Desde que cierto sector interesado en hacer negocios privados con los bienes públicos desarrolló el marketing político hasta límites extremos y logró incluso acceder a la Presidencia de la Nación vendiendo globos de colores y repitiendo slogans dignos de una publicidad de desodorante –a nadie le sorprendería que junto al “Sí, se puede” se hubiera coreado “El FMI no te abandona”–, todo escándalo ha dejado de ser realmente escandaloso.
El logro de la anestesia del asombro es uno de los grandes triunfos culturales de quienes impusieron la modalidad de hacer política por Twitter y armaron un ejército invisible de trolls que sacaron diariamente a la calle sus tanques de última generación de 240 caracteres. Hay pensamientos –por llamarlos de alguna manera– tan cortos, que no necesitan más que esa extensión para inocular su veneno en los desprevenidos.
Desde entonces, junto con el empedrado de la ciudad, parecen haberse quitado también las piedras del escándalo para reemplazarlas por las piedras de la locura. Los hechos recientes ocurridos en la Legislatura porteña son un buen ejemplo de esta operación.
El martes 7 de diciembre asumieron los legisladores electos en los comicios de noviembre. En esa oportunidad, la legisladora porteña Ofelia Fernández, de manera brillante, le puso los puntos sobre las íes, sin siquiera decir su nombre, a Leonardo Saifert quien asumía como legislador de la Ciudad por el espacio Libertad Avanza, liderado por Javier Milei. Paradoja de paradojas, quienes dicen detestar a la “casta política” están firmemente empeñados, según parece, en pertenecer a ella.
Como es sabido, la legisladora pidió una cuestión de privilegio respecto de las agresiones del grupo que responde a Milei “porque es el primer día de algunos y quiero que un límite a la violencia esté establecido desde el principio”. A continuación informó que el día anterior, al salir de la Legislatura había sido cobardemente hostigada por un grupo de “libertarios” y recordó: “Hoy asume un diputado que me ha dicho gorda hija de puta incogible en más de diez oportunidades, entre muchas otras cosas”. Solicitó a los integrantes de esa fuerza política que pidieran disculpas y que “les digan a sus militantes que venir de a cuatro a la puerta del lugar en que trabajo no es de fuertes, sino por el contrario, bastante de cagones.”
No es posible discernir si resultaron más patéticas las actitudes de Saifert referidas por Fernández mirándolo a la cara pero sin nombrarlo “porque tengo más trascendencia que vos y yo regalos no hago”, o las disculpas ensayadas por el libertario, quien no negó las acusaciones pero argumentó que cuando lanzó sus tuits misóginos, sexistas y discriminatorios “aún no tenía una responsabilidad política de ningún tipo”. Su respuesta equivale a decir que cualquier ciudadano de a pie está autorizado a hacer blanco a una mujer de su violencia o, más probablemente, que todo está permitido mientras una mujer joven e inteligente no lo haga quedar públicamente como el cobarde y el imbécil que realmente es.
La violencia de Saifert no sorprende habida cuenta de que su jefe usa la frase “zurdos de mierda” como un latiguillo y la expresión desencajada de quien en pocos minutos será reducido y encorsetado en un chaleco de fuerza. Lo que sí sorprende, o debería sorprender es, precisamente, que no sorprenda.
Es que la sorpresa se fue desgastando poco a poco hasta agotarse. Hace tiempo ya que Durán Barba contó sin pudor sus eficaces métodos para enloquecer al adversario político hasta llevarlo a la desesperación. En El arte de ganar dijo sin tapujos: “En ocasiones, el ataque de un político fue tan brutal que su adversario se aniquiló psicológicamente, e incluso llegó al suicidio”. Fue también el gurú ecuatoriano el que dio inicio a una nueva forma de hacer política. En el mismo libro sentenció: “Se necesita más tecnología y menos cabecitas negras. Están los que creen que se pueden ganar elecciones llenando la Plaza de Mayo de cabecitas negras”.
Como afirma un viejo dicho, “aquellos vientos trajeron estas tempestades”. Macri puso en práctica el método de Durán Barba carpetazo va, carpetazo viene y, hoy, junto con Bullrich y Vidal coquetea con Milei previendo quizá una futura alianza electoral. No hay que olvidar tampoco que la promoción de un modelo de mujer dedicada a su casa y a su familia, que se mantiene hermosa y escultural sin desatender ni la cocina ni la huerta y que vive a la sombra de su marido fue parte del modelo político del macrismo.
Por eso, el chisporroteo mediático producido por el papelón del libertario duró poco. Incluso quienes repudiaron sus dichos y disfrutaron del escarmiento solo se quedaron en eso. Saifert cerró su cuenta de Twitter y sigue atornillado a su banca, sin que nadie se asombre de que suceda esto ni de que haya un grupo de votantes capaces de elegir a alguien de esa calaña.
Si es cierto que la Filosofía nace del asombro, preparémonos para tener un país sin filósofos y sin amantes ni divulgadores de la Filosofía, un país en el que Darío Sztajnszrajber sea una reliquia histórica, se suponga que Platón es un plato grande y se crea que Heráclito afirmó que no podemos bañarnos dos veces en un mismo río debido a la progresiva desertificación impuesta por el cambio climático.
La falta de asombro se parece bastante a la ceguera, a la indiferencia, al individualismo a ultranza, a la intoxicación mediática, a la pobreza de ideas y aspiraciones. La similitud entre cosas en apariencia tan disímiles es verdaderamente asombrosa.