Mayra Gómez recolectó frutas en una chacra de General Roca, Río Negro, donde nació y se crió; preparó pastones como ayudanta de albañil en Chos Malal, cuando vivió con su padre; y cambió pañales a abuelos en un hogar de Neuquén capital, adonde se mudó sola. Ahora, ahí, vende ropa que compra más barata en Buenos Aires.
«Pero siempre dice Mayra, 29 años, campeona mundial interina categoría gallo de la Organización en 2014, siempre fue el boxeo».
El año pasado, además de sufrir mientras se entrenaban juntos la muerte de su entrenador, vivió una pesadilla en una habitación de hotel en Finlandia: entre insultos y empujones, el promotor y exboxeador Marcelo Di Croce le pegó una piña en el labio después de que le pagara 5000 dólares en lugar de los 8000 euros que habían acordado antes de la pelea ante la local Eva Wahlstrom.
A diferencia de muchas deportistas, Mayra «La Guapa» Gómez lo denunció públicamente y presentó una carta ante el Consejo Mundial de Boxeo para notificar el hecho de violencia de género después de la pelea. «La denuncia penal acá no prosperó por un tema de competencia lógica apunta Miriam Peral, abogada y mánager. En general, en el boxeo argentino hay acosos, violencia psicológica, estafas económicas, que son todos delitos, pero que nadie denuncia».
Mayra sí: es la boxeadora que se animó a hablar.
Dijiste que hablaste para que no le pase a ninguna otra mujer.
Está en todos lados la lucha de Ni Una Menos. Tiene que hacerse conocer. No sólo le pasa a gente de la que no se va a saber, humildes, digamos. Pasa en todos lados. Me considero humilde, y ojalá tuviera la plata del mundo para hacer refugios para las que la sufren. Voy a luchar siempre en contra de la violencia de género.
¿Habías atravesado algo parecido, directa o indirectamente?
Una vez, cuando arranqué boxeo. Llegué y un chico se me empezó a reír. Le digo: «¿Tengo algo en la cara?». Y me dice: «No, pero las mujeres para lo único que sirven es para lavar los platos. Tendrías que estar en tu casa». Eso es violencia también, y eso me dio fuerza para seguir luchando. Resultó que ese muchacho también se hizo profesional, tuvo muchas más peleas que yo, pero yo soy la única neuquina en la historia que levantó un título del mundo. «Mayra, te felicito», me dijo después, y me abrazaba. «Gracias le dije. Muchas gracias a vos». «No, pero por favor, Mayra», me dice. «Sí, tengo que agradecerte, porque cuando pisé este gimnasio me mandaste a lavar los platos». Me dijo que había sido una joda. Esa joda me dio la fuerza para luchar y demostrar que, siendo mujer, puedo hacer lo mismo que un hombre.
¿Cómo sobreviven en tu mente y cuerpo esos hechos?
Van a estar siempre. Cuando sufrís algo así, está siempre. Me digo: «Tengo que salir adelante, no voy a dejar que le pase lo mismo a alguien o me pasen por arriba por ser mujer». A veces me dicen: «Uy, viajaste a Finlandia, qué bueno». Fue una experiencia muy linda, viajar, competir, pero siempre me aparece lo que viví, muchas cosas feas. De irnos del hotel porque no queríamos con mi entrenadora tener contacto con este hombre, cuidarnos mutuamente, dormir en el banco del aeropuerto de Estambul no sé cuántas horas para esperar el vuelo. La vuelta fue un infierno. Y en la ida también hubo problemas.
¿Recibiste apoyo de la Federación Argentina de Box o del gobierno de Neuquén?
No, nadie se comunicó conmigo en ese momento. Ahora, tiempo después, tenemos algún tipo de ayuda de la Federación.
¿Qué lugar ocupa la mujer en el deporte?
Toda mujer tiene que ser considerada y respetada. El boxeo es muy machista. Tendría que ser igualitario. Sigo luchando por la igualdad. Los hombres y las mujeres ganamos los mismos títulos, entrenamos de la misma manera, y sin embargo competimos dos minutos en lugar de tres por round. ¿No podemos resistir más? Podemos, para eso entrenamos. Hasta en las reglas nos tiran abajo. Peleé por el título del mundo, y cuando se pagan millones, me dieron dos pesos, y después me lo sacaron porque no me organizaban peleas. Al hombre, no. Gana el título y le hacen terrible campaña. A la mujer se la abandona, tiene que ser todo voluntad. Acá en el rubro petrolero no quieren mujeres aunque tengas el mismo estudio, hay mujeres camioneras y se les paga menos. Es todo injusto. Seguiré luchando, soy firme, aunque somos pocas.
¿Por qué?
Miedo a hablar, a qué pasará. Yo no tuve. Tampoco cuando me fui a pelear a la WPC (World Pugilism Commission, entidad con sede en Capital Federal al margen de la Federación y al borde de la ley). Necesitaba trabajo, comer, pagar mi casa. En pocas palabras: me estaba cagando de hambre y la Federación no me daba peleas. Y ahora trabajo para la Federación. Voy donde tenga trabajo.
¿Por qué boxeás?
Amo el boxeo, el deporte. Desde los siete años juego al fútbol. Jugué al tenis, básquet, handball, vóley, y a los 18 recién pude practicar boxeo porque mi mamá no me dejaba porque era chica. Cuando me vine a vivir sola a Neuquén, arranqué, y es un pasión que me llena.
¿Por qué no te defendiste cuando te agredió Di Croce?
Soy boxeadora. Si quiero pelear afuera, tengo que ser boxeadora callejera, y no, a mi deporte, a mi trabajo, lo respeto mucho. Si me agredís afuera del ring, me doy media vuelta y me voy.
¿Qué le dirías a una mujer que vive lo que viviste?
Que cuando sufran alguna agresión o algo, no se queden calladas. No podemos dejar que venga cualquiera y te humille, te maltrate, y que te diga lo que tenés que hacer y porque no quiso pagarte y se le dio la regalada gana, te golpee. No hay que callarse. Es la única manera de defender nuestros derechos y de, si tenés sueños, que con el tiempo lleguen.
Di Croce quedó relegado. Cada vez promueve menos boxeadores. No recibió ninguna sanción; y nunca, dicen en el ambiente, fue muy querido. «Son unas boconas, desagradecidas, y no piensan en su propio futuro», descargó en el programa radial La sal del boxeo.
Mayra todavía guarda ese contrato como prueba material. Y sueña: con dar clases de boxeo, con volver a ser campeona del mundo. «Como en la película Million Dollar Baby, que amo confiesa. Ella, la protagonista, cumple 31 años y se hace campeona. Soy medio parecida, eh, quién te dice que sorprenda. Quedamos ahí, puntos suspensivos ».