juan Manuel espera la llegada del cliente salvador. Cuenta que tener un local sobre Corrientes es como jugar en primera, sobre todo por los costos. Hoy, su librería luce desierta. ¿Lo que más se vende? «El saldo y los libros de diez pesos.» Fiel lector de ciencia ficción, recomienda alguna obra de Issac Asimov para estos tiempos. Pero aclara, «quizá sería más recomendable un buen libro de autoayuda». «