“Cortala con el tema del Covid, tenemos que retomar la vida de cada uno de nosotros”, le reprocharon a Cintia después de que se opuso a que su familia viaje desde la Capital Federal hasta Córdoba, donde tienen una casa de veraneo. Sus padres ya recibieron las tres dosis, sus hermanas y sobrinos dos, pero ella tiene miedo. Pánico de contagiarse y contagiar. Hace poco más de seis meses que empezó a salir y visitar a alguna amiga. Se obliga, la obligan. Sino la culpa es de ella. Nunca se saca el barbijo, rocía con alcohol siempre a su alrededor y calcula las distancias sociales recomendadas con el resto de las personas. Es reflejo y espejo de una de las marcas de la pandemia: cómo crecieron en estos dos años las problemáticas en salud mental. Y especialmente, las fobias. Especialistas aseguran que las consultas aumentaron de un 15 a un 30 por ciento. Lo llaman «coronafobia».
Cintia tiene 38 años, es abogada y vive en Adrogué. Cuando ya no puede evitarlo y debe viajar a la Ciudad de Buenos Aires para ir a Tribunales o a ver a algún cliente, estudia cada horario para evitar amontonamientos en el transporte público. Tras la planificación, el segundo paso: subir al colectivo. Primero presta atención a las ventanas, después si las y los pasajeros tienen el barbijo colocado de manera correcta y, por último, controla que nadie esté comiendo. Recién ahí se ubica. Prefiere hacer el recorrido parada para evitar alguna respiración cercana.
Elige el colectivo o el tren antes que las combis de vidrios sellados donde «el aire no circula». No subió nunca a más a una desde aquel día: lo recuerda como un trauma. Combi en Lanús, de regreso a casa. Pasó por Remedios de Escalada, Banfield, pero en Lomas no aguantó más. Esas ventanas cerradas. El corazón latiendo fuerte, como estocadas. Le costaba respirar, le dolía el pecho. Esas ventanas cerradas. Se levantó del asiento y le pidió al chofer que pare. Bajó y caminó los más de ocho kilómetros que restaban hasta llegar a destino. “El terror a contagiar a mis padres hizo que no quisiera que nadie saliera de casa, sobre todo en la primera parte de la pandemia –relata Cintia–. Ahora estamos todos vacunados y sigo con esa preocupación. Me dicen que yo traumo a mis sobrinos por eso, porque los obsesiono tanto con que tienen que usar el barbijo y el alcohol”.
El doctor en psicología y presidente de Fundación Fobias Club, Gustavo Bustamante, indica que con el transcurrir de la pandemia crecieron las consultas un 15%. “Por un lado, hay un aumento en conductas fóbicas, temerosas, desproporcionadas, donde hay una necesidad de reaseguro, una intención de preocupación por la salud, de sensación de amenaza, de riesgo. Paralelamente, venimos observando que aquellos pacientes que habían mejorado, o que estaban bien, han empezado a tener recaídas”.
«Pienso en el después»
Misofobia, hafefobia, agorafobia. Pueden encontrarse varios nombres para referirse a distintos miedos. Bustamante lo resume en una palabra: coronafobia. «Una preocupación desmedida, desproporcionada a contagiarse, con un montón de conductas preventivas, aun cuando están vacunados. Tengo pacientes que usan doble barbijo y tienen todas las manos lastimadas por el abuso del alcohol. No van a bares, restaurantes, hasta les ha costado cursadas en la facultad».
Por ese terror a contagiar a sus padres Cintia hace aislamiento, aunque ya no esté indicado. De hecho en CABA hasta dejó de ser obligatorio el barbijo en espacios cerrados, a pesar de la llegada del invierno. Si ella se entera de que alguna persona a la que vio tiene Covid-19 se controla los síntomas durante 48 horas, sea o no contacto estrecho. Cualquier indicio de dolor de cabeza o de garganta puede activar una alarma. “No me relajo, siempre estoy pensando en el después. Pienso en ver a mis amigos, pero me agarra la angustia o la culpa. Digo, ‘los veo y ¿qué hago? ¿No veo a mis papás por un tiempo por las dudas?’ No es que salgo y disfruto, pienso en el después”.
Algo parecido le sucedió a fines del año pasado cuando tuvo un ataque de angustia mientras llegaba en tren a la estación Constitución. Una amiga a la que había visitado para su cumpleaños le contó que uno de los invitados tenía Covid. Era la primera vez que iba a un evento social. “Me largué a llorar. No correspondía hacer aislamiento, pero lo hice igual y no quería ver a nadie. Lo tomé como si yo tuviera Covid y ni siquiera era contacto estrecho. Volví a casa llorando como si me hubieran dicho que se contagió un familiar y estaba grave. Esa era la sensación de tristeza. Estaba enojada conmigo misma pensando que fue mi culpa porque fui a un cumpleaños donde había gente. Porque salí de casa”.
Alertas que aparecen
“Hay mucha gente que no sale de la casa al día de hoy, personas que sienten culpa, que han desarrollado hábitos extremos de lavado, de limpieza, por el temor al contagio. Gente que no se ha podido rehabilitar, tomar el curso normal que tenía su vida”, explica Bustamante.
En el Departamento de Psiquiatría y Salud Mental del Hospital de Clínicas atienden más de mil consultas por mes. Patricio Rey, jefe de División Docencia e Investigación del área, resalta que «las consultas generales en salud mental aumentaron por lo menos un 50% pos pandemia». Las fobias, ubicadas dentro de los trastornos de ansiedad, ocupan gran parte de ellas, un 30% del total, «sobre todo las fobias de contaminación». El tratamiento más aplicado es el cognitivo conductual (ver Recuadro).
“Con las manos ya no toco casi nada”, remarca Virginia. Tiene 40 años, es organizadora de eventos y durante la pandemia comenzó un tratamiento psicológico. “Con la mano nunca más”, repite. Cuenta que no abre puertas si no es con los codos o con alguna otra parte del cuerpo. Le gusta el teatro, pero dejó de ir. Tampoco va al cine, mucho menos a un recital. Hace poco hizo un vuelo corto: “me costó un montón, no me pude sacar el barbijo”. Dice que ya no disfruta las cosas como antes. El sudor en las manos y las palpitaciones le aparecen para señalarle que tiene que estar alerta. Que no puede relajarse.
La primera vez que sintió esa alarma en el cuerpo fue a fines de 2020 cuando se enteró de que su hermano se había contagiado. Virginia lo vio días antes de Navidad y pensó que se había infectado y que ella se le transmitió el virus a sus padres. Se hisopó dos, tres, seis veces. El resultado, siempre negativo. Pero igual no podía descansar. Pasó una semana sin dormir. “Me perturbaba pensar que podía haber contagiado a mi familia en las fiestas. Era el primer año y nadie estaba vacunado. Fue complejo”. Cuando volvió a trabajar, volvió esa alarma en el cuerpo. No podía ver gente reunida, a pesar de que se cumplieran los protocolos al aire libre. Otra vez las manos húmedas y el corazón martillando. Entonces, se evaporaba. Caminaba hacia algún lugar apartado, respiraba hondo, intentaba pensar en otra cosa. “Yo trataba de razonar que si ya estaba autorizado había menos riesgo. Me preocupa mucho después de cada evento, esperaba tres o cuatro días para saber quién había caído. Si no pasaba nada, me podía relajar”, cuenta.
“No basta ser valiente para aprender el arte del olvido”, escribió Borges. “Mucha gente se olvidó de la pandemia. Yo no me puedo olvidar”, dice Virginia. Cintia tampoco.
El Hospital de Clínicas recibe más de mil consultas por mes
En el Departamento Psiquiatría y Salud Mental del Hospital de Clínica reciben más de mil consultas mensuales, entre los tratamientos continuos y quienes llegan de manera ambulante. «Una de las fobias que más aumentó es la de contaminación, tiene mucho que ver con el miedo a contagiarse tocando superficies, picaportes, el portero eléctrico, botones del ascensor», resalta Patricio Cristóbal Rey, especialista universitario en Psiquiatría y Psicología Médica, jefe de la División Docencia e Investigación del área.
Rey sostiene que los trastornos de ansiedad, en los cuales se ubican las fobias, ya venían aumentando antes de marzo de 2020. Y con la pandemia «se dispararon mucho más».
El o la paciente vive en un contexto de temor e indefinición, dominado por la falta de certezas, de estímulos y de deseo. El miedo da lugar a escenarios de anticipación, donde la persona se grafica de antemano una situación adversa o crítica que «está a punto de sufrir». Aunque después no ocurre eso que temía, las alertas ya se activaron, y le quita calidad de vida. Se excluye de ámbitos sociales, familiares, laborales. Las conductas de evitación empiezan a repetirse.
¿Cómo tratan a pacientes con estas fobias? El especialista subraya que trabajan a nivel psicoterapéutico con terapias cognitivo conductual («las más efectivas en este tipo de casos») y farmacología, sobre todo ansiolíticos. «Este tratamiento dual es el más indicado y el que mejor resultado se obtiene. La farmacología es importante porque cuando la fobia está instalada genera mucho malestar en el paciente. Varios síntomas relacionados al miedo fóbico, sobredimensionado e irracional, generan sufrimiento a nivel cognitivo pero también con síntomas físicos, que son muy disfuncionales: puede tener palpitaciones, taquicardia, sudoración, dolor de pecho, náuseas, vómitos, diarrea, vértigo, aumento de la presión arterial, alteraciones del sueño, muy asociados a las fobias. Por eso se busca mejorar la calidad de vida».
Desde el lado psicoanalítico se enfatiza en la búsqueda de poder nombrar esos miedos. Y que aparezcan en primer plano los deseos, como motor y fortaleza.
Lavandina, celular y antiparras
Como a otras ramas de la salud, a la mental le sucedió que durante dos años las personas dejaron de tratarse. Y entonces luego explotaron. «Había una demanda encubierta que estaba demorada por la pandemia. Pero ahora se multiplicó por la incertidumbre de las nuevas enfermedades. Estamos sobredemandados», describe Gustavo Bustamante de Fundación Fobias Club.
De los temores que presenció le sorprende «el temor al contacto de la superficie; personas que aún se limpian con alcohol o lavandina los zapatos, con conductas extremas. Vi personal de salud que hasta hoy no volvió a trabajar. Lo mismo docentes. Sobre todo quienes conviven con adultos mayores. Ni hablar de las personas que tienen que hacerse controles médicos, con el temor a pasar por lugares donde pasaron otros que podían haber estado con Covid. Tengo pacientes que vienen sin celular de Pilar a Recoleta en tren, por miedo a tocar el pasamanos, luego agarrar el celular y lo ‘contaminen’. Otros por temor a que les entren saliva en los ojos llegan a usar antiparras».