Cristina tiene 44 años y los ojos asustados. El celeste de las pupilas quizás se muestre más claro al recordar la pesadilla que atravesó. Está sentada en las oficinas de Proyecto Sur, frente al Congreso de la Nación, donde barre, vacía los tachos de basura, trapea los escritorios y embolsa papeles desechados. Se la nota cansada. Además de limpiar oficinas, cuida a una anciana durante la semana. Tiene tres hijos y vive con ellos en Agustín Ferrari, localidad de Merlo, en el oeste profundo del Gran Buenos Aires. Hace 23 años que se mudó a esa casa. Donde ya no se siente segura.

– Es re tranquilo. Era un barrio residencial, son terrenos grandes. No tenés la sensación de estar encerrada. No ponía candado en mi puerta. Ni adentro ni afuera.

La relación con el cannabis comenzó a los 32 años. Su ex marido trabajaba en una estación de servicio de Capital Federal y un cliente olvidó una piedra de marihuana prensada. La llevó a su casa y la guardaron en un cajón. Pasaron dos años hasta que a Cristina le nacieron las ganas de probar.

– Queríamos prender el cuadrado entero sin picarlo. Cero información.

Se ríe y recupera el brillo. Luce el pelo cortísimo y una sonrisa grande. Sus compañeros de oficina ceban mates. En las paredes, están colgados cuadros con fotos de distintos personajes de la historia argentina. Artistas, políticos, músicos. Es viernes y el edificio respira por el pulmón que no conoce el sol.
Aquella relación con el cannabis cambió cuando se compró un teléfono celular con Internet. Ocurrió hace dos años. Comenzó a bucear por la red y un vecino le regaló una planta. Todavía no sabía diferenciar una planta macho de una hembra. No entendía el proceso de secado, el de curado. Todo fue a prueba y error. Pero la red de redes le cambió la visión del mundo y la acercó al movimiento cannabico.

– Comencé a venir los sábados al Congreso y conocí a los chicos de Acción Canábica. Comprendí el valor de la militancia.

Quizás eso la haya salvado. Porque la semana pasada Cristina sufrió una visita inesperada.
El miércoles 14 de diciembre, sus tres hijos de 17, 8 y 3 años miraban la televisión. Eran las ocho de la noche. Cristina estaba cansada. Dudaba qué preparar para la cena cuando escuchó que el portón de la calle se movía. Mitad de chapa, otro tanto de madera, creyó que se trataba del viento. El ruido insistió. Su hija mediana se asustó y corrió a la cocina. Pero antes de que pudiesen salir a ver qué ocurría, ya estaban adentro.
Tenían chalecos antibalas. La apuntaron con ametralladoras para ordenarle que se tire al piso.

– No. Acá, no hay nadie más- respondió con la mano apoyada en el pecho del oficial que le apuntaba y con su hija abrazada a una de sus piernas.

La llevaron a la habitación. Uno de los policías la interrogó.

– ¿Tenés plata?

Señaló el costurero guardado en el ropero: dentro había 8500 pesos. También otra caja con los 650 pesos que había ahorrado junto a sus compañeros de cultivo para comprar un rociador. Hasta las ganancias por barrer y limpiar quiso la Policía. Para lograrlo, revolvieron cajones y uno a uno juntaron los billetes. Cristina siempre se mantuvo tranquila porque jamás le vendió un gramo de marihuana a nadie. Cuando produce aceite, lo regala. Si vendiera frascos de mermelada repletos de flores, no necesitaría viajar casi 50 kilómetros para limpiar oficinas. O cuidar a una anciana todo el día. Pero los policías no escucharon, sólo dijeron:

– Te podemos hacer zafar de esto pero nos tenemos que llevar la plata.

– Pero es la plata para mi cocina. Hace muchos meses que vengo juntando.

– Fijate vos. Si querés paramos acá. El allanamiento te lo tengo que hacer igual. Pero hago que esto no pase a más.

Eligió quedarse en la pieza con sus hijos. En la alacena encontraron hojas de marihuana que usaba para hacer té. Sólo hojas. Cristina y los niños fueron obligados a mudarse al comedor mientras los policías revolvían la habitación. Los chicos se pusieron inquietos. Entonces llamaron a un vecino para que se los llevase. Se quedó más tranquila. Y los policías le confesaron que la denuncia había salido de fiscalía. Pero no aclararon de qué fiscalía. Sólo dijeron:

– Andá y agarrá cuatro plantas.

Cristina tenía más plantas pero igual le dolió arrancarlas. Quitó un macho y tres hembras. Caminaba rumbo a la puerta de entrada cuando el policía que siempre hablaba la frenó para decirle:

– No nos vamos a llevar nada. Metelas en un balde.

El operativo finalizó el jueves a las tres de la mañana. La última escena terminó por caracterizar la esencia de cada protagonista de la historia.
Antes de despedirse, el policía que siempre llevó la voz durante el allanamiento metió la mano en la bolsa donde estaban el teléfono celular, el documento de identidad y la plata de Cristina. Le entregó el aparato y el documento. Pero no la plata.

– Miró la plata. Le dije que me dejase algo, que me quedaba sin plata para los chicos. Agarró y medio que dudó. Finalmente me dejó 300 pesos. Antes de irse me dijo. ´Nosotros te hicimos un favor a vos, ahora hacenos vos un favor a nosotros´.

Cuando los intrusos se fueron, Cristina se contactó con sus compañeros de Acción Cannábica. Nicolás Milione es miembro de la agrupación y compañero de oficina de Cristina. La acompaña durante la entrevista.

– Desde Acción Cannabica repudiamos el atropello y allanamiento del cual fue víctima nuestra compañera. Repudiamos las prácticas abusivas y corruptas con la cual se manejan ciertos sectores de la Justicia y la Policía, amparados y protegidos por el poder político y blindada por el poder mediático. Seguimos siendo perseguidos, estigmatizados y penalizados como si fuéramos criminales, por la simple razón de utilizar cannabis en nuestra vida.

Cristina no está sola. A principios de semana, el abogado penalista Rodrigo González se preocupó por el caso y presentó un habeas corpus en el Juzgado de Garantías Nº 1 de Morón para conocer quienes ingresaron a la propiedad de Cristina y quien autorizó ese allanamiento. En diálogo con Tiempo Argentino, el abogado señaló:

-          Llegó una cedula al estudio notificando que no habían encontrado ninguna causa. Cristina no tiene ningún pedido de captura. Ahora van a iniciar una investigación penal para descubrir quién estuvo detrás del “allanamiento”. Puede existir una causa que no haya sido detectada por el Juzgado pero es lamentable que la Justicia, frente a un pedido como el nuestro, no haya podido encontrar la causa.

 Ahora, mientras la Justicia busca a los autores del atropello, Cristina siente miedo. Está tranquila porque tiene clara su militancia pero por momentos la envuelve el temor de recibir otra visita de los sospechosos de siempre. 

EN PRIMERA PERSONA

Por Cristina Lombardo

No puedo dejar de pensar en que soy la perejil del barrio. Soy una ciudadana común: mujer, madre, amante, creadora, trabajadora.

Me levanto a las seis de la mañana y me acuesto a las doce de la noche. Despierto a mi hijo para que vaya a la escuela. Tiene una discapacidad mental leve y asiste a una escuela laboral. Lo pasa a buscar la combi.

Mi hija de 8 años fue operada en 2015 por un problema renal en el Hospital Gutiérrez y está en tratamiento. La llevo a la escuela que está a ocho cuadras de mi casa.

 Después llevo a mi hijo más pequeño hasta lo de mis viejos, tomo unos mates y salgo a las nueve para el trabajo. Viajo dos horas de ida, trabajo cinco y dos horas de vuelta. Tren, colectivo, tren.

 Vuelvo a buscar a mis hijos y venimos para casa. Llego y sigo con la ropa, el parque, el jardín. Tengo muchas plantas; en mi casa no sólo cultivo cannabis; también hay romero, laurel, diente de león, ruda, tomates, lavanda, aloé, borraja, manzanilla, orégano. Esa es mi vida y siento que no merezco ser tratada como delincuente. Mis hijos no necesitaban esa violencia. A veces me gana la desesperanza. Ahí es donde aparecen amigos y compañeros, a darme fuerzas.

 Creo en la energía del universo que entrelaza caminos. La marihuana me abrió la puerta a otra realidad, a la energía del reino vegetal. Me hizo conocer el poder de la semilla, de la libertad que una semilla te regala. Hoy me planto de frente, defiendo lo que amo.