Si hubiera estadísticas publicadas podríamos ver una curva de crecimiento asombrosa en las superficies quemadas año tras año. En los ´80 nos sorprendían y angustiaban incendios de superficies irrisorias comparadas con los que vemos en estos últimos veranos.
Si alguien interesado confeccionara esas estadísticas podría ver que la burocracia estatal del combate contra el fuego no presentó jamás una adaptación a los nuevos tiempos, al cambio climático, a la presión de la población sobre las áreas rurales. El mundo de las nuevas ideas le es totalmente ajeno a nuestros gobiernos.
Si algún día se supiera cuánto se gasta en combatir incendios, quizás se pueda comparar con la eficiencia en el combate que ofrece la previsión: no se hacen podas ni raleos, no se limpian caminos ni senderos, no se plantean plantaciones de protección retardantes del fuego, no hay un cuerpo de guardabosques ni policial que haga recorridas exhaustivas en épocas de alarma roja.
Nada se hace para innovar. En la guerra contra el fuego también se ha instalado una burocracia. Una burocracia de comentadores de noticias, de filmadores de llamaradas, de contratadores de servicios que corren muy por detrás de los acontecimientos.
La burocracia no permite jamás una nueva idea, otra concepción del manejo de los recursos naturales. La burocracia la conforma gente que sobrevive en sus cargos, que imposibilita cualquier renovación, que no tolera novedades. No se estimula el conocimiento de la montaña ni de ninguna área natural de las poblaciones.
La burocracia excluye toda opinión que no pertenezca a sus oficinas, cualquier aire fresco que la cuestione. Tolera los reportajes apoyándose en el desconocimiento de los medios de comunicación para luego volver rapidito a sus escritorios.
Esa es la gente que maneja nuestro medio ambiente, y de ellos depende la vida silvestre y nuestro clima en el futuro.
Si la seguimos tolerando, seremos cómplices.