El presidente Alberto Fernández anunció el 19 de marzo de 2020 el “Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio”. Se iniciaba así una cuarentena que se extendería varias veces en el tiempo, un acontecimiento inédito en el mundo contemporáneo. De un día para el otro, la vida de los ciudadanos cambió, sobre todo en las grandes urbes donde la propagación del virus se multiplica a diario y el colapso del sistema sanitario es una amenaza permanente. 

Desde los más mínimos detalles, los hábitos y costumbres ya no son las mismos. Las calles apenas comenzaron a ser transitadas por aquellos trabajadores esenciales que debían abastecer de alimentos a los comercios y quienes atendían esos negocios, además de las farmacias e integrantes de las fuerzas de seguridad, bomberos, militares y personal de la salud. Aunque poco a poco, y de acuerdo a la situación epidemiológica de cada jurisdicción, se fueron abriendo algunos rubros más.

Lo cierto es que lavarse las manos a cada rato con jabón o sanitizar y desinfectar constantemente algunos espacios comunes, fueron algunas de las conductas que se naturalizaron. El uso del tapabocas o los barbijos se convirtieron en accesorios obligatorios a la hora de enfrentar la calle, al igual que un pequeño pomo de alcohol en gel. Ni hablar de compartir un mate, algo tan común por estas tierras.

Lo mismo ocurrió con el distanciamiento físico entra las personas, llamado también distanciamiento social, que no debería ser menor a dos metros o seis pies entre los individuos. Para respetar esta medida, los negocios que permanecieron abiertos acotaron la cantidad de empleados y restringieron el número de clientes, para lo cual se convirtió en algo común advertir marcas en el piso, tanto en las veredas como en el interior de los locales, que establecen la ubicación que debe ocupar cada persona. Hasta se han modificado espacios públicos para que la circulación de las personas no genere aglomeraciones.

Si bien la mayoría de las unidades productivas quedaron paralizadas, hay quienes pudieron continuar con sus labores de manera remota, lo que se denominó teletrabajo. Es decir, con una computadora y un celular, se pueden seguir realizando las labores diarias, dependiendo obviamente del rubro que se trate.

Por caso, desde el Poder Judicial de la provincia de Buenos Aires señalaron que ya cuenta con más de 20.000 puestos de teletrabajo. Cada uno de esos empleados ve desde sus casas la computadora de los juzgados, y esto, acompañado con la digitalización de los expedientes, genera las condiciones suficientes para seguir impartiendo justicia.

Justamente esta semana, Diputados le dio media sanción a una norma que regula el teletrabajo. El proyecto de Ley que ya fue girado ahora al Senado, contempla que estos trabajadores tienen derecho a la desconexión digital, la voluntariedad, la reversibilidad, la jornada laboral, la tarea de cuidados, la provisión de elementos de trabajo y la compensación de gastos, entre otros puntos.

En torno a la educación el cambio fue radical. De hecho, en gran parte del país se prevé que los alumnos no retornarán a los claustros este año. Para ello, desde el ministerio que conduce Nicolás Trotta se dispusieron diferentes plataformas virtuales para los distintos niveles de estudio. Incluso, canales como Encuentro, Paka Paka o la TV Pública, tienen franjas horarias dirigidas exclusivamente para el uso didáctico de los más chicos. En cuanto al ámbito universitario, se avanzó en la aplicación de plataformas virtuales y la utilización de videollamadas masivas tanto para impartir las clases, como para tomar los exámenes.

Actividades virtuales que antes eran impensadas llevarlas adelante de manera mediada por una pantalla como yoga o la práctica de ejercicios físicos, también son cotidianas hoy. Respecto a los consumos, muchos ciudadanos se vieron obligados a familiarizarse con las compras online y las aplicaciones utilizadas por los repartidores, cuyo uso se extendió masivamente.