Durante la pandemia, los individuos y las familias se enfrentaron al confinamiento, la distancia social, la enfermedad y la muerte, la recesión económica y la convivencia obligada. Este acontecimiento incidió fuertemente en la dinámica de los vínculos. La vivienda se transformó en oficina, empresa, consultorio, escuela, gimnasio.
Una de las experiencias inéditas de este tiempo fue el encierro en la vivienda que puso en juego la capacidad de las familias de “estar a solas”. Quienes pudieron armar una “burbuja” en familia, contaron con un sostén “extra”.
En estos tiempos se ha puesto a prueba la consistencia de los vínculos: de pareja, de padres e hijos, de hermanos, de amigos. El vínculo durante varios meses se vio sobrecargado y sobreexigido. Cobraron mucha importancia las dimensiones de la vivienda. En primer lugar, la posibilidad de contar con un “adentro” y un “afuera”. El tener un espacio para cada miembro de la familia o el compartir habitaciones son todas problemáticas que acompañaron los conflictos territoriales del aislamiento.
Fue un momento de reconfiguración de las formas de “estar juntos”. Nos encontramos con “versiones” propias y de los otros que no conocíamos. El vínculo de pareja sin duda cargó con mayores exigencias y desgastes. En tiempos de convivencias prolongadas y obligadas –reducido al mínimo el contacto con el mundo exterior–, en algunos casos se desarrollaron intensos estados de “fusión” y dependencia, diluyéndose la individualidad de cada uno.
Estas formas de apego, en algunos casos, mostraron sus fallas y llevaron a profundas crisis de celos, por lo que se estableció un sistema de hipervigilancia hacia el otro. La sensación de estar “con-fundido” con el cónyuge también generó angustia y necesidad de discriminación a través de actuaciones que se evidenciaron en infidelidades, refugio en el grupo de amigos, planteos de separación e incluso violencia.
Surgieron distintas problemáticas, desde las más destructivas hasta las enriquecedoras. En algunas parejas, este tiempo de encierro sirvió para consolidar la relación y “volver a elegirse”. También para conocerse mejor y mirarse, que no es lo mismo que verse. Ellas salieron de esta crisis más fortalecidas.
En otros casos, las parejas no resistieron estos desafíos extremos y decidieron la separación. Puedo asegurar que se multiplicaron las consultas por conflictos conyugales. «
María Fernanda Rivas. Lic. en Psicología. Psicoanalista. Especialista en pareja y familia. Asesora del Depto. de pareja y familia de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Autora del libro “La familia y la ley. Conflictos-Transformaciones”.