Cuando salió del secundario, Esteban tenía siempre el mismo sueño por las noches: lo hacían volver al colegio para cursar un año más. De un lado del patio estaba él y enfrente tenía a sus compañeros y docentes. En un monologo frenético, él les contaba todo lo que había sufrido cada vez que le decían puto, cuando lo sometían a castigos físicos, cuando le bajaban los pantalones y lo tocaban en los recreos, cuando se burlaban de él y cuando profesores y autoridades de la institución lo desacreditaban. En ese sueño, siempre igual y siempre tormentoso, entre él y ellos había una especie de pared invisible. Nadie lo escuchaba. Ellos se iban y él se quedaba ahí, solo. Al iniciar tratamiento psicológico, le explicaron que esas pesadillas recurrentes, la fobia social y los ataques de angustia y de llanto eran consecuencias del stress postraumático que le había generado su paso por el colegio Fasta Ángel María Boisdron. “Esa fue la peor etapa de mi vida. Fue un calvario, algo horroroso. Ningún adolescente tiene que pasar por eso”, recuerda ahora que por primera vez se anima a contar ese pasado que todavía lo acecha.  

Esteban hoy tiene 25 años y, aunque no es un religioso practicante, continúa siendo católico. Cuando era adolescente, al comienzo de cada nuevo año lectivo, le pedía a Dios. No por él, sino por los demás: “Siempre me sentaba a rezar para que mis compañeros y profesores compañeros no me hagan bullying”. Es que durante la secundaria, muchos de los docentes del colegio, lejos de frenar el maltrato que recibía de parte de otros estudiantes, lo avalaban. “Esas situaciones de acoso de mis compañeros eran respaldadas por los profesores. El Boisdron tiene la gimnasia como algo muy destacado y a mí me costaba mucho. En una clase, me distraje viendo como las chicas jugaban al vóley y el profesor me dijo: vos sos de las mujeres. Me hicieron dar tres vueltas a todo el colegio. Ante situaciones de muchos nervios me vienen ganas de vomitar y eso, en la secundaria, me pasaba siempre”, recuerda.

“Cuando empecé la secundaria, como yo tenía una contextura física robusta, mis compañeros me dijeron que creían que yo era el negro que los iba a hacer cagar a todos, pero no, para ellos era el negro, puto y gordo. Me hostigaban, se burlaban de mi voz, me inventaban romances con mis compañeros, me bajaban los pantalones y me tocaban mis partes íntimas. Yo en ese momento dudaba de mi sexualidad y sentía una pequeña atracción hacia los hombres, pero lo iba reprimiendo por lo que me enseñaban ahí, para ellos ser afeminado era algo atroz. Así banqué seis años de mi vida, no me podía defender porque me costaba. Cada vez que iba a hacer algo me gritaban puto”, rememora las situaciones traumáticas por las que tuvo que pasar ante la indiferencia o, peor aún, el aval de las autoridades del colegio: “Me obligaron a sentarme con el que más bullying me hacía. Me dijeron que era un desafío personal para estar más cerca de Dios. Yo barajé la posibilidad de irme en el 2010 y hablé con la psicopedagoga. Ella me dijo: mirá donde vayas te van a hacer bullying porque vos sos así. ¿Entonces qué otra cosa iba a buscar?, dije no tengo más salida, me quedo acá. Para un alumno que se siente amenazado por profesores y alumnos es muy difícil pedir ayuda, porque te hacen creer que vos sos el problema”.

Unos meses antes de terminar la secundaria, Esteban dijo basta y, después de una muestra de gimnasia, se encerró en el baño de su casa a llorar de forma desconsolada. Se prometió no volver más al colegio y sus padres lo respaldaron en su decisión. Según explica, ese odio que recibió por su condición sexual estaba institucionalizado en la formación que reciben los alumnos: “Fomentaban la homofobia de una forma muy fuerte. Nos decía que los gay eran enfermos, que estaba mal. Nos impartían unos libros de catequesis donde te decían todo lo que estaba mal: el aborto, la masturbación, la eutanasia… Hoy me doy cuenta de que el colegio sigue impartiendo el mismo discurso de odio y homofobia. Durante mucho tiempo, se le dio la imagen de una institución muy fuerte, espero que se genere consciencia de que no podés condenar a un alumno por el hecho de estar descubriendo su sexualidad. Espero que tengan un poco de empatía por el prójimo, porque respeto no tuvieron nunca”.

Si hoy Esteban se anima a hablar es porque los alumnos de distintos colegios en todo el país pertenecientes a la Fraternidad de Agrupaciones Santo Tomás de Aquino (FASTA), crearon una cuenta en instagram para dar a conocer sus testimonios. Lo mismo hicieron en Tucumán donde la red cuenta con dos instituciones educativas de nivel primario y secundario: los colegios Boisdron y Reina de la paz. Este lunes, la periodista Mariana Carabajal publicó en el diario Página 12 un extenso informe donde se visibilizaron algunas de estas denuncias y donde se evidencia un discurso institucional que promueve un adoctrinamiento homo y lesbofóbico y discursos de odio hacia el movimiento feminista. “Por mucho tiempo creí que mi caso era el único, pero ahora se destapó la olla y salieron muchas historias y testimonios. Fueron días muy dolorosos porque se me venían muchos recuerdos muy terribles que creía que había olvidados. Hay mucho miedo porque todavía la institución sigue siendo muy poderosa, después de que salió todo esto estuve sin salir de mi casa, el colegio se metía demasiado en la vida de los alumnos”, confiesa el joven.

“Eran machistas, homofóbicos y racistas. Cuando salió la primera marcha de ni una menos nos querían obligar a sacar una foto con un cartel que decía: Yo no voy a la marcha abortista. Muchas compañeras que fuimos a la marcha, después fuimos hostigadas por eso. Era mucho hostigamiento, a mi amiga gay siempre la tenían en la mira. El último año se tuvo que ir a mitad de año porque los profesores la trataban re mal. Una vez fue al colegio el padre Fosbery porque iba a salir la ley de matrimonio igualitario. Al final de la charla dijo que a los gays y homosexuales no había que decirles así, que había que decirles putos porque eso es lo que son. Y eso que es el padre fundador”, relata Adriana de 21 años que hizo toda la secundaria en el colegio Reina de la Paz de donde egresó. Aníbal Ernesto Fosbery es el sacerdote dominico que fundó FASTA el 7 de octubre de 1962. En sus comienzos, la organización tenía la forma de una milicia juvenil de la Orden de Predicadores cuyo objetivo era promover la participación de los fieles en la iglesia.

En el caso de Adriana, si bien nunca recibió maltratos físicos, si era hostigada de manera constante por los docentes de la institución: “Las situaciones más comunes que se vivían era que te hacían bullying, pero no los compañeros, sino los profesores. Te hacían sentir una mierda y te oprimían en todo, una profesora me dijo una vez que era una fracasada. En cualquier tema, te pedía tu opinión sólo para desacreditarte y, depende cuál era tu opinión, te mandaban a que hables con la psicóloga.  Una vez estábamos viendo cómo se creó el mundo y yo pregunté por qué no veíamos la teoría del Big Bang o la evolución y el profesor me empezó a gritar y me dijo cómo creía yo que los humanos veníamos de los monos”.

Según coinciden los distintos testimonios, algunos docentes, tanto del Boisdron como del Reina de la Paz, promueven la teoría creacionista. Se trata de una teoría que rechaza la evolución, es decir, considera que las especies han poseído siempre la misma forma desde el momento de la creación. De acuerdo a esta mirada, el origen del universo y de toda la vida sobre la tierra es producto de un acto de la divinidad. Y si estas teorías de fundamento religioso suenan como demasiado anacrónicas y desmienten a la ciencia, la situación es todavía más compleja cuando se trata de la aplicación de la ley 26.150 de Educación Sexual Integral (ESI). De acuerdo a los egresados de estos colegios, la formación que reciben los alumnos en estas instituciones está condensada en un libro editado por ellos que se llama “Educación para el amor”. “Ellos no daban la ESI, sino ese librito donde te dicen que solo se pueden tener relaciones dentro del matrimonio y con fines de procreación. Creo que ellos pensaban que así iban a desalentar las relaciones sexuales entre los jóvenes. También te decían que el preservativo no sirve para evitar el HIV y que las pastillas anticonceptivas te dejaban estéril. Una vez la ginecóloga me dio anticonceptivos por unos quistes que tenía en los ovarios y me acuerdo que yo me puse muy mal porque creía que ya no iba a poder tener hijos. La doctora no entendía nada de los que le estaba diciendo. Te cuesta un montón la sexualidad cuando te instauran discursos de la culpa. Te cuesta pensar que una mujer que puede sentir placer y eso es algo que te marca”, recuerda Silvina de 26 años, egresada del Boisdron. “En ese libro, siempre que tocaban temas como la homosexualidad, decían que son personas pervertidas y daban a entender que son enfermos. Había gente homosexual en el colegio que no salía del closet por eso”, rememora por su parte Adriana.

“Me acuerdo que yo andaba con el pelo suelto y un profesor de filosofía me decía que yo era lesbiana porque no tenía una actitud femenina. Me decía que tenía que cambiar mi actitud, para ellos, las mujeres eran básicamente incubadoras”, relata Adriana. Machismo, homofobia y lesbofobia son puntos en común de todos los testimonios de alumnos egresados de estos colegios. También revelan que a los alumnos les tomaban asistencia en las marchas contra la legalización del aborto organizadas por los integrantes del movimiento autodenominado como “Pro vida” por considerarla una actividad extracurricular y que era común en los docentes el discurso negacionista respecto a la dictadura cívico militar. “Te retaban si hablabas del Día de la Memoria porque apoyaban abiertamente la dictadura. Ellos tenían su propio calendario de conmemoraciones donde no existe el 24 de marzo y vos no podés decir nada. Me acuerdo que traían a ex militares para que te den charlas en contra de los grupos subversivos, hacían apología al terrorismo de Estado todo el tiempo, ellos te dicen que los militares han salvado al país”, revela Silvina.

En los testimonios también son recurrentes los castigos físicos a los que eran sometidos los alumnos como hacerlos correr los días calurosos o mirar de forma directa al sol sin parpadear. Pero lo más grave son las denuncias por prácticas de abuso sexual de parte de algunos docentes. “Era un asco, había profesores que se tocaban el miembro mientras daban clases”, denuncia Adriana. “Había un profesor que, si tenías la camisa por fuera del pantalón, te la metía y aprovechaba para tocarte. Es increíble, pero a todo eso los alumnos lo tenían muy naturalizado. Decían, ahí viene el violín, todos sabían que él hacía eso. Una vez, un compañero le metió una piña en la cara”, cuenta Silvina.

Todos estos relatos ahora ven la luz tras largos y tortuosos años de silencio. En muchos casos, ni los propios padres sabían lo que sus hijos vivían dentro de los colegios. Los docentes y las autoridades se encargaban de instaurar la culpa en los adolescentes que entonces no se animaron a denunciar algunas de estas situaciones. Aquellos que sí lo hacían eran excluidos, discriminados o catalogados como rebeldes. Ante el temor de condenarse como parias, varios eligieron refugiarse en el silencio, pero ese mutismo se volvió una carga; un trauma con el que muchos cargan hasta el día de hoy. “Lo vivido te afecta mucho. A mí me generó fobia social porque yo pensaba para qué voy a hablar si mi opinión va a ser desacreditada. Esa fobia todavía la tengo. En una época también tuve depresión. Te culpás y decís por qué me tuve que aguantar eso. La única razón por la que me quedé fue por mis amigas”, cuenta hoy Adriana y esas palabras suenan a un profundo desahogo.

A Esteban, Adriana y Silvina los une el espanto por lo vivido y el temor por las represalias que las autoridades de la institución puedan tomar con ellos, por esos sus nombres reales permanecen en reserva. El primer paso fue animarse a hablar, contar lo vivido aunque eso signifique reavivar viejas heridas que aún no cicatrizan. Ese acto de libertad es también una forma de sanar y que otros no tengan que experimentar lo que ellos vivieron: “Creo que hay un pacto de silencio. Hay como dos bandos: los que son fans de FASTA y los que se dieron cuenta de lo que pasaba. En ese momento nadie se rebeló porque te echaban. Para mí, los responsables del colegio nunca van a cambiar su forma de ser, pero si deberían ser demandados o intervenidos. Esas cosas no deberían seguir pasando, me parece terrible que un chico pase esas cosas ¿Qué hacés cuando tus superiores son los que te hacen bullying? Para mí deberían ser demandados porque quizás hay gente que todavía no les cree que a los chicos”.

Ideología fascista y entrenamiento militar

La Fraternidad de Agrupaciones Santo Tomás de Aquino (FASTA) es un grupo católico que fue sumando escuelas que pertenecían a congregaciones religiosas en distintos puntos del país. En la actualidad cuenta con 23 colegios distribuidos en 18 ciudades argentinas. Además de institutos de formación superior, una universidad en Mar del Plata y una editorial donde producen sus propios libros escolares. La mayoría de estas instituciones cuentan con algún tipo de subvención estatal, con más precisión el 76% de ellas, según consigna la nota publicada por el diario Página 12. Pero toda esa red educativa nacional que cuenta con más de 20.000 alumnos, empezó acá, en Tucumán y durante la última dictadura militar. En 1978, con la fundación en Yerba Buena del colegio Boisdron, FASTA se incorporó de manera formal al sistema educativo. A partir de ahí, se ramificaría por toda la Argentina.

“Tengo toda la historia”, dice Luis, miembro de una familia donde varios de sus integrantes, al igual que él, egresaron del Boisdron. Esa historia de la que Luis da cuenta se remonta a las primeras generaciones de alumnos egresados de la institución. El joven de 30 años no sólo formó parte del colegio, sino también del “Ruca”, como llaman en FASTA a los grupos de milicias católicas. Luis define a estas organizaciones de manera categórica: “Es una milicia de formación militar, pero sin armas”.

“Los colegios en un principio se usaban como método de captación para FASTA. La idea era captar gente para las milicias y después se volvió un negocio. Los Ruca eran células donde funcionaban esas milicias y, cuando todo se volvió un gran negocio, empezaron a esconder lo de las milicias que hoy son lo más parecido a un club. Recién se dan cuenta hoy, pero esto tendría que haber pasado hace diez años”, cuenta Luis que hasta los trece años participó del Ruca. Lo de la formación militar no es una exageración, a los niños y adolescentes les enseñan a entonar marchas, formación doctrinal y una exigente preparación física. De hecho, las categorías en la que se organizan según las edades tienen esa impronta marcial: Escuderos, templarios y milicianos (los niños). Caperucitas, herederas, adalides y milicianas (las niñas).

De acuerdo con la web de FASTA, las Rucas se definen de la siguiente manera: “Los jóvenes de FASTA se nuclean alrededor de centros llamados Rucas (que en araucano significa «casa”).El joven miliciano es alegre, sereno, viril y esperanzado. Se lanza al servicio de los más grandes ideales: Dios, la Iglesia y la patria. Entrega su amor a lo heroico y lo difícil, y en el sacrificio -que es siempre ascensión- junto a quienes aman las mismas cosas, encuentra la amistad”.

Sin embargo, para Luis hay algo que desde FASTA nunca se ha reconocido, pero que a él le resulta evidente: la filiación de esta organización con la Falange Española. De hecho, hasta algunas de sus marchas solían entonarse por los rucas tucumanos. La Falange Española fue un partido político español de inspiración fascista fundado en 1933 por José Antonio Primo de Rivera, primogénito del fallecido dictador Miguel Primo de Rivera. El partido intentaba replicar en España el éxito del fascismo italiano con Benito Mussolini a la cabeza. “Es muy interesante el origen ideológico que tiene, es una organización de derecha, fascista, pero no tiene una cuestión racial, sino que es nacionalista y antimarxista acérrima. En estos grupos hay una homofobia bien metida, institucionalizada, pero tienen ciertas habilidades para no ponerse en evidencia. Por ejemplo, nunca hablan de política actual, si hablan de política argentina van a enaltecer el federalismo del siglo XIX. Ellos son inteligentes, no van a cometer la obviedad de pegarte o de hablar mal de Kirchner, no van  a pisar el palito”, explica. Según Luis, el Ruca y el colegio Boisdron comparten la misma matriz ideológica, aunque no tienen a las mismas autoridades ni referentes.

Así grafica la relación umbilical entre el colegio y la organización: “El campamento de quinto grado eran un campamento de FASTA, no te lo decían, pero estaba los jefes. Yo fui a los campamentos y eran muy extremos. Como desafío físico, la milicia era muy exigente. Ellos te hacían sentir como una identidad de escuadra y te llevaban al límite físico. No deja de ser una actividad civil que uno la hace porque quiere, pero está institucionalizada la captación en el colegio. Estabas en el recreo y te venía a visitar tu jefe de Ruca, esa es una forma de autocontrol dentro del alumnado. Estaba bien hecho el adoctrinamiento”. El entrenamiento físico al que eran sometidos niños y adolescentes era muy exigente. Recuerda a un campamento que se realizó en San Luis en días de calor intenso de alrededor de cuarenta grados: “Yo no conozco mucha gente que haya sufrido sed, creo que es la peor sensación que podés sufrir en la vida y yo he sufrido sed en un campamento de FASTA. Esa vez fuimos muy poco preparados y nos quedamos sin agua. Juro que en mi vida me he sufrido así, es impresionante, es la sensación más fea que vos podés sufrir y yo tenía diez años. No reniego de eso, no quiero victimizarme ni darles ese protagonismo. Como digo, hoy el Ruca no deja de ser un club, no llega a mucha gente, para mí el problema es el colegio. El principal peligro es que de ahí sale gente con ciertas ideas que son extremadamente peligrosas. Creo deberían quitarles los subsidios. Si los padres quieren que a sus hijos los eduquen unos nazis, allá ellos, pero que no les den subsidios para esas boludeces”.

Puertas adentro del colegio, tampoco es un secreto los vínculos entre FASTA y la última dictadura militar. Entre las historias que se cuentan con orgullo en los pasillos y que circulan de generación en generación está la participación del fray Aníbal Fosbery, fundador de FASTA y de la Universidad Santo Tomás de Aquino, en la comitiva que viajó a Libia durante la guerra de Malvinas para solicitarle a Mohamed Khaddafi el envío de material bélico. Por entonces, en los quince años que estuvo en la institución, descubrió que también había reglas no explicitas como la que establecía no recibir a niños o adolescentes de padres divorciados

Durante el tiempo que cursó en el Boisdron, Luis no recibió bullying de parte de compañeros ni hostigamiento de los docentes. Aunque no compartía la mayoría de las ideas de los profesores y de las autoridades del colegio, al ser parte del Ruca, pertenecía a una especie de jerarquía superior dentro de la comunidad educativa. De hecho, los que formaban parte del Ruca veían como “blanditos” a los que no eran parte de la organización, confiesa. Hoy, repasando lo que fue su trayectoria escolar, le resulta evidente la forma en que la homofobia y la violencia se encontraban enquistadas en la institución: “Hay chicos que están desarrollando sus ideas y, en vez de sentirse abrazos por la institución, se sienten desacreditados todo el tiempo. Tenés a docentes y autoridades ridiculizándote todo el tiempo. No me quiero imaginar a una persona gay ahí adentro y que te digan todo el tiempo que no sos humano. Creo que el colegio te mete la duda, una cosa es hacerse relativista y otra es ser falaz de gusto. Te mete un virus de dudar del preservativo, de la evolución y de un montón de cosas. El colegio siembra la semilla de la duda y del desprecio”.

Como en el caso de los otros jóvenes que han brindado su testimonio, hay resabios de esa formación que han dejado su marca en el presente: “Creo que el peor daño que me han hecho a mi es que yo no he estudiado humanidades porque no quería discutir más con un profesor cuando era evidentemente que era una ridiculez lo que estaba diciendo. A lo que voy es que hay gente que lo ama al colegio y lo defiende y gente que lo odia y que la ha pasado mal. Yo no la pasé mal, pero de ninguna manera mandaría a un hijo ahí, no considero que me haya preparado bien para la vida”.

En su último libro de cuentos llamado Deshoras que se publicó en 1982, Julio Cortázar incluye el relato “La escuela de noche” donde dos compañeros de la escuela Normal deciden irrumpir por la noche en la institución. La situación está ambientada en el Buenos Aires de la década del treinta y lo que los adolescentes descubren en los claustros una vez que sus puertas están cerradas, para su sorpresa, es una sociedad secreta. Se trata de un grupo de docentes, alumnos y directivos que practica formaciones militares, entona marchas y somete a castigos físicos a los jóvenes, es decir, una milicia velada donde germina la violencia que se desatará luego con los golpes militares que se sucederán en el país. Como rezan las películas: cualquier parecido con la realidad puede ser una mera coincidencia. O no.

(*) Artículo publicado originalmente en el diario El Tucumano, que lo cedió para su publicación completa en Tiempo Argentino