En la Argentina, unas 15.000 escuelas rurales reciben entre 10 y 150 alumnos que, en muchas ocasiones, comparten la sala en un plurigrado donde un docente imparte clases en varios niveles y áreas. Ricardo Periga es director de una de esas escuelas, la número 48 del poblado de Árbol Solo, en la provincia de La Pampa, que a causa de la pandemia, también está cerrada; y es por eso que, para asistir a sus siete alumnos con materiales didácticos, pero también un bolsón de alimento que puede esconder los chocolates y las computadoras que suelen usar, para seguir conectados de alguna manera.
La tranquera en cada campo es el punto de encuentro y en ellas, se sintetizan las historias. Allí el director, a quien acompaña en el largo recorrido el portero de la escuela, Darío, hace la entrega de los bolsones de comida, con alimentos secos que provee el Estado y «en esta oportunidad, voy a incluirles golosinas y chocolates», confiesa Ricardo a Télam, como si fuera una picardía secreta.
La escuela rural está en Árbol Solo, un paraje con escaso números de habitantes en las proximidades, que corresponde al Departamento Chalileo, en el oeste provincial y es el único pueblo de La Pampa que no está incluido en el Censo Nacional como localidad. Fue fundado el 24 de diciembre de 1924 por Jesús Alonso, propietario del único almacén de la zona y lugar de encuentros, y según cuenta la leyenda, su nombre nace porque el trueque que los aborígenes de la zona hacían con el «huinca», era bajo la sombra de un solo árbol, un caldén.
En ese lugar está emplazada la Escuela Rural N° 48, que el gobierno de la Pampa construyó hace más de 50 años para dar respuesta a la demanda escolar de los hijos e hijas de los peones de campo. Hoy está reacondicionada a los nuevos tiempos, con calefacción central, un dormitorio para las niñas y otro para los varones; el comedor con un solo televisor cuyo servicio de canales paga de su propio bolsillo el director. Al lado, está la pequeña casa con todo lo necesario para una vida confortable, destinada a las dos docentes de la primaria y la profesora de música, y por otro lado el cuarto para el director y el profe de educación física.
En la escuela rural las semanas se nutren de distintas actividades que comienzan a las 7 de la mañana, con la higiene diaria y un rico desayuno que los prepara para el inicio de las clases a las 8. Luego, tras el almuerzo, viene el momento de la tarea, los espacios para la recreación y los juegos, y finalmente la cena, antes del descanso. El fin de semana todo es más relajado.
En la escuela comparten la vida este año Manuela, de 5, la más peque; Benjamín en primer grado; Santiago y Tomás en segundo; y Luciano en tercero; Carlitos en cuarto y en quinto grado está Leo; mientras que Vanesa y Yanina, son las maestras de grado; la profe de música es Cecilia, el profesor de educación física es Nahuel y María José les da clases de inglés. En la vida diaria de la escuela rural también se suma la portera, Lili, que vive también en el colegio.
Los alumnos y alumnas residen en la escuela y visitan a sus familias cada 15 días. Si bien la matrícula hoy es de solo 7 estudiantes, tiempo atrás, cuando la actividad rural vinculada a los peones de campo era dinámica, la cantidad de chicos era importante; pero ahora muchas de esas familias, en la búsqueda de nuevos horizontes laborales, se fueron a los pueblos más cercanos.
Ricardo es docente hace más de 30 años, hoy ejerce como director de la escuela y cerca de los 60 años se ríe de sus canas y se reprocha ser un gran fumador, pero confiesa que de nacer de nuevo «elegiría la docencia rural porque si bien me aleja de mi familia, que ya ni me incluye en los cumpleaños, aquí vivo cada momento con una intensidad única».
«En la escuela todos los días hay nuevas experiencias, las que me llevan a experimentar desde la ternura que me provoca el llanto de las pequeñas con sus 5 ó 6 años en los primeras noches en la escuela, extrañando a sus padres, hasta verlos crecer y que me susurren: «`No me quiero ir a casa, prefiero quedarme en la escuela`».
«Ya pasará todo este tiempo triste y duro», dice Ricardo mientras termina de cargar la camioneta con los bolsones y cruza los dedos para que la suerte sea su compañera, en medio del monte pampeano donde los caminos son tan sinuosos como solitarios.