La tarde en Recoleta obliga a hacer magia para escapar de los baldazos de agua que caen del cielo. Pero de repente, ¡abracadabra! Los hechiceros afiches de la muestra «Houdini, las leyes del asombro» que tapizan las puertas de la Fundación Telefónica son como una señal para gambetear el diluvio, una vía de escape digna del ilusionista más célebre de la historia. La entrada es gratis; la salida, vemos
Genio y figura para muchos, para otros un simple embaucador, no hay dudas de que Harry Houdini marcó un antes y un después en el arte de la magia, y también en el concepto de espectáculo, moderno y masivo.
Houdini fue un showman superstar avant la lettre que se valió de las ciencias duras, el racionalismo, la tecnología, el marketing y los medios de comunicación para montar su vida y obra. También su leyenda pese a que combatió a destajo el espiritismo, que a 91 años de su muerte lo sobrevive hasta nuestros días. «Los tres nombres más importantes de la historia son Jesucristo, Sherlock Holmes y Houdini», arriesgó alguna vez George Bernard Shaw.
«Como Julio Verne o Nikola Tesla, personalidades que rescatamos en exposiciones anteriores, Houdini era un adelantado, un hombre que se anticipó a la modernidad. Trabajaba con ingenieros, con lo que hoy llamamos neurociencia y también aprovechó los avances tecnológicos, por eso rescatamos su figura de innovador», dice Gustavo Blanco García Ordas, gerente de la fundación, sobre la muestra que ya tuvo convocantes ediciones en España y Perú. Asegura que los fans del escapismo pueden acercarse tranquilos: se respetan los códigos y no se develan los trucos. La magia sigue intacta.
La fuga como arte
Erich Weiss el mortal que se convertiría en Harry Houdini nació en 1874 en Budapest. Era uno de los ocho hijos de una humilde familia judía. La tierra prometida la encontraron en Wisconsin. Cuenta la leyenda que de niño, Harry fue a ver con su hermano Theo un espectáculo de escapismo, que encontró hosco, torpe, aburrido; y que al volver a su casa se envolvió en cadenas y candados. Lo anotó todo en su diario. Ese día nació una estrella.
A los 12 años se conchabó en un circo ambulante y comenzó a aprender diversos gajes del oficio: desde el contorsionismo hasta los secretos de las barajas, sin olvidar la acrobacia y, sobre todo, a esculpir su presencia escénica. Las horas de pesas y natación lo ayudaron a construir esa pose desafiante, que quedó inmortalizada en afiches de principios del 1900. Algunos pueden apreciarse en la exposición. En paños menores slip ilustrado con las banderas británica y estadounidense, de pecho erguido y músculos generosos, Houdini siempre supo cómo vender sus atributos ante el gran público. Indiscutible «padre del marketing antes del marketing», asevera la guía durante el paseo por el salón principal.
Organizada en cuatro núcleos, la muestra no se agota en la figura de Houdini. También permite desandar la historia de la magia moderna, con carteles de otros magos famosos, fotografías y videos que narran la belle époque del ilusionismo. La Argentina no escapó a aquel embrujo. Una vitrina con objetos aportados por el mago y coleccionista Alex Nebur y el Museo de la Ciudad exhibe libros de prestidigitación, cartas marcadas, galeras, copas y varitas mágicas de factura nacional. Las cajas en las que el afamado Fu-Manchú «fileteaba» a sus asistentes en sus shows porteños es la postal que eterniza el público en sus smarthphones.
«Escape, lo que creen tus ojos» es el plato fuerte de la exposición: una jaula, no recomendada para claustrofóbicos, de la cual Houdini hubiera escapado sin transpirar. No muy lejos cuelga una réplica del chaleco de fuerza que el mago usaba en sus trucos acuáticos. No es difícil imaginar los desmayos en la audiencia mientras el escapista contenía la respiración durante eternos minutos. La frase de Samuel Johnson tatuada en un cartel aclara los tantos: «El asombro es el efecto de la novedad sobre la ignorancia».
Para dejar la muestra no hay que ser demasiado ducho en el arte de la fuga. Las escaleras, bien señalizadas, indican el camino de salida. «