En enero de 2020, antes de que la pandemia trastocara al mundo entero, Sebastián Ávila viajó a Malvinas. Para este historiador, escritor y amigo de veteranos, las islas siempre habían formado parte importante de su vida. Tanto desde la narrativa ficcional como desde la cotidianidad real. Pero pisar ese suelo marcó un quiebre. Frente suyo presenció objetos del pasado histórico dispersos por el territorio allí donde en 1982 ocurrieron campos de batalla. 

“Había visto algunas fotos. Pero no tenía idea de que el lugar en sí era como una especie de museo al aire libre. Me impactó mucho. Estar caminando entre zapatillas de soldados, ponchos, artefactos a los que no les encontraba explicación y tenía que preguntarle a veteranos. Uno va a esos campos de batalla y es impresionante”, relata a Tiempo. Esas caminatas fueron el punto de partida de “Objetos portadores de memoria: la Guerra de Malvinas”, un proyecto que reúne testimonios de protagonistas relacionados con objetos traídos, evocados, fabricados o reinventados en torno a esa herida abierta que aún porta la sociedad argentina. Este año fueron seleccionados por el Fondo Metropolitano de la Cultura, de las Artes y las Ciencias.

Ávila cuenta que le resultaba imposible abordarlo con las herramientas que le dio la Historia, que no toma los objetos como fuentes. Así, se sumaron especialistas en arqueología de campos de batalla: Carlos Landa, Juan Leoni y Alejandra Raies. 

“Sebastián me planteó la posibilidad de hacer arqueología en Malvinas. Le dije que era complicado por cuestiones diplomáticas. Que me parecía que la única forma era entrevistar a veteranos en relación a los objetos”, aporta Landa. Y continúa: “empezamos a aprender sobre la marcha cómo entrevistarlos. Cuando alguien narró muchas veces un evento tiene un casete. Entonces arrancamos por otro lado, por los objetos de la infancia. Los objetos condensan capas de memoria. Llevamos más de 30 entrevistas. Empieza a haber conexiones entre la vida de los sujetos y los objetos. Surgieron historias fantásticas”.

Además de ver objetos en el campo de batalla, como si el tiempo allí se hubiera congelado, Ávila presenció cómo en el aeropuerto de Malvinas los controles apuntaban especialmente a ex combatientes, para revisar que no se llevaran nada de las islas por las que pelearon. “Vi veteranos a los que les sacaban las cosas. Se nota que los tienen identificados, a ellos los apartaron de la fila. Según la ley de allá, ni siquiera te podés llevar turba. Esa cuestión un poco me fascinó y otro poco me sublevó. Tenía esa sensación, ‘¿cómo no me puedo llevar algo que es de mi país?’”, indaga el historiador sobre aquel viaje que se transformó en algo más.

Mates de guerra

Una granada sin explosivo usada como cuenco. Una birome y una aguja o alambre caliente para hacerle agujeritos en la punta y convertirla en bombilla. Yerba reutilizada. O incluso turba. El mate fabricado en el campo de batalla es uno de los elementos más evocados al hablar de Malvinas. “Hay algunos objetos que se están repitiendo mucho. Sobre todo de lo que llevaron a la guerra: el reloj, las cámaras de fotos. Y entre los objetos que tuvieron que crear hay uno importante que es el mate. Sintetiza culturalmente una cuestión: las tropas que pelearon eran de provincias de todo el país. El mate, de todos los objetos, es el primero”, describe Ávila. Otros elementos en torno a la comida, y a la falta de ella, también están muy presentes. Ahí sobresalen los cascos devenidos ollas.

“Acá hay algunas pistas de que la creatividad tiene profundas raíces culturales, como esto del mate. O la idea del asado: matar una oveja y cómo cocinarla. Hasta se repiten técnicas. Cómo hacer una bombilla, por ejemplo. Y es difícil que en un lugar tan enorme donde no andás caminando alguien fuera diciéndolo. Ahí hay algo de la adaptación con los objetos que es fabuloso”, opina el historiador. Y analiza: “en Malvinas siempre se nos destacó por haber usado tecnología vetusta para la época, y sin embargo la readaptación creativa de los objetos permitió pelear de una manera más digna de lo que hubiera terminado siendo con lo que teníamos. Si lo ves solo desde lo militar, contás los barcos y demás, es una cosa. Pero si lo ves desde las personas y sus testimonios, es otra”.

El llavero y la parka

Eduardo Munitz tenía 19 años cuando lo mandaron a Malvinas como conscripto. De madrugada, sin previo aviso, con lo puesto. Habló muchas veces sobre su paso por la guerra. Pero durante la entrevista con el equipo que rastrea objetos e historias, emergió un recuerdo que permanecía archivado. Mientras revisaba sus pertenencias de entonces “se cayó una tarjetita que decía ‘ayer hizo un año que Dani pidió por vos y volviste’. Encontré esa tarjetita durante la entrevista, no la tenía presente”, rememora. El mensaje había sido escrito por su mamá y colocado junto a una torta para celebrar el primer aniversario de su regreso de las islas. La noche anterior a su llegada, sin que su familia supiera que ya estaba en viaje, su hermanito le había preguntado a la mamá cómo hacer para pedirle a Dios que su hermano mayor volviera.

Durante la entrevista Munitz también evocó el llavero que no pudo traer de regreso. El que necesitaba para entrar a su casa cuando llegó desde el sur, de madrugada. Por eso tuvo que anunciar su llegada golpeando la puerta con fuerza. Su mamá fue a abrir con terror de que le avisaran que su hijo había muerto. Él aún recuerda exactamente el punto donde dejó esas llaves: en una bolsa junto a su uniforme. Según le dijo un compañero que viajó a las islas, sigue en el mismo lugar. También habló sobre la campera parka camuflada que se puso en ese viaje de retorno, cuando no soportaba el olor de su propio cuerpo tras 58 días sin bañarse.

“A veces pareciera como que no pasó. Pero ese objeto que tenés muy presente te hace recordar que estuviste ahí. Cuando lo encarás desde ese lugar, desmitificás esos falsos héroes de los que hablan. Ninguno de nosotros es un héroe. Éramos pendejos a los que nadie dio la posibilidad de elegir –respetando al que fue voluntario-. Hay cosas que cuando te acordás de los objetos te transportan. Si abro las cartas y huelo el papel, me llevan al momento en que la escribí. Eso a veces es más potente que la palabra”, sentencia Munitz.

Rincones de memoria

Muchos de los entrevistados eligieron hablar en sus casas, en esos rincones que acondicionaron para atesorar memorias. “En general están en los livings. Tienen cuadros, medallas, fragmentos de granadas, fotos. No es simplemente la guerra. Es cómo se entrelaza la vida de los objetos con las personas”, resume el arqueólogo Landa. En esos rincones no sólo hay objetos que remiten a la lucha. También hablan del tortuoso ‘después’ de una contienda de 74 días impulsada por la dictadura cívico-militar de entonces para recuperar el archipiélago, usurpado en 1833 por el Reino Unido.

“Nos hablan de que con las cosas y los espacios vuelven a encontrarse con ellos mismos a los 18 años. Hay todo un espiral, para muchos su ‘yo’ de los 18 quedó ahí. Les preguntamos qué les dio y qué les sacó Malvinas y muchos coinciden en que les sacó la juventud, crecieron de golpe”, cuenta Landa.

De los objetos que ya no tiene pero evoca, los principales para Silvio Katz -conscripto enviado a batallar a los 19 años- son los escritos. “Tenía un bolsón enorme con cartas. Me las tiraron al agua. No quisieron ni siquiera revisarlas. Me hubiera gustado tenerlas, eran de toda la gente que me escribía del continente”, se lamenta, y opina que repensar Malvinas desde los objetos “es un disparador para recuerdos que uno fue tapando, borrando. Al conectarte con el objeto te afloran los recuerdos y las sensaciones vividas en el momento. Creo que sana. Te vas amigando con lo que pasó. El recordar hace que puedas sacar afuera lo que duele y separar lo que fue trauma y dolor de un recuerdo. En mi caso, va doliendo un poco menos”.

Palpitando los 40 años de una «herida no curada»

Se acerca el aniversario número 40 de la Guerra de Malvinas y se esperan múltiples eventos y homenajes para abril de 2022. De hecho el Ejecutivo Nacional ya conformó una mesa interministerial al respecto, bajo el lema «Malvinas nos une».

El proyecto “Objetos portadores de memoria” no nació con el aniversario como horizonte y el plan es que continúe luego, tanto con el avance de la producción académica como a través de la divulgación.

“Me interesa rescatar la dimensión conmovedora de la guerra. La pequeña historia habla mucho sobre la guerra. Más que la táctica y la estrategia. La historia de un hombre en esa situación puede ser la historia de todos”, dice el arqueólogo Carlos Landa.

“Más allá de los objetos como soporte de memoria, permiten contar historias de alguien que ya no está”, agrega el historiador Sebastián Ávila. Alejandra Raies apunta a la vigencia del tema, cuatro décadas después: “digo Malvinas y a todas las personas les pasa algo. No sucede lo mismo con las batallas antiguas. Hablo de Cepeda o Pavón y probablemente no sepas qué pasó. Esta es una herida no curada”.

Ovejas

Cada vez que el historiador Sebastián Ávila se acercó a la escritura de ficción, sus relatos se posaron en Malvinas. En talleres y clínicas literarias sus docentes le apuntaban que en ese sendero había algo por explorar. Ovejas se titula el libro con el que Ávila ganó este año el Premio Futuröck de Novela. Una trama en torno a un faro del Atlántico Sur el cual una patrulla tiene la misión de defenderlo. «No la escribí solo. Atrás mío hay un montón de gente, todos los caídos y sus familias».

El papelito salvador, con un código clave: NI231835

Entre los objetos generados en Malvinas sobresale un género: los diarios personales, escritos sobre los papeles que tuviesen disponibles, por ejemplo envoltorios de harina. El capitán médico Jorge Ibáñez escribió el suyo en su agenda. “Nunca pensó que iba a escribir un diario. Pero en un momento se dio cuenta de lo que estaba viviendo y empezó a relatarlo. Conserva la agenda. Llevar un casco con una cruz le permitió traer sus objetos. El 90% no pudo porque se los sacaron. Ni siquiera cartas de sus familias, fotos”, compara Sebastián Ávila. Esa agenda que Ibáñez transformó en diario no sólo guarda las palabras de su paso por la guerra. También, entre sus páginas, está el papelito que le salvó la vida.

“Yo estaba destinado en Buenos Aires en la Escuela de Ingenieros –relata el dueño del papelito salvador-. Cuando empieza la guerra, me mandan a Corrientes. Un día viene una orden desde Puerto Argentino donde decían que NI231835 -que era yo- tenía que volver para prestar servicio ahí. Yo no tenía problema, pero como era el que hacía las anestesias el jefe del puesto principal de socorro no quería que me fuera. Mandó un radiograma pidiendo que me saquen de esa misión”. No hubo respuesta a ese planteo y una mañana llegó un helicóptero a buscarlo. “Armé mis petates y cuando subí veo que viene un soldado corriendo con este papelito, donde decía ‘NI231835 no autorizado a viajar’. Me bajé y volví al puesto de socorro. Ese helicóptero, cuando volvió para Puerto Argentino, fue derribado por los ingleses y se murieron todos. El papelito me salvó la vida, y está en mi diario. El original lo tengo yo”.

Para contactarse con el equipo de investigación: [email protected] – https://www.instagram.com/objetos_memoria_malvinas/