“Está claro que necesitamos un nuevo acuerdo entre la naturaleza y las personas”, dice Manuel Jaramillo, director general de Fundación Vida Silvestre Argentina. Hace referencia a las muchas noticias sobre animales que, ante la retirada de las personas, restringidas por una cuarentena que rige en buena parte del globo, regresan a su hábitat natural. El leopardo de las nieves, en la estepa rusa, fotografiado por primera vez en años; tortugas desovando en playas de la India; osos recuperando la geografía del parque Yosemite, en Estados Unidos; hasta los leones marinos, aventurándose en las calles aledañas al puerto de Mar del Plata.
“Muchas imágenes de fauna silvestre en ambientes urbanos son reales, otras son falsas o, si reales, de vieja data. Resulta evidente que la disminución de nuestra presencia invita a aquellas especies que nos acompañan muy de cerca todos los días, muchas veces pasando desapercibidas, a ocupar nuevos espacios o a ‘recolonizar’ lo que alguna vez fue parte de su hábitat. Pero lo que está mostrando esto es que el planeta se recupera muy fácil, que simplemente necesita que no lo molestemos, ni siquiera que lo conservemos, y esa rápida recuperación nos da esperanzas. Si, cuando termine la cuarentena, hacemos cosas distintas, conviviremos mucho mejor con muchas especies animales, con el planeta entero”, agrega Jaramillo.
“Una ciudad es un ecosistema antrópico o artificial que se montó donde antes había naturaleza -explica Claudio Bertonatti, ex director del zoo porteño y asesor científico de la Fundación Azara-. Una naturaleza que se desplazó, arrasó o sepultó. Sin embargo, cada ciudad conserva una diversidad de plantas y animales silvestres, sobrevivientes del paisaje original que no son indiferentes a lo que ocurre en su ambiente urbano. Si el nivel de disturbio disminuye (ruido, contaminación, ocupación humana, tránsito vehicular, etc.), esa fauna tendrá condiciones más favorables para ‘salir’. Por este motivo, los mismos animales silvestres que veíamos antes se muestran más abundantes, seguros o confiados. Incluso ‘aparecen’ donde no se habían observado”.
Para Bertonatti, “es evidente que si reducimos nuestra presión, las formas de vida silvestres se expresan, retornan con su belleza y hasta funcionalidad. Eso nos está dando un mensaje global”.
Orcas en Canadá, ballenas en Acapulco, cóndores sobrevolando zonas urbanas de Chile, un jaguar paseando por un estacionamiento de la turística Tulum, en Yucatán, y un pingüino en la playa desierta de Miramar, las imágenes se multiplican y obligan a preguntarse, terminado el aislamiento obligatorio, cuan duradera podría ser la convivencia entre esas especies y el hombre.
Y sin embargo, también está claro que la accidentada cercanía entre personas y animales silvestres está el germen de la pandemia. “La Organización Mundial de la Salud ya confirmó que, aunque no esté perfectamente establecido el mecanismo, el Covid-19 es un virus de origen zoonótico. ¿Necesitamos más pruebas de que nuestra salud y la de la naturaleza están estrechamente conectadas? –se pregunta Jaramillo–. La alteración de los sistemas naturales por destrucción del hábitat, la pérdida de biodiversidad, el tráfico de especies, la intensificación agrícola y ganadera, sumado a los efectos amplificadores del cambio climático, multiplican el riesgo de aparición de enfermedades de origen animal transmisibles al ser humano. La destrucción de los bosques, la minería, la construcción de carreteras y el aumento de población, no sólo provocan la desaparición de especies, sino también que las personas tengan un contacto más directo con animales salvajes y, de esta forma, también con sus enfermedades”.
En rigor, el 70% de las enfermedades humanas tiene origen zoonótico, “pero virus y bacterias han convivido con nosotros desde siempre y, en hábitats bien conservados, se distribuyen entre las distintas especies sin afectar al ser humano. Una naturaleza sana, con biodiversidad conservada, es el mejor amortiguador de pandemias”, cierra Jaramillo.