El juicio contra los 19 represores por los crímenes cometidos en el Pozo de Banfield, el Pozo de Quilmes y El Infierno de Avellaneda continuó este martes con la declaración de dos sobrevivientes. Pablo Díaz, sobreviviente de La Noche de los Lápices y un testigo que solicitó preservar su identidad.
Díaz fue secuestrado el 21 de septiembre de 1976, en el marco del operativo conocido como La Noche de los Lápices. Pasó por el Pozo de Arana, donde fue torturado, y luego fue trasladado al Pozo de Banfield. En su declaración pidió que le saquen el beneficio de la prisión domiciliaria a los represores y bregó por justicia. “Ojalá no haya otros 37 años de espera”, dijo entre lágrimas.
«Lamento por los que no han podido sobrevivir y agradezco haber sido adolescente cuando fui víctima porque me permite testimoniar», planteó Díaz ante el TOF 1 de La Plata.
Díaz tenía 16 años cuando un grupo de tareas de distintas fuerzas de seguridad se lo llevó de su casa, en La Plata. En la audiencia, recordó que él ya sabía que había secuestros de estudiantes secundarios y que supo, en cuanto entraron, que iban a buscarlo por su participación en centros de estudiantes y organizaciones estudiantiles. “Pudimos haber sido chicos que resistimos”, consideró, y precisó que eran definidos como “potenciales subversivos por la capacidad crítica de resistencia en los colegios secundarios”.
Díaz destacó también que se lo llevaron ante la mirada de sus padres y sus seis hermanos. “Me ponen un pulóver en la cabeza y me dicen nos vamos,” explicó. Dos horas después, su familia hizo la denuncia en la comisaría segunda de La Plata. Díaz fue trasladado al campo de Arana, que luego reconoció gracias a la Conadep (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas).
“Me bajan violentamente y me dejan contra la pared más de 24 horas, las piernas me temblaban y me pegaban en la cabeza y en la nariz. No querían que me tirara al piso. Después me llevaron a un cuarto, entre dos personas me desnudaron y me acostaron en un catre. Una tercera persona dirigía el interrogatorio”, señaló. Las preguntas estaban relacionadas a la participación en agrupaciones estudiantiles y políticas. “Cuando les decía que no, me daban corriente eléctrica con picana en distintas partes del cuerpo, como genitales y algunas heridas. No aguantaba más, me pedían el nombre de algún chico, pero yo no podía decir nada porque tenía los labios quemados. Seguían con la sesión y cuando terminaban, me llevaban arrastrándome sin vestir. Era llevado a una pieza, debíamos ser entre 11 y 14 personas”, relató.
A veces, los compañeros de encierro se iban a sesiones de tortura, pero no volvían. En una oportunidad, cuando fue restituido a su celda, le dieron un pinchazo en los pectorales y se dio cuenta que le faltaba la uña de un dedo del pie. “Se jactaban de haberme aplicado la tenaza”, recordó.
En Banfield, el foco estaba puesto en las mujeres embarazadas, a quienes luego despojarían de los bebes nacidos en cautiverio. Aseguró que Jorge Antonio Bergés, uno de los represores juzgados en este proceso, los trataba como mercancía. “Era una joya a la que teníamos que cuidar, tenía su interés en que tuvieran familia. No les importaba la madre, les importaba el chico”, admitió. Recordó el nacimiento de uno de los bebés en la maternidad clandestina y la desaparición junto con la madre. Les dijeron que se los habían llevado a un campo. “Nosotros estábamos contentos”, recordó con tristeza.
También señaló que Claudia Falcone, otra de las adolescentes detenidas durante La Noche de los Lápices, le decía que “nunca más iba a poder ser mujer” porque “había sido violada por delante y por atrás”. Hizo hincapié en que declaró en muchos juicios, pero recién hace dos años le preguntaron si hubo violencia de género o abusos. “Con el correr del tiempo, supe que no era el hambre, la tortura y el encierro el dolor de Claudia. Lo más preciado que tiene una mujer es su cuerpo, decidir con quién hace el amor”, dijo entre lágrimas.
El desgarrador testimonio finalizó con un pedido claro: que los genocidas no sean beneficiados con la prisión domiciliaria “Qué horror, qué dolor, sáquenle la domiciliaria. Y en ese llamado a la Justicia, planteó: “Les pido por favor; el crimen de lesa humanidad es el peor crimen del mundo»