Parecía que ya se sabía todo sobre la muerte de Fernando Báez Sosa. El cobarde y brutal crimen de Villa Gesell había quedado grabado desde diferentes ángulos por teléfonos celulares y cámaras de seguridad privadas y públicas. La paliza había quedado registrada para siempre. Sin embargo, durante esta primera semana del juicio que se le sigue a los ocho amigos de Zárate, muchos de ellos jugadores de rugby, quedaron al descubierto algunos detalles de la perversión con la que se manejaron los agresores antes, durante y después de matar al joven estudiante de Derecho.
El lunes, durante la primera jornada, los ocho acusados permanecieron inmutables. Todos tenían barbijos puestos y vestían colores claros y pasteles, quizá para transmitir calma e inocencia, según analizó la asesora de imagen y periodista, Agustina Sosa. En silencio, escucharon que el fiscal Juan Manuel Dávila acusaba a los ocho (Máximo Thomsen, de 23; Enzo Comelli, de 22; Matías Benicelli, de 23; Blas Cinalli, de 21; Ayrton Viollaz, de 23; y a los Pertossi, Luciano de 21, Ciro de 22 y Lucas de 23) de ser coautores del «homicidio agravado por alevosía y por el concurso premeditado de dos o más personas» en contra de Fernando y de «lesiones leves» por los golpes que los amigos de la víctima recibieron aquella madrugada del 18 de enero de 2020, en la puerta del boliche Le Brique.
Instantes después, hizo lo propio Fernando Burlando, abogado que representa a los padres del joven asesinado, Silvino Báez y Graciela Sosa: «Vamos a demostrar que los acusados tendieron esa noche sobre Fernando Báez Sosa un verdadero cerco humano» para poder actuar sobre seguro, «sin riesgos», indicó. Por su parte, Hugo Tomei, el defensor de los imputados que cuenta con la asistencia de Emilia Pertossi, hermana de dos de los acusados y prima de otro, insistió con la nulidad del proceso, algo que había solicitado varias veces durante la instrucción. En esta oportunidad, el rechazo del planteo corrió por cuenta de los jueces del Tribunal Oral en lo Criminal N°1 de Dolores.
Pero esa primera audiencia aún estaba lejos de terminar. Graciela y Silvino contaron quién era su hijo y los proyectos que se truncaron con su crimen. Fue uno de los momentos más emotivos de la semana, aunque en todas las jornadas se vivieron situaciones similares. «No comprendo, y nunca aceptaré, cómo chicos de la edad de Fer le hayan hecho esto. Lo atacaron por la espalda, lo tiraron por el piso. Le reventaron la cabeza, ese cuerpito que yo tuve nueve meses en mi panza», le dijo la madre a los jueces.
La emboscada, el cerco y la saña
Durante la segunda jornada, se pudo reconstruir que todo empezó en el interior del boliche, cerca de las 4:30, a partir de un roce entre integrantes de la patota y Julián García, uno de los amigos de Fernando. «Le pegaron a Juli, les dije que paren y ahí se ensañaron conmigo». Esa fue la respuesta que le dio Fernando mientras tomaba un helado a Lucas Filardi, cuando este le preguntó fuera de la disco por qué los habían echado. Instantes más tarde, el joven sería emboscado.
Con el correr de los días, los testimonios fueron concordantes: por lo menos Máximo Thomsen, Luciano Pertossi y Enzo Comelli fueron quienes lo atacaron a golpes de puño y patadas en la cabeza, la mandíbula y el pecho, siendo que Thomsen le habría dado al menos tres puntinazos mortales en el rostro. Tras ser tomada desprevenida, la víctima primero cayó de rodillas y luego quedó inconsciente. Mientras tanto, el resto de la patota arengaba, se mofaba de la paliza y, a las trompadas, no permitía que nadie lo auxiliara. «A ver si volvés a pegar negro de mierda», se lo escuchó gritar a Benicelli.
«Nunca vi nada igual, era saña», describió ante los jueces con la voz quebrada el jefe de seguridad de Le Brique, Alejandro «Chiqui» Muñoz. «Le pegó una patada en la cabeza y ahí no se levantó nunca más», añadió en referencia a Benicelli. «Le siguieron pegando, se turnaban», continuó.
Tatiana Caro, otra de los testigos, fue elocuente: «Se fueron, regresaron, se tenían que sacar las ganas», declaró. Ella estaba en un bar al lado del boliche y escuchó cuando uno de los agresores le expresó a otro: «Quedate tranquilo que me lo voy a llevar de trofeo». Sebastián Saldaño, un kiosquero, recordó que «era la primera vez que veía tanta violencia hacia una persona. Se aseguraron que no se levantara. Nunca había visto a tantas personas golpear a una sola».
Una vez terminada la paliza, la patota se retiró antes de que llegara la policía. Mientras se dirigían al lugar donde dormían, se los escuchó vanagloriarse de la faena: «Le rompí toda la jeta, viste» los escucharon gritar, a modo de festejo, exaltados.
En la audiencia del viernes, se dilucidó una de las incógnitas que tenía el caso. El policía Mariano Rolando Vivas rememoró que fue Thomsen quien «manifestó que la zapatilla era de Pablo Ventura», el muchacho de Zárate que por esa declaración estuvo unos tres días preso. Hugo Vásquez, perito de la Policía Científica encargado del levantamiento de prendas de vestir al momento de la detención, declaró que tuvo que llamarle la atención a los sospechosos varias veces porque no paraban de reírse. «