“Hoy no sabemos lo que estamos comiendo y si esconde algún riesgo. Como nutricionista, yo lo sé. Pero el común denominador de la gente está siendo engañada. Por la publicidad y porque la normativa vigente es muy laxa y tiene ciertos blancos que le permiten a la industria ocultar componentes de los productos que venden”, advierte Ignacio Porras, director ejecutivo de la Sociedad Argentina de Nutrición y Alimentos Reales (SANAR) y militante de la Ley de Etiquetado Frontal, que ya alcanzó un hito al obtener dictamen en la Cámara Baja y quedar en condiciones de ser debatida por los diputados, tras haber sido aprobada en el Senado. En este tramo final, sin embargo, el lobby empresarial no descansa: “Estamos en un año electoral y sabemos que la industria alimenticia no solo paga medios, también paga campañas políticas. Es una lucha titánica”.
La necesidad de etiquetar con claridad los alimentos y alertar sobre los productos que tienen alto contenido de sodio, azúcares, grasas saturadas, grasas totales y calorías tiene que ver con salvar vidas, nada menos. “Las enfermedades crónicas no transmisibles (ENT) son la principal causa de muerte en el país. Nos alarmamos por los 100 mil fallecimientos que produjo el coronavirus, que es terrible, pero en nueve meses, desde el encajonamiento del proyecto en Diputados, fallecieron 181 mil personas por ENT relacionadas con el consumo de alimentos. Son 689 muertes por día, según datos del Indec. El factor que más condiciona el desarrollo de cáncer es el alimentario”, asegura el nutricionista.
–¿Qué debemos entender por «alimentos reales»?
–Entendemos a los sistemas productivos sustentables como la forma en la cual debemos producir los alimentos para poder reparar los regímenes alimentarios: hoy se considera que están rotos. Hablamos de mayor consumo de alimentos naturales y mínimamente procesados. Algo que tuvo vida, animal o vegetal. Defendemos que sea predominantemente de origen vegetal. Y hablamos de la forma de producción porque un alimento natural se puede producir con métodos que usan agrotóxicos. Todo sistema sustentable no los contempla, cuida la biodiversidad, propone una alimentación según los alimentos de temporada. Es un concepto amplio.
–Desde esta perspectiva, ¿los ultraprocesados no son alimentos?
–Son los que sustentan esos modelos productivos. Son la forma de usar sobrantes de la producción: harinas, azúcares, sal y un paquete de aditivos enorme que vende la fantasía de que estás consumiendo algo diferente. Por ejemplo, el jarabe de maíz de alta fructosa. Cuando se ve que la obesidad sigue pero se consume menos azúcar, tiene que ver con que en realidad se diversificó su consumo: el jarabe es parte del residuo del maíz, endulza un 70% más que el azúcar, y las empresas pueden, de una forma muy económica, lograr los mismos niveles de dulzor, mientras se fomenta la malnutrición.
–Como nutricionista, ¿cuál es el motivo principal por el que impulsás la Ley de Etiquetado Frontal?
–Porque hoy no sabemos lo que estamos comiendo y si esconde algún riesgo. Como nutricionista yo lo sé, pero el común denominador de la gente está siendo engañada. Por la publicidad y porque la normativa vigente es muy laxa y permite ciertos blancos que la industria sabe muy bien cómo aprovechar.
–¿Por ejemplo?
–Ocultar el jarabe, por ejemplo, en un yogur: como el preparado de frutas que contiene está en menos del 25% del yogur, pueden no decirlo. En la línea Ser, lo sacaron de la descripción porque solo está en ese agregado frutal. Y lo hacen dentro de lo legal, porque el Código Alimentario se los permite.
–¿Por qué defienden el proyecto de octógonos negros y no otras metodologías?
–Hubo un dictamen de minoría de Carmen Polledo (Juntos por el Cambio) que quería cambiar completamente la cuestión. Entendemos sus conflictos de intereses: ella tiene relación con el agronegocio, está en su declaración jurada. Planteó algo disfuncional para la salud y que va en contra de toda evidencia: un modelo con semáforos (en lugar de octógonos) que establece el color verde cuando un producto es bajo en azúcar, amarillo si es medio en grasas y rojo si es alto en sodio. Ocurre que en la mayoría de los productos se da una combinación, y la evidencia dice que eso no es efectivo. Si vas por la calle y ves un semáforo con las tres luces prendidas, ¿qué hacés? ¿Y en la góndola? La idea de que solo los hipertensos buscan productos sin sal es falaz. En términos de prevención, la información la tenemos que tener todos.
–¿La concientización y la visibilización podrán ganarle al lobby que denunciaron durante el debate?
–El lobby es terrible. Tienen mucho peso, caminan los despachos del Congreso. Estamos en año de elecciones y sabemos que la industria alimenticia no solo paga medios sino también campañas políticas. Es una lucha titánica. Que el tema haya logrado tener esta visibilidad nos costó un montón. Recién llegamos a los medios ahora, casi con la ley aprobada. Personas que integran SANAR se quedaron sin trabajo por rechazar determinados auspicios. La industria paga los medios y de alguna forma determina qué se sabe y qué no. Y sabemos que va a haber juicios contra el Estado, ya lo vimos en otros países. Son estrategias que tiene la industria para ir en contra de nuestros derechos. Por eso nos encargamos de bajarle el tema a la gente, porque es un derecho de todos. Parece una discusión de nicho, pero no. Es lo que comés todos los días. «
Más cerca de la ley
El proyecto de Etiquetado Frontal fue aprobado en octubre de 2020 en la Cámara de Senadores y debió esperar largos nueve meses en Diputados, donde pasó por las comisiones de Legislación General, de Acción Social y Salud Pública, Industria y Defensa del Consumidor. Esta semana se impuso un dictamen de mayoría impulsado por el Frente de Todos, con el acompañamiento de algunos diputados de Juntos por el Cambio y bancadas minoritarias, sumando un total de 91 firmas. Durante el mes de agosto podría tratarse en el recinto.